Hay libros que sirven para cerrar puertas, pero hay otros que las abren. Podrá parecer una verdad de Perogrullo, pero ayuda a comprender hasta qué punto la crónica de un reencuentro entre padre e hijo puede resolver cuentas que ni siquiera se sabían pendientes e, incluso, propiciar duelos que tampoco se imaginaban postergados. 

Vaya uno a saber si el escritor Gustavo NG era consciente de que andaba detrás de estas cuestiones cuando allá en Nueva York comenzó a tomar los primeros apuntes de lo que luego sería Mariposa de otoño, el libro que reconstruyó a su padre en literatura, a partir de una serie de exquisitos relatos sobre el recuerdo de su madre en el memorial de John Lennon y el milagro que su hermana hizo realidad desde el patio de su casa.

Se trata de las entrelíneas de una búsqueda de identidad que quizás haya comenzado en su infancia, cuando el verdadero nombre de Gustavo era «El Chino» y en el colegio todos le preguntaban por el significado de esas dos consonantes, NG, que insistía en presentar como apellido. A partir de ahí, como suele ocurrir, quedaría todo para recorrer: el viaje de su padre NG Ping-Yip desde Guangdong (China) a la Argentina para instalar una fábrica, el romance y posterior casamiento con su madre Celia Lorenzo en San Nicolás, la partida de la familia a Nueva York para reunirse con los NG que habían emigrado a Estados Unidos, la posterior separación de la pareja… y los 20 años que pasaron hasta que padre e hijo se permitieron reencontrarse. 

«Después de tantos años pude descubrir cosas de mi padre que me ayudaron a entenderlo. Una de ellas fueron sus silencios, algo que siempre vinculé con esa cosa oriental de la reflexión. Pero con el tiempo me di cuenta de que muchas veces no me contestaba porque no entendía el idioma. Y su orgullo, claro, no le permitía reconocerlo», explica Gustavo NG. 

–¿En algún momento tuvo reparos en contar detalles tan personales, tan íntimos?

–No, para nada, porque en el momento en que los escribo se convierten en ficción. Aunque sean temas reales, se acomodan a una trama que a veces respeta la realidad y otras no. Por ejemplo, en el libro planteo que una de las dudas que quería sacarme era por qué mi viejo había privilegiado descubrir su identidad china por sobre su familia. La historia necesitaba que fuera así. Para mí fue fuerte llegar a Nueva York a los 9 años y descubrir qué era la cultura china. Lo chino era como una cortina con un dragón y, de repente, se corrió y se mostró. 

–¿A qué atribuye esa falta de referencias chinas en su primera infancia en San Nicolás?

–China no existía en la boca de mi papá. Él no dejó su tierra desgarrado y soñando con volver. Se fue del comunismo. De qué China renegaba es difícil de saber, pero sí que no me iba a hablar con nostalgia de aquel pasado. Soy de una generación a la que sus padres no le hablaban demasiado. 

–¿Por qué decide viajar a Nueva York para reencontrarse con su padre recién en 2014?

–Básicamente tuve hijos y creo que eso me corrió del lugar del pibe que se había peleado con el papá. Sentí que debía hablarle de padre a padre. Pero bueno, justo cuando me había decidido tuve que esperar algunos años porque Estados Unidos me negó la visa tres veces. 

–¿Sintió que finalmente había cumplido su objetivo?

–Todo dependía de mí, más allá de lo que él dijera. Moví las fichas y él no me rechazó. 

–¿Con qué se encontró?

–Encontré a un hombre muy equilibrado, con una apuesta de vida casi eterna, que atiende en Nueva York un negocio de lotería que está habitado por la eternidad, con sorteos que se repiten cada seis minutos. Él es esa rutina y no puede dejar de ir. Después de verlo, imagino la eternidad así. 

–En el libro destaca el rol de su madre, como una suerte de último gran deseo.

–Exacto. Muchas madres agarran a los hijos de abogaditos cuando se pelean con el marido y se los ponen en contra. Mi vieja hizo esto, pero también era una persona honesta y le pesaba que hubieran pasado 20 años sin que viera a mi papá. Para ella fue un alivio que nos reencontráramos. Recuerdo que mi padre me dijo lo importante que había sido mi mamá para él. Por eso, en 2016 quise volver a viajar a Nueva York para decirle en persona que ella había fallecido. No necesitaba hacerlo porque estaban separados desde hacía 30 años, pero fue como una cuestión ritual.

–La muerte de su madre atraviesa gran parte del relato. 

–Es verdad, se convirtió en una especie de libro funerario, en el que necesité contar cosas para sacarme el dolor de su muerte. Siento a Nueva York como mi casa y estar allá, caminando solo, fue una especie de recogimiento. Recorrer los rincones que uno reconoce como propios fue una forma de duelo. Siempre queda algo, pero creo que el libro fue como cerrar ese proceso.

–¿El memorial de John Lennon, en el Central Park, fue uno de esos lugares que lo ayudaron?

–Quise darme el espacio de sentarme en el memorial de un tipo que había vivido muy en paralelo con mi vieja. Los dos habían nacido con unos poquitos días de diferencia, eran dragones en el horóscopo chino y, sobre todo, la primera vez que estuvimos en Nueva York, eran dos chicos extranjeros andando por la misma ciudad. Mi vieja desde San Nicolás y él, desde la fama total. Siempre pensé en esto y me encontré sentado ahí, cagado de frío pero tranquilo, viendo a toda esa gente que iba a dejarle flores a Lennon, lo que también era una especie de escena de duelo. 

–En otro capítulo cuenta que Martin Scorsese fue una suerte de vecino en Chinatown.

–Vivía a la vuelta de mi casa y fuimos a la misma escuela. Y a pesar de la diferencia de edad, seguramente las monjas de aquel colegio nos sometieron a los mismos castigos. También recuerdo que la segunda parte de El Padrino  fue filmada a metros de mi casa. Yo iba todos los años a la Fiesta de San Genaro, con esas procesiones interminables en las calles que luego aparecen tan bien retratadas en la película. 

–Habla, y escribe, sobre Nueva York con cariño.

–Es que Nueva York es mi ciudad y mi papá, dos cosas que tenía prohibidas por distintos motivos. Mi problema fue que me habían sacado el espejo y  cuando volví, fue como romper una especie de alienación. Me sentí en casa.

Para terminar, la historia del título. Mariposa de otoño es el significado en cantonés del nombre de la hermana de Gustavo NG. Se lo dijo su propio padre, en una traducción que quizás no sea tan exacta pero que a ella le enseñó a amarlo en aquellas bellezas de la naturaleza. Fue un vínculo único, que derivó en un milagro: de un día para el otro, las mariposas eligieron nacer en el patio de su casa en San Nicolás. Pero ella fue por más y decidió «robarse» las crisálidas, para que aquellas vidas comenzaran a revolotear en la intimidad de su cocina. 

Como dice Gustavo NG, hay nombres que son un poema. 

De profesión, «chinólogo»

Gustavo NG nació en San Nicolás en 1962. Descendiente de chinos, vascos, gallegos e italianos, trabajó como periodista en Argentina, Brasil, Perú y Cuba. En la zona de Retiro montó una biblioteca y coordinó talleres de redacción para personas sin hogar. En 2010 fundó la revista Dang Dai, junto a los maestros de periodistas Camilo Sánchez y Néstor Restivo, con el visionario objetivo de tender un puente cultural entre Argentina y China. Es coautor de El otro Bicentenario, 200 hechos que no hicieron patria y escribió la obra de teatro Gracias abuelo sobre la comunidad china. También publicó Todo lo que necesitás saber sobre China y Horóscopo Chino 2017, el Año del Gallo.