El mundo que le toca al presidente Alberto Fernández no es el mismo que vivieron los líderes progresistas de Sudamérica en la primera década del siglo XXI. No es solamente que los países vecinos estén gobernados por dirigentes de derecha alineados con Estados Unidos, es que la hegemonía mundial está en disputa y el todo poderoso imperio estadounidense tiene rivales. China, en el plano económico y comercial; y Rusia, en el militar, han formado un polo de poder que genera un mundo con rasgos comparables a los de la Guerra Fría que caracterizó al planeta luego de la Segunda Guerra Mundial.

El nuevo presidente asumió con un país en crisis y con un nivel de endeudamiento externo, en dólares, exorbitante, y con vencimientos acumulados en el corto plazo. Este escenario, para evitar el default y sus consecuencias, obliga a una renegociación de la deuda. Y esa renegociación precisa del aval del Fondo Monetario Internacional. Y el FMI, se sabe, está controlado básicamente por el Tesoro estadounidense.

Es un encadenamiento que plantea un desafío muy complejo para un gobierno peronista que apuesta a tener una política exterior lo más autónoma posible, en un contexto global donde ninguna nación es del todo autónoma y menos las periféricas.

La relación con Estados Unidos, por el poderío en todos los niveles que tienen los norteamericanos, siempre es un tema central de la política exterior. Pero en el contexto actual su peso es aún mayor.

Para analizar el vínculo entre Argentina y EE UU durante el primer mes del nuevo gobierno, Tiempo consultó a Anabella Busso, investigadora del Centro de Relaciones Internacionales de la Universidad de Rosario (CERIR), y Mariano Ciafardini, profesor de la Universidad de Quilmes y analista de política internacional.

“Me parece que en estos primeros 30 días la política respecto de Estados Unidos se ha mantenido dentro de las expectativas que planteaba Fernández en la campaña electoral-dijo Busso-. La actual oposición (Cambiemos) decía públicamente que sería una relación desastrosa, por el alineamiento automático que había impulsado Mauricio Macri. Alberto viene apostando a una línea de equilibrio, igual que en otros frentes. Hay una crisis económica severa y no es posible darse el lujo del default. Eso plantea la necesidad de un aval del Fondo, controlado por los estadounidenses, para renegociar. A pesar de esto,  hubo decisiones que muestran un nivel de autonomía relativa en la política exterior: el primer viaje del presidente fue a México y se planteó seguir la línea de México y Uruguay respecto de Venezuela. Por otra parte, Argentina no dejó el Grupo de Lima, pero no respalda sus comunicados. En los últimos días hizo uno propio en el que también cuestionó, pero a su manera, las acciones del gobierno de Nicolás Maduro contra los diputados de la oposición”.

Ciafardini tuvo una visión un poco más crítica de la política exterior del gobierno en estos primeros 30 días respecto de EE UU, sin dejar de reconocer las limitaciones que impone el contexto. “Hay un período inicial de un gran cuidado, cauteloso, buscando un equilibrio entre una política con declaraciones de autonomía y otras que muestran una intención de tender un puente con Washington. Teniendo en cuenta la negociación de la deuda, no es fácil evitar ese puente”. “La defensa de Evo Morales y su asilo en el país-agregó Ciafardini- no es gratis para el gobierno argentino y lo ha hecho de todas maneras. Por eso digo que, más allá de que aún no se pueda medir el  éxito de estas acciones, que se busca un punto medio, un equilibrio”.

Busso coincidió con Ciafardini respecto del costo que implica para Alberto Fernández haber concedido el asilo a Evo Morales, luego del golpe de Estado que lo sacó del poder. “Estados Unidos respalda al gobierno que surgió del golpe porque contribuye a debilitar los presidentes de izquierda en América Latina, en un marco de derechas debilitadas por las protestas sociales. Fue una decisión muy fuerte del nuevo presidente  asilar a Evo en el país”.  

Los dos especialistas estuvieron de acuerdo en lo complejo del contexto regional que enfrenta el ejecutivo peronista. “No ayuda-dijo Ciafardini-. Le ha tocado un escenario muy distinto al de Néstor Kichner en Argentina, Hugo Chávez, en Venezuela, y Lula, en Brasil. Alberto podría ser parte de un contra reflujo del giro a la derecha que tuvo la región, pero es un proceso muy incipiente y no está claro el desenlace. Es una situación más compleja que la del 2003”.

Con una mirada similar, Busso destacó: “El contexto del subcontinente limita mucho la capacidad de autonomía respecto de los estadounidenses. Alberto está rodeado de gobiernos alineados con los norteamericanos”. “Y los presidentes de derecha-agregó Busso-generan una conflictividad exagerada con los vecinos que piensan distinto. Hay tensiones con (Jair) Bolsonaro (presidente de Brasil), con Chile, y con Bolivia, por el asilo a Evo. Estos gobiernos, por otra parte, tienen situaciones domésticas complejas y eso modera sus posiciones sobre Argentina. Todo es muy inestable”.

La incógnita que sólo responderá el tiempo es si el equilibrio que busca el presidente es posible en el actual contexto internacional.  «