Aunque pretenda disimularlo en un supuesto ardid con efecto electoral positivo, el intento fallido por echar a Julio De Vido del Parlamento fue un duro revés político para el gobierno y sus socios massistas. El enojo por la jugada en contra de los gobernadores peronistas, que durante año y medio contribuyeron bajo extorsión a generar las mayorías legislativas que necesitó el oficialismo, lo desnuda ahora en su impotencia. No logró el macrismo ni el objetivo de máxima (eyectar al ex ministro), ni el de mínima (instalar la «corrupción K» como eje de campaña por sobre las críticas crecientes a la situación económica en buena parte de la sociedad).

Por el contrario, lo que se pudo advertir fue una revigorización del núcleo duro del FpV y aliados. Desde el Movimiento Evita, que rompió el bloque en su momento, entre otras cosas, tratando de marcar distancia con el propio De Vido, hasta diputados que responden al PJ de las provincias, cerraron filas para impedir el capricho gubernamental. La línea divisoria, esta vez, no fue entre kirchnerismo y antikirchnerismo, como venía siendo norma desde la asunción de Cambiemos, sino entre macrismo (abierto o camuflado) y antimacrismo.

Este es el dato, el punto de quiebre a analizar. Porque es una obviedad decir que resulta imposible asociar a boca de jarro a Alcira Argumedo y al FIT con una defensa servil de todo lo actuado por el kirchnerismo hasta el 2015, como sugieren los voceros oficiales. Ocurre que hay sectores que, aun no queriendo a De Vido, comienzan a advertir un cambio en la tendencia del humor social generalizado, donde ya no queda espacio para la contemplación con las políticas neoliberales que aplica el Ejecutivo y las consecuencias que generan.

Pero este no fue el único trago amargo que soportó el oficialismo esta semana. El fallo de la CIDH por el caso Milagro Sala –sin importar el relato amañado que baja sin intermediaciones desde la Secretaría de Medios hacia las portadas errantes de Clarín y La Nación–, no convalida la detención de la líder de la Tupac Amaru, como hubiera querido Gerardo Morales y el ala dura de la administración. Reivindica el dictamen de la ONU que la calificó de «arbitraria» y señala como exceso el uso de la prisión preventiva contra la dirigente social, planteando que su situación debe cambiar a arresto domiciliario o libertad monitoreada, en lo inmediato. En cualquiera de los casos, exige una morigeración en las condiciones de apresamiento mientras dure el proceso, y aunque no atribuye taxativamente la extrema dureza judicial y el hostigamiento carcelario a Sala a intencionalidades políticas, las deja en completa evidencia con la prosa habitual, entre distante y diplomática, de los organismos jurídicos internacionales.

Mucho menos alegró a los funcionarios la difusión de sus declaraciones juradas en pleno proceso electoral, donde se registran inexplicables aumentos patrimoniales que irritan a los propios votantes de Cambiemos, atentos a este tipo de noticias. Qué decir del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, quien debería hacer todos sus esfuerzos por conseguir las ansiadas inversiones extranjeras que nunca llegaron: la mayoría de sus 97 millones están en el exterior. Si el ministro que atiende la economía de todos no trae su plata al país, ¿con qué cara les pide a otros que sí lo hagan? Lo de Carolina Stanley, la ministra de Desarrollo Social, que cada tanto recuerda que hay un 30% de pobres en la Argentina, también es muy llamativo. Mientras a otros les va tan mal, como ella misma admite con cara atribulada, incrementó sus bienes en un 350 por ciento.

La proyección electoral también los mantiene en vilo. No haya una sola encuesta que llegue a la Casa Rosada que tenga a Cristina Fernández de Kirchner como perdedora en el mayor distrito del país. O a Cambiemos como ganador, para medirlo en función de las necesidades oficiales. Las intervenciones en el territorio de Macri y de María Eugenia Vidal, espadas fundamentales del espacio, no son otra cosa que el reflejo de la desesperación que los envuelve porque ninguno de sus candidatos propios (Gladys González, Esteban Bullrich) logra captar adhesiones.

Hasta Elisa Carrió debió irrumpir en el escenario bonaerense para sacudir las encuestas, por ahora sin demasiada suerte. ¿Está sobrevalorada Carrió en la estrategia oficial? Es posible, pero lo cierto es que Cambiemos quisiera reeditar el clima del 2015, plantear una pelea entre un pasado malo y un porvenir venturoso, y no hay mucho más que el núcleo duro propio dispuesto a creer en eso. Carrió es un personaje para otro momento. Un divertimento. Una agitadora de los momentos aburridos de la política. Se le escapa a los dirigentes macristas que el presente es malo, mucho peor que el de hace dos años, y no hay espacio para la comedia en los bolsillos de las mayorías.

Hoy es Cambiemos el que debe responder por lo que hace o no hace, y no Cristina Kirchner, cuyo diseño de campaña los puso en una encrucijada: actúa como espejo del deterioro, como canal de queja ciudadano, como seguro voto de protesta. Hay encuestadores que comienzan a hablar de un voto oculto como marejada hacia su figura. Gente que la va a votar sin decir de antemano que va a elegirla en el cuarto oscuro. Y hasta es posible, incluso, que luego lo niegue. Habrá que ver.

Tampoco es una buena noticia para el gobierno lo que sucede con la CGT. Cuando se reúnen sus dirigentes, como ocurrió esta semana en el microestadio de Ferro, el triunvirato de conducción es silbado, poniendo en crisis su táctica complaciente de hace un año y medio. Desde que voló el atril por los aires, el triunvirato pierde día tras día legitimidad frente a los trabajadores que deberían representar. Las intervenciones a los sindicatos, los planes flexibilizadores por rama, la propia presión de las bases con salarios que no llegan a fin de mes, desdibujan a las corrientes massistas y randazzistas y su política más o menos expuesta de acuerdo con el Ejecutivo. Tan mal están los dirigentes tradicionales, tan desconectados de la realidad de sus afiliados, que Antonio Caló, el titular de la UOM, uno de los gremios más castigados por los despidos y suspensiones, en vez de criticar las políticas macristas, habló desde Rosario para cuestionar a Cristina Kirchner porque en su momento no revisó el Impuesto a las Ganancias. La sensación es que hablan con fantasmas. Frente a un espejo retrovisor.

No son los únicos. «