Hace 20 años nacía la editorial Adriana Hidalgo. Diez años más tarde, Pípala, la sección dedicada a la literatura infantil. Desde entonces la editora Clara Huffmann está al frente del proyecto, lo que según ella misma dice, “permitió tener una continuidad”.

Pípala hace libros para chicos que también les gustan a los grandes por el gran trabajo que se evidencia en cada uno de ellos, desde los textos a las ilustraciones.

Huffmann dialogó con Tiempo Argentino acerca de las características distintivas de la edición para niños y de sus múltiples desafíos.

-La literatura para chicos ha crecido mucho en los últimos tiempos, pero no siempre lo ha hecho con un nivel de calidad parejo. ¿Cómo es editar para chicos?

-Es algo muy difícil, durante mucho tiempo ha sido una literatura considerada muy de segunda. Se pensaba que escribir para chicos es algo muy fácil y la verdad es que no es así. Se suponía que una edición para chicos necesariamente tenía que tener miles de colores. Recuerdo que nuestro gran poeta Arnaldo Calveyra decía que los niños “son tan graves”. Tienen una enorme capacidad para leer líneas narrativas y descubrir en los libros significados que a nosotros, como adultos, se nos pueden escapar. Por eso hacer libros para chicos es una tarea importante y para nada sencilla.

-¿Y cómo es tu tarea como editora de libros infantiles?

-Mi rol consiste en encontrar libros para niños que no sean “aniñados”, pero que tampoco sean tan difíciles que los alejen. Hay que encontrar un equilibrio y una complicidad con el niño.

-¿Tienen diferentes colecciones?

– En realidad no. Este año en que cumplimos una década de vida, estamos vislumbrando dos pequeñas aperturas. Por un lado, tenemos el libro-álbum en el que la ilustración tiene el mismo protagonismo que el texto y estamos incursionando en la no ficción para niños.

-¿Qué libros prevén en el rubro no ficción?

-Este año comenzamos con un libro que se llama Osos que habla sobre el oso negro, el oso marrón y el oso polar, sobre sus características físicas, el hábitat, la alimentación, la relación entre ellos y con el hombre. El libro también se mete un poco con la cuestión ambiental. Por ejemplo, con que a causa del calentamiento global el oso polar tiene cada vez menos territorio y menos alimento por la pesca indiscriminada. Para mí como madre, la no ficción para niños fue un descubrimiento. Los chicos pequeños están descubriendo el mundo y todo lo que es no ficción que aporte a ese conocimiento es una maravilla. Hay todo un universo por explorar. Lo que queremos es acercar a la niñez mundos lejanos pero reales.

-Pero no necesariamente ese conocimiento tiene que ver con lo pedagógico, con lo escolar.

-No, para nada. No tiene nada que ver, por lo menos en nuestro caso. Esa no es nuestra búsqueda. En Pípala nunca se encaró la literatura infantil desde lo escolar, sino desde un lugar de mucha libertad, de mucha imaginación. En cuanto a lo de no ficción, son libros informativos aunque la palabra suene un poco desalmada. Permiten conocer algo. Los niños son muy ávidos, son como esponjas que absorben información.

-¿Cómo se busca un autor infantil?

-Al principio trabajábamos sobre todo con traducciones porque es más fácil encontrar un texto ya ilustrado, traducirlo y publicarlo. El libro que se produce desde cero es más difícil porque hay que encontrar un autor y buscarle una pareja estética para las ilustraciones. Eso conlleva más trabajo y exige un mayor conocimiento del medio.  Por eso, empezamos con traducciones y, poco a poco, a medida que se fue conociendo la colección, comenzaron a aparecer autores.

-¿Primero buscan al autor y luego al ilustrador que les ponga imágenes al texto?

-No siempre las cosas se dan de ese modo. Una vez un ilustrador español, Raúl Guridi, que ilustró tres libros de Pípala, me mandó unas ilustraciones que para él conformaban una historia. Yo estaba trabajando con Gastón Ganza, autor de la novela Juan entre sombreros, le mostré los dibujos y le pregunté si le gustaría escribir un texto para ellos. Los dos estuvieron de acuerdo y fue maravilloso trabajar de esa forma. Así nació Don Galindo y el Tornado, un libro que habla de la “normalidad” y se pregunta si somos locos por hacer las cosas de manera diferente a como las hacen los demás. El resultado fue maravilloso y para mí fue un ejemplo de las diferentes maneras que puede tener la creación de un libro.

-Los libros para chicos son muy caros por el tema de las ilustraciones. ¿Cómo se manejan los costos?

-Contra lo que nos gustaría, desde el principio imprimimos en China, que aun con el transporte resulta más barato. También lo encarece el hecho de que tienen que tener tapa dura para que sean resistentes al uso que les dan los chicos. El papel también es caro, pero lo más caro es el cartón de la tapa. Pero la idea es que los libros duren, que puedan atravesar distintas generaciones, entonces hay que hacerlos de ese modo. Nosotros solo usamos papeles reciclados o de forestación controlada, es decir de bosques que se plantan especialmente. Para todos nosotros esas son cosas muy importantes. Además, imprimir afuera nos permite muchas cosas como el calado de las tapas, hacer acordeones como la del libro Dentro del bosque que se estira y tiene más de dos metros. Hay otros libros que tienen calados en la tapas o en las hojas y eso es complejo de hacer. Quizá se podrían hacer en imprentas de aquí, pero el costo sería muy alto y nosotros lo que queremos es llegar a la mayor cantidad de público posible.

A veces los adultos no somos conscientes de la importancia del libro como objeto. Pero no es lo mismo leer un libro de tapas feas que uno de tapas lindas; uno con una caja con espacio que permita el subrayado y otro que no lo permita y tenga una tipografía apretada.

-Claro, porque todas esas cosas hacen a la experiencia misma de la lectura. A nadie le gusta leer esos libros de bolsillo en que la letra es tan chica que hay que utilizar una lupa. Eso condiciona la lectura. A los que trabajamos con libros nos gusta el soporte papel, sentir la textura del papel, el olor de la tinta. Esa experiencia sensorial se pierde con el libro electrónico. Creo que el surgimiento del e-book obligó a prestarles más atención a los libros en soporte papel, a su materialidad.

-¿Cómo surgió en nombre Pípala?

-Cuando se formó el sello había que buscarle un nombre. Di muchas vueltas tratando de encontrar uno divertido y que no fuera muy literal. En ese momento estaba leyendo un libro que se llama Buda del autor japonés Osamu Tezuka que hace novelas gráficas. Lo que yo estaba leyendo era la vida de Buda en siete tomos. Estaba justo en el momento en que Buda se sienta debajo del árbol y se ilumina. El árbol se llamaba Pípala en la traducción al inglés que yo estaba leyendo. Es un árbol súper común, es un tipo de ficus pero asiático. Me pareció que tenía un nombre muy hermoso y que, a la vez, era el árbol de la iluminación. La palabra en sí, además, me sonaba muy lúdica. Testee el nombre y funcionó.

-Tiene algo de campanita.

-Sí, totalmente, tiene algo que es muy sonoro y eso nos gustó mucho.