«A mí me resultó muy raro leer el guión y reírme: yo no me río casi nunca. Digo, me río con Los Tres Chiflados«, detalla entusiasmada Borges, Graciela, al contar el momento de su primer encuentro con el texto inicial de El cuento de las comadrejas, la película de Juan José Campanella que se estrena este jueves. Escuchar a Borges dan ganas de decirle como la llaman muchos, algunos íntimos y otros no tanto: Gra. Porque se ha convertido en un ícono de la modernidad, un símbolo de mujeres en un siglo de mujeres, en alguien que entendió, acaso tempranamente, que el tiempo no existe.

«No creo en el tiempo. No sé tu edad ni la de ella, a veces no me acuerdo la de mi hijo, siempre me la suben y no digo nada. Bah, me da rabia, pero no digo nada. No son tan importantes los años ni el pasado. Tampoco me atrae darle demasiada intensidad a algo que vengo haciendo en forma casi cotidiana desde los 14 años, que fue cuando empecé a actuar. No hay que enfermar las cosas de trascendencia: ningún actor lo único que hace es actuar. Recuerdo aquella frase de (John) Lennon: ‘La vida son las pequeñas cosas que nos pasan mientras estamos ocupados en grandes cosas’, es eso. La humedad de la casa, mi nieta que quiere que vaya a verla, si voy a un festival, lo terrible de los aeropuertos… Si no, uno se queda en una trascendencia que no vale la pena. Hay gente pendiente de lo que hace y obsesionada con su trabajo. Pero no es mi derrotero, no es lo que más quiero en la vida», encandila Gra.

Rió a carcajadas en su primer acercamiento a El cuento de las comadrejas. Dice que su vecina Patricia se acercó a la medianera para preguntarle de qué se reía tanto. «Los guiones los leés por primera vez para ver cómo funcionan. Lucrecia Martel me trajo La Ciénaga y leí las diez primeras páginas y me dije: ‘¡Uff!, qué fuerte, ¿cómo hará esta chica para hacerlo?’. El guión era genial y lo cerré de los nervios. ¡Pero en este me reía tanto! No profundicé como en un libro de Bioy Casares o (Ernest) Hemingway. No me puse a reflexionar sobre cuál era el tema que había tocado Campanella porque, contrariamente a todo el mundo, no la veo muy parecida a Los muchachos de antes no usaban arsénico (del que el film de Campanella es remake). Me encanta la película de José Martínez Suárez, pero esta tiene otra impronta, otro estilo, otra oscuridad. Y me pareció muy potable. Lo llamé a Juan y le dije: ‘tenés que hacerla y reírte, me pareció buenísimo el texto’. Y después llamé a (Oscar) Martínez».

El actor de El ciudadano ilustre había dicho en una conferencia de prensa que en principio este proyecto le generó algún resquemor. Gra le dio un empujoncito para que se sumara a una comedia ácida que, como bien dice, no guarda tanta relación con la original. En especial en la parte que refiere a la mujer del film, que aquí, encarnada por Borges, es heroína y no víctima. Además de estar mucha más jugada a la lucha intergeneracional que la película de Martínez Suárez.


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–Hacés de diva, algo que en verdad nunca fuiste. ¿Eso te entusiasmó?

–El personaje es totalmente distinto a mí. Ella es muy intensa. Yo también soy muy intensa, pero más con las cosas de la vida: la chica, el colegio, el libro, la casa, los viajes, los aeropuertos que son una mierda, todo eso. Pero no soy intensa en lo que es mi trabajo. Lo hago prolijamente, lo mejor posible, y en la vida soy austera. Si ves fotos mías no juego a diva ni nada de eso. Pero me encanta la idea de las divas de los 40 y los 50, que se parecen a las fotografías: siempre que pienso en una diva está como congelada mirando intensamente la luz colocada.

–Puede resultar extraño, porque te criaste viendo cine de divas, ¿o no?

–Cuando debuté con Hugo del Carril tenía 14, 15 años y las divas eran Mirtha (Legrand) y Zully Moreno. Pero no había otras. Y en el mundo… fui a Europa a los 16 a un festival y la conocí un poco después a Ava Gardner, que para mí no era una diva, era una persona muy frágil. Hice tapas con Rita Hayworth cuando vino acá, pero no conocí a las verdaderas. Conocía más de Europa. Tengo la misma edad que Catherine Deneuve y su hermana, que lamentablemente murió.

–A vos el cine te eligió para otra cosa, no para ser diva.

–Claro. Y es verdad, no soy una diva. Me molestaría mucho sentirme así. Me parecería falso: nunca me interesó ser una diva. A mí me gusta caminar por la calle, ver las cosas que pasan, tratar de colaborar en lo que puedo desde mi puestito de nada en la vida. No me gusta tener los ojos distraídos.

A Gra también la impactó la fragilidad de Mara Ordaz, su personaje, algo que se puede extender a todo el grupo de viejitos que forma junto con el mencionado Martínez (director de las grandes películas de Ordaz), Luis Brandoni (su marido) y Marcos Mundstock (guionista de aquellos éxitos). Ellos son los jóvenes de ayer que, antes que vivir de la gloria pasada, quieren vivir lo más alejados posible de ella: aprecian el desinterés que el mundo les demuestra y en sus manías –que incluye el trato agresivo y la falta de reconocimiento al mérito ajeno– encuentran su más tierna manera de relacionarse. Y la mejor forma de ocultar su inseguridad, algo que por lo general se les atribuye a los actores.

«Como decía un actor inglés: si pudieras tener la seguridad de un minero galés, estaría todo dicho. Pero eso hasta que uno no es el personaje resulta todo tan difícil. Hay películas en las que nunca lo encontrás, aunque creés que sí. Porque en realidad, el cuento sería así: leés el guión, los personajes de otros, el tuyo propio y lo pensás, lo pensás, lo hacés, lo hacés, lo estudiás y ves cómo camina, porque te entra mucho por lo físico, el actor piensa con el cuerpo. Y un día, mágicamente, sos el personaje. No hay explicación, lo sos. Llegar a  serlo es muy difícil. Por eso hay que tener la seguridad de un minero galés: ahí no existe espacio para la inseguridad. Hay escenas que son dificultosas. Mirá qué curioso, las más dificultosas de todas son las cotidianas. ¿Viste que los franceses son tan buenos en la cotidianidad? Hacen una mesa y todo es natural, te lo creés. Y en algunas películas se ve que no es verdad lo que están haciendo. En cambio ellos son soberbios para eso, aunque menos quizás para otras cosas. A mí por momentos lo cotidiano me exige más esfuerzo, tengo que digerir mucho ese tipo de escenas. Me acuerdo de Los pasajeros del jardín, había partes que tenía que decir: ‘Fulano traé ese dulce’, y sentía que no era verdadero. Y eso que adoré ese film, adoro a (Alejandro) Doria.»

Y por eso que tomó del poeta Antonio Machado («Sólo recuerdo la emoción de las cosas»), Gra dice: «Era muy difícil hacer en pleno invierno una película de verano: dos grados bajo cero en exteriores y yo de cuerpito gentil: los varones tenían saco, por lo menos. Como mujer te siguen exigiendo siempre en el cine. Me acuerdo cuando Alfredo (Alcón) y yo hicimos Pubis angelical, estábamos en el frigorífico La Negra medio desnudos a 15 grados bajo cero. No sé cómo resistimos. Creo que también hay como una cosa milagrosa: estás en el escenario y pensás que vas a estornudar todo el tiempo y no te pasó nada, después te moriste o te internan. La verdad que el cine es difícil pero es fascinante. Vos decís: después de este personaje, ¿qué personaje llegará? No es fácil.»

–¿Sentís que tenés cosas pendientes?

–No tengo terrores sobre la muerte. Tengo aquello de (Jorge Luis) Borges: «morirse es una costumbre que suele tener la gente». Preferiría que venga más tarde. A mí me gusta la vida que tengo cuando estoy en la naturaleza, cuando leo, voy al cine. Ser feliz es ser libre, sentirse absolutamente libre, y esto me hace muy feliz cuando hago cosas chiquitas, cotidianas. He llegado a un momento… hay momentos en que uno dice: no queda tanto del camino. Y yo pienso: qué bueno lo que atravesé, lo que venga por añadidura es agradecimiento. «

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El lugar de referente y el talento de las colegas

–No creés en el tiempo, ¿creés en el legado?

–Cuando reflexiono sobre mis films no puedo dejar de pensar en los que me hicieron muy feliz. El otro día murió Bibi Andersson y pensaba cómo gocé con ella haciendo Pobre mariposa.

–¿Creés que las chicas más jóvenes te empiezan a ver como una mujer referente?

–Falta tiempo, lo van a hacer. El otro día me preocupé porque no sé qué pavada salió de la salud de Dolores Fonzi y yo la adoro. Ella tiene mucha valentía, no importa si vos y yo o quien fuera estamos de acuerdo, es una mina que tomó una bandera. No quiero juzgamientos, y pensaba cuando la llamé: qué linda Dolores. Y como ella hay muchas chicas muy talentosas: Julietita Zylberberg, Carla (Peterson), Mercedes (Morán), no me gusta dar nombres. Mercedes es la más grande y mi favorita. El otro día fui al teatro y a mí me cuesta mucho ir al teatro y reírme. La vi a Vero Llinás (con Darío Barassi) y fue genial, ¡qué bueno tener compañeros de camino tan talentosos! Trabajé con ella en Pubis angelical, una partecita hacía ella. Lindos compañeros he tenido en la vida.

Una mirada llena de piedad y amor

«El otro día vi de nuevo El dependiente y le dije a Juan, mi hijo: ‘No me había dado cuenta lo maravilloso que está (Walter) Vidarte’. ¡Esa película es de un gran modernismo! Tenía ese plano, esa cámara llena de piedad y amor por los personajes más terribles del mundo. Ese cine es muy joven. Por eso creo que me quieren los chicos nuevos: ellos saben que cuando trabajo con ellos estoy aprendiendo».

Gra y Favio tuvieron una de esas relaciones que pocos pueden saborear en la vida. «Lo extraño mucho. Es raro, lo extraño con melancolía. Tengo buena conciencia de los muertos. Pero Favio es como mi madre, que cuando la recuerdo necesito sus ojos. De Favio necesito: ‘Negro, voy a tomar mate con vos’; siempre me cargaba ‘ay, la paqueta’. Me hizo hacer Eva Perón: se le había roto la voz de Evita en España y me hizo aprender 78 discursos para poder doblarla en Sinfonía de un sentimiento. ‘En la Argentina del General Perón…’, no sabés, me salía perfecta. Y él me gritaba: ‘Negra, lo hacés mal, no te aprendiste bien la letra’. El otro día le contaba a un amigo: ‘No tengo memoria de que el Negro me haya hablado contundentemente de Perón, nunca’. Raro, ¿no?  Porque hemos sido culo y calzón. Lo extraño.

–¿Alguna vez te reencontraste con las miradas de tu mamá y la de Favio?

–No, nunca en la vida. La de Favio tampoco. Es más, dos minutos más y lloro. Aquellos ojos de ese color de mi mamá, mirándome como me miraba, en la vida nadie me miró así. Y ese abrazo del Negro y la palmada sobre la espalda protestando contra mí, nunca tampoco. Es algo… eterno.

–¿Hoy se filma con esa piedad con la que describiste la cámara de Favio?

–Un poco menos. Antes se filmaba, ahora se graba. Detesto cuando dicen vamos a grabar. Antes el material costaba tan caro, que yo en general era una actriz de primera o segunda toma. Ahora son 32. Y sí, hay menos piedad.

EL CUENTO DE LAS COMADREJAS

De Juan José Campanella. Con: Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni, Marcos Mundstock, Nicolás Francella y Clara Lago. Estreno: jueves 16 de mayo.