El Cholo habla acelerado. La intensidad que transmitía en la cancha hasta hace seis meses la lleva a las palabras, buscando siempre la indicada para describir exactamente lo que siente. Apasionado del fútbol, Pablo Guiñazú dice estar orgulloso de sus 23 años de carrera, los títulos de todos los colores y los más de 800 partidos. Con la alegría del cuarteto cordobés, a sus 40 le llegó el último, el de la despedida en el Mario Alberto Kempes. Agradecido por lo que vivió dentro de la cancha y emocionado por lo que vendrá, el Cholo, hombre de cuchillo entre los dientes como su tocayo de apodo Diego Simeone, cuenta que el fútbol le dio más felicidad de lo que se hubiera imaginado cuando comenzó su camino en Newell’s en 1996, pero que ya era tiempo de comenzar proyectos «sin robarle tanto tiempo a la familia».

–¿Cómo te preparaste para el retiro después de pasar más de la mitad de tu vida como futbolista?

–No es fácil decirle basta al fútbol porque sentís que te falta algo, que tenés un vacío muy grande y los jugadores no sabemos bien cómo dar de ese paso. Todos los días generaba algo adentro que ya no tengo, que es competencia, seriedad y desgaste físico. Por eso me preparé en la última pretemporada con el que era el psicólogo de Talleres, Christian Rodríguez. Él llegó a la pregunta clave: ¿por qué ahora? Y lo mío fue fácil: exclusivamente una decisión de vida. El fútbol me dio todo, lo viví a pleno e hice del fútbol un estilo de vida, pero quería empezar a devolverle un poquito el tiempo a mi familia, que fueron los que me siguieron para todos lados durante más de 20 años. Sabían que era un loco de la guerra que siempre va para adelante, entonces el día en que lo anuncié ni ellos ni mis amigos lo podían creer. Ahora tengo mis horarios para acompañar a los chicos (Matías, de 19, y Lucas, de 13) al fútbol, al colegio, a charlar, a patear en el patio. Estoy lleno, feliz, orgulloso.

–Cuando jugabas (debe ser difícil para vos hablar en pasado) se te comparaba con la figura de un gladiador, como tu película favorita. ¿Es posible encarar proyectos fuera de la cancha sin perder esa intensidad?

–La intensidad no la perdés jamás y aún hoy me la pide el cuerpo. Más allá de lo que vaya a hacer de mi vida, necesito esa hora y media para entrenar porque me encanta, porque es salud y porque te lava la cabeza para hacer las cosas a pleno. Uno traslada lo que aprendió del fútbol profesional –valores, esfuerzo, dedicación– a la vida. Sea en esta charla, o en todo lo que haga, digo lo que siento y dejo todo, por eso siento que hice del fútbol un estilo de vida. Nunca me guardé nada, me gusta vivir y ser así y esa intensidad la llevo a todo lo que hago: si voy a hacer un asado para mis hijos y sus amigos o si tengo que hacer algún comentario después de un entrenamiento, esa energía está enfocada en ese simple objetivo.

–¿La intensidad también tiene que ver con la posición en la cancha? A veces parece que los mediocampistas centrales son los únicos que sobreviven a la nueva era de entrenamiento monitoreado por GPS.

–Puede ser, en mi caso personal no tengo dudas: los volantes absorbemos todo más rápido por la necesidad que tenemos de estar todo el tiempo atacando y defendiendo. Nosotros tratamos de educar y enseñar con el ejemplo para los más pibes. Con ellos hablé mucho, aprendí a escuchar y a darme cuenta de que los futbolistas no somos Superman: podemos tener un día malo o estar con la cabeza en otro lado.

–¿Se compara esa alegría con ser, al menos por un torneo, el mejor equipo de Sudamérica, como te pasó con Inter?

–En Brasil se juega un fútbol excelente que tiene la misma intensidad que el nuestro y es lógico: sentimos igual al fútbol. La Libertadores es todo y el deseo de ganarla es muy fuerte. Jugué cinco años en el Inter y lo mejor que le puede pasar a un jugador sudamericano es participar de una Libertadores. No alcanzan las palabras cuando la ganás, pero ya concentrar y viajar a otro país es alucinante.

–A modo de balance: ¿te faltó algo en tu carrera?

–El fútbol me dio tanto más de lo que me imaginé que si dijera que me faltó algo sería un malagradecido. En 2014 fui a la Selección, a nueve partidos seguidos de Eliminatorias, y poco antes de la última, que era con Paraguay, donde íbamos a jugar los que entrábamos siempre un rato, a los 17 minutos de mi primer partido con el Vasco se me desprende el tendón del hueso en el glúteo. Me rompo todo por primera vez en mi vida y me saca cuatro meses del fútbol, a 45 días de que el profe (Alejandro Sabella) dé la lista. Puede ser que hubiera ido a ese Mundial en 2014 –o no– pero me deja contento que iba a correr con la chance y estoy orgulloso, feliz en serio, porque Argentina terminó llegando a la final. Voy a ser un agradecido de por vida a este deporte.

–¿Te ves en un futuro ligado al fútbol?

–Si puedo seguir cerquita del fútbol, mejor, porque es mi terreno y donde uno puede seguir aportando. Si no se puede, haré otra cosa con la misma energía. Sin hacer nada, loco como soy, no voy a estar. Puede ser en inferiores, porque la franja de 13 a 16 es donde siento que aporto mucho, quizá por la motivación. Me encantaría y sé que lo que decida lo voy a disfrutar mucho.