Faltan tres semanas para que empiece el invierno, pero ya se siente un chiflete que cala en los huesos. Al fin llegó, pudo pensar algún amante del frío. O de la lluvia que pica en ese anochecer desapacible, casi helado por ser el primero de la temporada. Y las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo: la señora exagerada paseaba alguna de sus pieles bajo el paraguas que apuntaba sin empacho a los ojos ajenos. Caminaba por la flamante mitad fashion de la Avenida Corrientes y bramó cuando casi la atropella un vehículo que cruzó la franja peatonal. Debió volver a la vereda en su tránsito hacia Callao y, espantada, con sus zapatitos pagados en euros, eludir a quienes se aprontaban a pasar la noche en los rincones, junto a la puerta del boliche, debajo del kiosco, a la vera de los escaparates o las cortinas metálicas. Incluso esa muchacha que llegó con su bebé dormido en un desvencijado carrito. Tantos y tantos en la calle. Las veredas húmedas convertidas en dormitorios.

La grieta, en estado puro, brutal. Y la hiriente relación entre el calendario, la temperatura y el recuerdo trágico de que «hay que pasar el invierno».

Horas antes, el jefe de Gobierno porteño, en una frase que invita a responder con exabruptos, dijo que, en realidad, esa gente no duerme en las calles porteñas sino que «vienen a pasar el día» ya que muchos “son de Provincia”.   Digresión: ¿acaso sólo Buenos Aires es Provincia? ¿Las demás no lo son?

Cómo pasará el invierno esa gente. Cómo lo harán los chicos de las escuelas públicas. Horas después, una nueva explosión en un aula conmovió a una escuela de Moreno, aunque impactó escasamente a una sociedad a la que le retacearon la noticia. Se cumplió el protocolo y la escuela fue evacuada. Lo que no cumplieron fueron las obras prometidas.

Cómo pasar el invierno aquéllos que debemos pagar aumentos de gas de más del 50 por ciento. O las/los portadores de pañuelos verdes que una vez más enfrentan la noche y el frío con la alegría, la convicción y la potencia de sus vigilias y sus movilizaciones. O esa abuela de 85 años que vende torta fritas en las movilizaciones porque no le alcanza la jubilación. Ese país real (de recurrente parece ser noticia vieja) del salario pisoteado, las industrias cerradas, el PBI en picada, las importaciones indiscriminadas. El país de víctimas de gatillos fáciles cuya sangre es convertida por algunos medios en salsa donde regodearse, o el del chiquilín quemado bajo la precariedad del techo de chapa en Comodoro Rivadavia, o los enfermos de ese Hospital Posadas en crisis como tantos otros…

Cómo pasará el invierno ese muchacho que casi pierde un ojo en la fría mañana del miércoles pasado, cuando recibió un balazo de goma en el Puente Pueyrredón, con el país en huelga general frente al estreno de nuevas máquinas de represión, eficaces y caras (millones que, por caso, no van a los multiplicados merenderos), mientras la ministra festeja el debut y provoca con su «hartazgo por tanto paro». Y el presidente, sin pasar frío, ni vergüenza, felicita al ejército argentino pero no dice ni una coma de los laburantes, a tres asientos de distancia de un fiscal rebelde que no va a la Justicia pero sí al Regimiento de Granaderos. Ese presidente provocador que mientras bullían las ollas populares en varias esquinas bonaerenses fue a saludar a las chicas futbolistas que van a encarar su juego mundial…

En ese sentido de banalidad, cómo terminará el invierno para tanto admirador de Leo Messi, quien otra vez, en su modo muy particular exhibió su bronca traducida en la promesa de poner el alma y su destreza para generar una alegría popular, al menos una futbolera, en la Copa América. O los pibes del Sub 20 que vuelven a entusiasmar. O a las chicas futboleras que soportaron al presidente.

Tal vez sea una banalidad, aunque siempre será menor que la de los medios top que dedican generosísimos espacios a la trascendental, imprescindible noticia del casamiento en secreto de un conductor televisivo, o qué significa tener «buen sexo» para una boba mediática, mientras retacean espacios a cuestiones como el nuevo aniversario del célebre Cordobazo o a la respuesta afectuosa y contundente del Papa Francisco a Lula da Silva, víctima de la derecha, si las hay, otra más, quien seguramente pasará este invierno entre rejas injustas.

 Será en definitiva un invierno duro, aunque para un muy vasto sector de argentinos amanezca la factibilidad de un cambio que esperanza, una ilusión sacudida por la presentación de nuevas candidaturas que apuntan a una unidad (siempre saludable, aunque a veces juntarse no sea otra cosa que amucharse) que no debería negar lo evidente ni olvidar, por más que éste sea un tiempo urgente de remendar (como sea) lo que no se construyó hace cuatro años, o lo que derrumbó después. Una unidad que, aunque sea desde abajo, debería tener el aporte de la izquierda (a su modo), en la comprensión de unos y de otros de que toda vez que se parte, el campo popular pierde fuerza.

Y sí, será un invierno cruel, pero mucho peor podría serlo cuatro años completos más… «