En 20 años, Shenzhen pasó de ser un pueblito de pescadores a una de las principales ciudades de China, con una población que supera los 10 millones de habitantes. Y en casi cuatro décadas, China logró que 800 millones de personas superaran la línea de pobreza, convirtiéndose en uno de los mayores mercados del planeta y en el principal receptor de inversiones. Los números de su economía tienen tantos ceros que se pierde la real dimensión de lo que representan. Por eso, nada mejor que ejemplos simples para explicar que eso del «gigante asiático» no es sólo una cuestión de territorio sino que define a un país que, por ejemplo, tiene un comercio mensual que supera la riqueza generada en la Argentina durante todo un año. 

«¿Cómo lo hicieron los chinos?» es la pregunta inevitable de quienes sueñan con copiarles la receta, además del título del libro de Gustavo Girado, uno de los máximos sinólogos de la Argentina, magíster en Relaciones Internacionales y director del nuevo posgrado en Especialización en Estudios en China Contemporánea, de la Universidad Nacional de Lanús. «Para entender sólo una parte –señala el economista– hay que comprender que el modelo de desarrollo chino es multicausal. A partir de ahí, trato de explicar cómo China se quedó con parte del conocimiento que llevaban las trasnacionales que se instalaron en su territorio». 

–¿Sabemos realmente algo sobre China?

–El conocimiento sobre la importancia de China está bastante homogeneizado a nivel popular. Es un país que influye sobre nosotros sin que nos demos cuenta, todos los productos que tenemos alrededor tienen algo de China en forma directa o indirecta. Pero cuidado, hay que salir del ombliguismo y aclarar que este es un fenómeno global. Dicho esto, no debemos olvidar que en pocos años los chinos se han convertido en la cuarta colectividad extranjera en la Argentina, además de ser nuestro segundo socio comercial. 

–Apelando a su libro, ¿cómo lo hicieron?

–El Politburó del Partido Comunista chino tomó una serie de decisiones para pensar un futuro menos dependiente. Ellos se consideran una economía en vías de desarrollo, cosa que en términos objetivos lo son, pero en todo caso una de las más grandes. 

–Acaba de referirse a su nivel de dependencia.

–Son los principales exportadores del mundo, pero al mismo tiempo son los que más alimento importan. Hay muchas cosas que los hace dependientes, especialmente de los capitales occidentales. Este detalle fue el que me llevó a indagar cómo habían logrado generar sus propias multinacionales.  

–En su libro cuenta que hubo una suerte de negociación para abrir el mercado chino a cambio de parte de la tecnología que llevan las trasnacionales. 

–Así es y, justamente, esa es la virtud de lo que han conseguido a nivel internacional. Pensemos que hace sólo 40 años tenían una economía campesina. El secreto es que han ido aprendiendo y lograron quedarse con parte del conocimiento internacional, metiendo a sus empresas en los procesos de producción. Las primeras conferencias sobre ciencia y tecnología se remontan a 1978, cuando el Politburó advierte que el sistema estaba alejado de la realidad y comienza una serie de manotazos de ahogado para involucrar a los que habían invertido en conocimiento con las necesidades que tenía el pueblo. Piensan una matriz productiva con sus propios científicos. Les cuesta mucho hacer ese vínculo cuando las transnacionales se instalan en las zonas exclusivas. Pero lo hacen a partir de un razonamiento claro: ¿de qué nos sirve que venga Motorola a exportar desde China si no nos quedamos con nada de ellos? 

–Suena sencillo, pero imagino que es difícil, por no decir imposible, copiarles la receta.

–No hay muchas cosas para copiar, al menos desde la Argentina. La distancia entre Oriente y Occidente es enorme. Tienen un nivel de planificación y ausencia de sorpresas que para nosotros es inimaginable. Su mediano y corto plazo es fantaciencia para nosotros. Piensan en cinco, diez o 20 años. Nosotros no sólo carecemos de capital y tecnología, sino que nuestras políticas se reiteran, cíclicamente dicen algunos, deshaciéndonos de los acervos de conocimientos alcanzados con anterioridad. Y ahí tenemos cinco premios Nobel, tres de ellos en ciencias básicas, y al mismo tiempo científicos argentinos viviendo en el exterior en abundancia.  

–Las delegaciones argentinas que viajan a China suelen regresar con la certeza de haberse convertido en los nuevos grandes socios de Latinoamérica. ¿Cuál es la realidad?

–El punto es mirarse demasiado el ombligo. Argentina es tan importante como otras economías latinoamericanas. Aunque en nuestro caso, podríamos decir que la situación es privilegiada porque estamos haciendo lo que ellos no pueden. Somos complementarios. Somos un buen proveedor de soja. Y al mismo tiempo, la ubicación de Argentina en el polo geográfico opuesto de China es de gran importancia, por ejemplo para el seguimiento de futuras misiones espaciales. El Canal de Panamá se puede cerrar por algún conflicto y queda el paso al Pacífico por el sur. 

–En ese contexto, ¿qué valor le da a la reciente ruptura de Panamá con Taiwán? ¿Encuentra algún vínculo con el proyecto de La Nueva Ruta de la Seda?

–No soy ingenuo en que todo lo que se traslade de Latinoamérica y el Caribe hacia el Asia Pacífico tiene que ingresar por algún lado. Creo que la proyección de la Ruta de la Seda está indirectamente vinculada con los intereses latinoamericanos, además de tener un aspecto vinculado con los vecinos asiáticos y la necesidad de garantizar una zona de paz. No olvidemos que China limita con países como Afganistán y que hay reacciones de etnias minoritarias chinas que siempre se opusieron al poder central. China necesita integrar en términos políticos, porque su desarrollo requiere un proceso de paz más consolidado. China corre riesgos. Y con un Trump enfrente, muchos más.

–¿Cómo afectó la aparición de Trump a las economías del Asia Pacífico?

–Una de sus primeras medidas fue encerrarse y dejar de apoyar algunas alianzas globales como el TTP y la Alianza del Pacífico. Dejó sin respaldo político a una enorme cantidad de economías. Japón o Filipinas sentían que Obama era como un hermano mayor para disputar algunas políticas contra China. Y ahora quedó un campo abierto para que la República Popular China ocupe espacios. Es lo que estamos viendo en este momento. El interés por lo internacional decae en el mismo momento en que se despliega la figura de Xi Jinping (presidente de China). 

–Al punto en que se convirtió en el defensor del libre mercado en la última reunión del G20.

–Y Estados Unidos en el defensor del proteccionismo. Es una verdadera paradoja. «