Una palabra se repite. Quienes la pronuncian no se han puesto de acuerdo para usarla. Es un vocablo, un concepto: lo que está fuera de lugar y fuera de tiempo. “Extemporáneo”, dice uno. “A trasmano”, elige otro. “Atemporal”, dice el tercero. La palabra que se repite es “desubicado”. Son los adjetivos que enarbolan los expertos en relaciones internacionales para describir la política exterior de Cambiemos. La famosa inserción de la Argentina en el mundo. Una cuestión que adquiere relevancia y, al mismo tiempo, despierta polémica, mientras el país profundiza el proceso de “aceleración del seguimiento y subordinación a Estados Unidos”, según el diagnóstico del ex canciller Jorge Taiana. Se trata de un giro drástico respecto de la visión geopolítica llevada adelante en el período 2003-2015. “Volvimos al mundo”, era el latiguillo utilizado en la campaña y en los primeros tiempos de euforia amarilla. Si el planeta es visto como el tablero del juego de mesa T.E.G., la tarjeta con la estrategia de la Argentina encarna un anacronismo. Mientras el mundo sigue mutando, y se tensiona en torno a tres polos que compiten en guerras comerciales –Estados Unidos, una declinante Unión Europea y el tándem Rusia-China-, la visión del gobierno local permanece estática. Es un unilateralismo tardío.

Para subrayar la discordancia entre las tendencias globales y los alineamientos internacionales del macrismo, Taiana utiliza una simple metáfora: “La sensación que da el gobierno es la de un bailarín que baila algo distinto a la música que está tocando la orquesta”, dice. Otro experto en geopolítica, Marcelo Brignoni, ensaya una parábola parecida: “Con su política exterior, Macri rinde culto a una religión que ya cambió su paradigma”, resume. Oscar Laborde, diputado del Parlasur (FpV-PJ) y analista internacional, se mueve por un terreno similar. “A la política exterior de Macri la veo en medio de una gran desubicación. No queda claro cuál es el beneficio que trae para la Argentina ser un socio incondicional de Trump justo en el momento en el que cada uno intenta nuclearse para defender mejor sus condiciones comerciales. Trata de ser aliado de EE UU justo cuando Trump está cerrando a EE UU sobre sí mismo”, advierte.

  El repaso de los dos años y medio de diplomacia macrista ubica un primer error en la apuesta –explícita y torpe– por el triunfo de Hillary Clinton. Fue una equivocación grave por las derivaciones que acarreó. Susana Malcorra y Jorge Faurie, cancilleres de Macri hasta el momento, se hubieran sentido más cómodos con un gobierno demócrata. Pero eso, se sabe, no sucedió. El triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses trastocó los planes. El gobierno argentino absorbió el impacto, y tras un lapso de desconcierto, retomó su intención de ubicarse como uno de los “países amigos” de EE UU en el hemisferio. La Argentina intentó reacomodarse en el nuevo escenario con gestos inequívocos dirigidos a Washington pero al mismo tiempo –y he aquí el problema– no percibió los cambios que implicaba la irrupción de Trump. “La política exterior de Macri intenta seguir lo que ellos entienden que es la política del Departamento de Estado norteamericano. Pero es la política que ellos le atribuyen, no la que realmente lleva adelante. No comprenden que Trump ya no cree ni en el multilateralismo comercial, ni en la globalización corporativa (no conducida por Estados), ni en los tratados de libre comercio múltiples. La OMC (Organización Mundial del Comercio), el Foro de Davos y el Tratado Transpacífico ya no le interesan a Trump. Por todo esto, a la acción diplomática de Macri se la podría definir como clintonismo (por Hillary Clinton) póstumo”, asegura Brignoni.

  Estos errores de diagnóstico explican por qué Cambiemos abrió la economía con una apertura irrestricta, lo que generó un shock de importaciones, justo cuando la mayor parte de los países fija medidas de administración del comercio. “En el marco de un pasaje de un mundo unipolar a otro multipolar, el gobierno de Macri da la impresión de actuar a trasmano, fuera de tiempo. Se comporta como si estuviera en los ’90 y apela a una liberalización de los mercados financieros, a una apertura importadora y a una confianza en el liberalismo de mercado que ya no esgrime ningún país de peso. Algunos lo declaman –como la Unión Europea– pero no lo practican. Y otros –como Estados Unidos en este momento– ni lo declaman ni la practican”, profundiza Taiana.

A modo de ejemplo, el ex canciller menciona “el conflicto enorme” que se vivió recientemente en la 44° edición del G-7, el foro que reúne a las naciones más poderosas del mundo, reunido hace una semana en la localidad de Charlevoix, región del Quebec, Canadá. Otra equivocación de Cambiemos, que refleja una lectura desactualizada del tablero mundial, quedó expuesta en los roces iniciales que tuvo la gestión macrista con la República Popular China.

  “A los pocos días de asumir, le hundimos a China un barco pesquero (por el buque de bandera china Lu Yan Yuan, hundido por la Prefectura en marzo de 2016, mientras pescaba en la zona económica exclusiva cerca de Puerto Madryn). Se dijo que estaba dentro de la plataforma continental argentina, pero lo concreto es que fue un gesto político. Luego se trató de detener las represas que China estaba construyendo en Santa Cruz (por las represas Jorge Cepernic y Néstor Kirchner). Eso hizo que China mandara a la Argentina al director jurídico de un banco estatal (el China Development Bank Corporation), que le recordó a (Alfonso) Prat Gay que según el acuerdo firmado –cross default, se llama–, si no construían las represas le tenían que devolver a China los 11 mil millones de dólares que habían llegado como yuanes. En el primer tramo de la gestión macrista habían dicho que esos yuanes no servían para nada. En diciembre pasado los reconvirtieron a dólares. Y ahora pidieron una ampliación del swap para fortalecer las reservas  del Banco Central. En resumen, la gestión de Macri se malquistó innecesariamente con China, una situación que luego intentaron remediar. La política exterior argentina no entiende lo que está pasando en el mundo. Está desorientada, desubicada”, argumenta Laborde.

El pago a los fondos buitre (holdouts) fue, también, una decisión importante para el reposicionamiento de la Argentina en el mundo. En la coalición PRO-UCR-Coalición Cívica lo consideraban una medida imprescindible para dejar atrás el mote de “Estado paria” que perseguía al país por acción del establishment global. La creencia de los funcionarios económicos de Macri era que esa decisión se traduciría en “una lluvia de inversiones”. Pero eso tampoco se concretó. La única forma de atraer fondos terminó siendo el clásico recurso de la especulación financiera, con tasas de interés récord, casi inverosímiles para el resto del planeta. “Dos años y medio después, el mismo mundo financiero que apoyó a Macri y que se benefició con la especulación, tiene hoy una gran desconfianza sobre el futuro de las políticas económicas del propio Macri. El resultado de todo esto fue la necesidad de acudir al FMI. Es un problema circular”, señala Taiana sin ocultar su preocupación. 

En resumen, si se evalúan resultados, el haber intentado vincularse con Estados Unidos con un seguimiento más fuerte o, en palabras de Taiana, una “subordinación” –como se refleja en las nuevas posiciones argentinas ante el conflicto palestino-israelí, en las votaciones en la ONU y en la UNESCO, pero también en los recurrentes esfuerzos por aislar a Venezuela–, no aportó demasiados beneficios para la economía real. Ni para el tejido productivo ni, tampoco, para la balanza comercial. La lectura errónea del contexto global y del rol en este clima de época de EE UU, que busca reposicionarse ante la creciente influencia del eje euroasiático, explica la falta de resultados.

“La estrategia de subordinarse a Estados Unidos –concluye Taiana– no resulta beneficiosa para las necesidades del país en un momento en el que EE UU tiene pocas contemplaciones con sus aliados y está inmerso en prioridades que hacen específicamente a sus propios intereses”. ‰

El partido que no fue

En plena efervescencia mundialista, aunque el clima previo estuvo aplacado por una crisis económica que irradia tristeza y malestar, la geopolítica se metió en el fútbol con un hecho inesperado. El amistoso entre la Selección y su par de Israel, que iba a jugarse en Haifa, quedó envuelto en un cortocircuito diplomático. La intención de mudarlo a Jerusalén implicaba convertir un evento deportivo en un hecho político y diplomático, ya que el gobierno derechista de Benjamin Netanyahu sigue intentando que la comunidad internacional reconozca como capital de Israel a la ciudad “santa” para las tres religiones monoteístas y que además es reclamada por Palestina como parte indivisible de su territorio soberano.

“La decisión argentina de no sumarse a la condena internacional a Washington por trasladar su embajada a Jerusalén en violación a lo establecido por la ONU, refleja la subordinación del gobierno ante EE UU”, afirma Taiana. “Desde el gobierno de Netanyahu se intentó utilizar a la Selección en una lógica geopolítica de anexión de Jerusalén, pero el cuerpo técnico y los jugadores, enhorabuena, no aceptaron ser cómplices de eso”, completa el análisis el sociólogo Jorge Elbaum, ex director de la DAIA y titular del Llamamiento Argentino Judío.

Otro de los rasgos de la política exterior macrista en la relación con los bloques de poder internacionales fue la desaparición del reclamo por la soberanía de las islas Malvinas del listado de prioridades de la acción diplomática argentina.  El caso más extremo de este giro de 180 grados fue la firma conjunta de un comunicado entre Argentina y Gran Bretaña, suscripto en 2016 por los vicecancilleres Carlos Foradori y Alan Duncan. “Allí figuran todos los puntos reclamados por los británicos, a excepción del tema humanitario de la identificación de los cuerpos de soldados enterrados como NN en el cementerio de Darwin. Esto afecta mucho a la Argentina en su posicionamiento y defensa de sus derechos en los foros internacionales”, advierte el ex canciller.