Son diez o veinte minutos de crisis, un tsunami interno que sube en una ola de palpitaciones, mareo, temblor y ahogo, hasta que uno siente que deja de ser uno, se pierde el control y el individuo se despersonaliza. Llega con toda su fuerza el miedo a la muerte y la locura. Comúnmente se lo llama “ataque de pánico”. Otros hablan de trastorno de ansiedad. Desde el psicoanálisis se hace hincapié en un ataque de angustia extrema, que Freud ya nombraba en sus trabajos. Lo cierto es que en los últimos quince años, el diagnóstico de estos casos creció exponencialmente. El miedo a morir deja paso al miedo al miedo. Los exámenes médicos dan todos bien; entonces se agregan la culpa y la vergüenza de sufrir síntomas que no se ven.

Ernesto Ardito sabe de qué se trata. Lo padeció entre 2007 y 2009. Luego de ese proceso, este reconocido director de películas como Alejandra y Raymundo, sobre Gleyzer, decidió canalizar ese mundo de sufrimiento en un documental que realizó junto a su compañera, Virna Molina, y que se estrenó el jueves en el Cine Gaumont y en la plataforma digital cine.ar, titulado Ataque de pánico. “Busqué explicar qué es el trastorno de pánico, no sólo de manera informativa, sino para que sirva para debatir entre los especialistas”, explica Ardito.

Perder el control

“Lo complicado es que el pánico está basado en el silencio. Hay una estigmatización de las enfermedades mentales en la sociedad. Te cuesta hacérselo entender a tus seres queridos, y a la vez te restringe un montón de actividades, sin poder explicarlo”, dice Ardito. Su padecer comenzó hace diez años, luego de filmar el proceso de la fábrica Zanón, envuelto en represiones y violencia. Creyó que le iba a agarrar un ACV o un ahogo que nunca cesaba. Como otros miles, pensó: “Nunca se va a terminar”.

“El sistema de alarma falla”, sostiene Ardito, cuyo primer impulso fue indagar, informarse. Buscó otros casos en Internet, encontró bibliografía de diferentes tendencias y luego inició el tratamiento. La crisis nerviosa lo llevaba desde no poder entrar a un cine (“en cada película veía algo de lo que me estaba pasando”) hasta no comer (“directamente no me entraba la comida por la boca”), pero se encontró con un amigo que había pasado por lo mismo y lo tranquilizó. Ya podía exteriorizarlo. En el paciente, el lugar donde le ocurrió una crisis de pánico genera no querer volver ahí, desde un subte hasta el lugar de trabajo.

Un aspecto central de la película es la incorporación de la sociedad en la que vivimos como una de las causas. “En la Argentina, el cénit fue la crisis de 2001. Se cayó el sistema protector del Estado”, sostiene Ardito. Agrega otro factor: la idea de control. “Querés controlar todo, asumís una gran responsabilidad en todos tus actos, y si perdés esa situación de estabilidad, empezás a entrar en crisis. No hay nada más incontrolable que la muerte”.

La agorafobia genera un círculo vicioso: la angustia lleva al encierro, el encierro a la depresión, y entonces, más angustia y pánico. El trastorno es multicausal. Ardito añade las nuevas tecnologías con las redes sociales, la velocidad a la que se vive, y el rol de los medios de comunicación que bombardean con noticias fatalistas “en una cultura del miedo globalizada, con un Estado que reprime. Vivís en estado de agresión y violencia constante”.

El origen de las especies

“El 70% de las personas que nos consultan son mujeres”, expresan en la Asociación Ayuda, donde hacen hincapié en que, con el correr de los años, el promedio de la edad de los diagnósticos, que suele entre 25 y 40 años, desciende.

Una particular hipótesis de Ataque de pánico (donde predomina la voz en off e imágenes perturbadoras que exhiben la sensación interna de la víctima) se centra en Darwin: los malestares de palpitaciones y encierro que sufrió el naturalista tras su viaje a Sudamérica y el Pacífico no fue Chagas ni envenenamiento, como le diagnosticaron, sino un trastorno de pánico y la idea de vacío existencial al darse cuenta de que Dios ya no existía, que el destino dependían ahora de los hombres.

El cuerpo habla. Los momentos de crisis pueden servir para detectar la alarma por esa vida que estamos llevando. A Leonardo (30), empleado administrativo, su pareja le cuestionaba no padecer ningún problema físico: “‘Yo también estoy cansada, los pibes se portan mal y vos no podés seguir jugando al enfermo’. Ahí me di cuenta que la pareja estaba mal”, revela en la película.

Salir de la melancolía

Estela (41), redactora publicitaria, rechazó la primera vez la medicación: “Cuando leí el nombre de la droga me acordé de una tía que había muerto loca. Pensé: ‘Voy a terminar igual que ella’”. Parece el fin del mundo pero todos coinciden: se puede salir. Nadie se murió de un ataque de pánico.
Cada individuo es una historia, con sus propios traumas y angustias. No hay un tratamiento único. La terapia es fundamental para encontrar los orígenes del síntoma. Recuperar deseos, motivaciones. Y hablar. Para eso bien puede servir una película que indague sobre este trastorno silencioso. «

El doble de antidepresivos

No hay estadísticas certeras. Las asociaciones sostienen que cerca del 10% de la población sufre o sufrió un ataque de pánico al menos una vez. Lo único que se sabe es que en los últimos 15 años, los casos aumentaron significativamente. Y se multiplicó la aplicación local del manual estadounidense DSM4, que establece un catálogo de trastornos de salud mental. 

El aumento del trastorno también generó un crecimiento exponencial en la venta de medicamentos «que actúan en el sistema nervioso central». Así los llama la Confederación Farmacéutica Argentina, cuyas estadísticas reflejan que en 2004 se vendieron poco más de 4 millones de antidepresivos y equilibrantes; en 2015 ya alcanzaron los 9,3 millones. En el mismo lapso, los antipsicóticos se duplicaron y hoy superan los 5,5 millones.