“Es como que decide que quiere hacer algo y simplemente lo hace”, dice la hija menor las hijas de Gordon y Donna sobre su hermana. La frase sintetiza el espíritu de un tiempo que Halt and Catch Fire supo sintetizar como pocas series lo han logrado sobre la época que se ocuparon. La historia de cuatro amigos a partir de sus profesiones y no de crianza es otra marca indeleble de la década que cuenta Halt…, ese período que va de 1983 a 1994, cuando en Estados Unidos (y por lo tanto, poco tiempo después, en el mundo), se produciría, acaso, el cambio cultural más fabuloso que la humanidad haya experimentado, al menos, desde la Revolución Industrial.

Ellos, todos dedicados a las nuevas tecnologías que se resumen en lo que gira alrededor de la computadora, reúnen, en cada uno de sus personajes, todos los personajes que esa década hizo surgir, cuya estela aún no ha llegado, porque eso querría decir que se está yendo o diluyendo, y aquel espíritu de la frase del inicio, querer hacer algo y simplemente hacerlo (desde un viaja a un insulto o un improperio en una red social, pasando por dejar de un día para el otro una pareja) está en plena vigencia.

Ellos son Cameron, Joe, Donna y Gordon. El último maestro del hardware, la anterior, su mujer, en el mismo rubro pero con mucho más cabeza para armar el negocio; el otro varón un especie Steve Job aunque no a tiempo completo: sabe mucho mejor fascinar que armar un aparato o un programa, entiende lo que sus congéneres esperan del nuevo tiempo pero sabe poco de cómo dárselos; por último la otra dama, la genia del software, Cameron: ella y Gordon consiguen esa sintonía especial que se produce entre los que saben qué es eso de tener algo de talento para algo. Hay un quinto personaje, a la manera de un quinto Beatle; el hombre de la vieja escuela que encarna Toby los dotará de la rudeza que el mundo de los negocios necesita y que ellos, con el apresuramiento de cualquier joven que quiere mostrarle todo lo que tiene para ofrecer al mundo, carecen y por eso creen que no hace falta.

Si bien sobresale por su guión, en Halt… el tratamiento audiovisual no le va en saga. Las tonalidades de la imagen y sus texturas son un verdadero viaje en el tiempo para los que tuvieron la fortuna o la desgracia de haber vivido esos años. La composición de esa imagen cambia de los 80 a los 90 y la serie lo registra con la misma naturalidad que los nativos de entonces traspasaron esos años. Todo, imagen y guión, apuntado a volver a vivir, con la perspectiva que permite haber visto correr el agua bajo el puente, aquellos años. Es una revisita; es sentir la versión actual de esos años es real, pero no tan certera como se cree. Aquello fue más grande de lo que aún hoy se puede imaginar. Y sin embargo se sobrevivió. En algunos casos se salió mejor. Formateados como estaban esos precursores en una cultura analógica, siempre palpable y casi totalmente previsible, soñaron y consiguieron plasmar una cultura digital que sigue desprendiéndose, a un ritmo cada vez más veloz, de la analógica que le dio origen. Entre otras muchas cosas y a modo de botón de muestra, cada vez menos saben -sabemos- cómo es una foto de película y no digital.

Que la serie se haya ocupado de ese período y no se haya extendido hacia, por ejemplo, la aparición del mp3 o Youtube, por poner algunos ejemplos, resulta un gran acierto. Fue hasta ahí que duró y sucedió el sueño del mundo tal como la fantasía de sus perpetradores lo había soñado. No quiere decir que luego llegó la pesadilla. Pero la frase dicha por la hija menor de Gordon y Donna moriría al poco tiempo de haber salido de su boca: crecerían los controles sobre la libre navegación, la intromisión de los estados y las empresas privadas en la vida privada de los usuarios, la actividad de estafadores y hackers de todo tipo para llenar de miedo a los usuarios y llevarlos a visitar sólo «páginas seguras», la profudización del derecho y la fiscalización del copyright y el combate de otro tipo de licencias de uso libre y la acusación de piratería a compartir archivos; los programas se volverían más autónomos de las decisiones de los usuarios, convirtiendo las sugerencia del inicio en imposiciones lisas y llanas. La magia de entonces se volvería en truco vil.

El sueño terminó, podría haber dicho algunos de los personajes. Tal vez no lo dice porque aquel que anunció John Lennon cuando se disolvía The Beatles era un sueño analógico, y éste un sueño digital, que como ya todos sabemos, nunca muere del todo, siempre deja algún rastro pasible de ser convertido en un nuevo sueño. Como el que expresan sobre el cierre Cameron y Donna, más la segunda que la primera, tal vez por tener uno de los grandes residuos del mundo analógico: hijas. Ellas son el germen de la nueva mujer que verá explotar el siglo XXI, son el futuro, ese tiempo que promete tanto como niega.