Existe un punto en la ciudad de Buenos Aires en el que confluyen tres barrios (Villa Urquiza, Villa Pueyrredón y Parque Chas). Es precisamente en el vértice de este último, en la esquina de La Pampa y Av. de los Constituyentes, en el que desde 1931 el bar El Faro es testigo de charlas y confidencias de los vecinos y de infinidad de transeúntes ocasionales. Pero desde hace 10 años, este bar notable es también escenario de uno de los fenómenos más cautivantes que tiene como protagonista excluyente al tango.
Y es que en este, para muchos, escondido punto de la ciudad, el cantor Hernán «Cucuza» Castiello lleva adelante el ciclo El tango vuelve al barrio, en el que el género habita con sus sonidos las paredes repletas de ecos de conversaciones añejas, confidencias, recuerdos y aromas de minutas y cafés.

Hoy por la noche, «Cucuza», acompañado por el Trío Inestable compuesto por Sebastián Zasali (bandoneón), Noelia Sinkunas (piano) y Mateo Castiello (guitarra) y varios invitados, celebrará con su voz los diez años que lo tiene como generador de encuentros de los artistas con un público que adoptó al lugar como un sitio en el que se respira todavía el espíritu de barrio y sus duendes se pasean por entre las mesas del bar.

– ¿Por qué se te ocurrió cantar en un sitio como este?
– Yo soy vecino del barrio y sentí que en la zona había muchos lugares dedicados el tango pero principalmente dedicados a la milonga. Salvo el «Café de la U» en Av. Triunvirato y Roosevelt, enfrente de la estación Urquiza, no había un lugar en el que se pudiera escuchar tango cantado. Mi acercamiento a El Faro también tiene que ver con lo afectivo, ya que mi viejo era habitué de este lugar en los años 60. Me inspiró lo que hacían en su momento Luis Cardei con Antonio Pisano, que era ese encuentro minimalista entre un cantor y un guitarrista en un boliche que se llamaba Arturito.

– ¿Fue difícil imponer este tipo de espectáculo en un lugar como éste?
– Costó un poco pero perseveramos. Mi primer intento fue en el 2006 y no tuvimos una gran repercusión. Al año siguiente lo intentamos nuevamente gracias a la generosidad del nuevo encargado que tenía en ese entonces el bar, Ezequiel Rodríguez, a quien le agradezco la oportunidad que nos brindó. Desde ese momento le abrimos la puerta al tango en este lugar. Arrancamos un 7 de agosto de 2007. Y se ve que no tenían muchas expectativas de que la cosa funcionara, ya que la primera presentación la hicimos con las persianas bajas y se debía entrar por una puertita. Esa primera noche vino mucha gente del barrio, muchos veteranos, y la sorpresa fue que la concurrencia fue mucha más de la que esperábamos. Al principio la tuvimos que remar mucho pegando los carteles por el barrio, ocupándonos de la difusión boca a boca. Pero sin dudas que valió la pena, porque había una necesidad de instalar un ciclo de estas características en un lugar que está más allá de lo que se puede considerar el «circuito tanguero» de la ciudad.

– Es llamativa la diversidad de público que convoca siempre este ciclo, ya sean personas mayores como jóvenes. ¿A qué creés que se debe esto?
– Siempre apuntamos a los tangueros que buscan lugares con los que se puedan sentir identificados y cómodos y el bar le da autenticidad a nuestra propuesta. En ese momento actuábamos con Maximiliano «Moscato» Luna en guitarra. En El Faro no hay escenario, nos enfrentamos cara a cara con el público y tratamos de hacer un repertorio en el que interpretamos esos tangos que no son tan frecuentados. Nuestra idea siempre fue la de no hacer espectáculos como los que se hacen para el turismo. Creo que la principal característica de lo que hacemos es que no existe esa mezquindad de cantar a reglamento. Es decir que no actuamos 40 minutos y damos por terminado el encuentro. Precisamente lo que fomentamos es el encuentro entre los cantores, los músicos, los vecinos, los amigos de los vecinos… Y creo que eso se nota en una actitud honesta que tienen todos los artistas que se presentan en el lugar.

– ¿Reconocés que en cierto modo sos un cantor atípico, que escapa a ciertos patrones establecidos para un tanguero for export?
– Yo siempre le escapé a esos lugares dedicados principalmente al turista. Por una cuestión de personalidad no soy el típico cantor de casa de tango. Desde ya que es una fuente de trabajo importante para muchos, pero a pesar de que algunos bien intencionados me dicen que estoy para poder actuar en otro tipo de lugares, siempre elegí la manera de hacer tango como yo la siento. Por eso es que me gusta el bar y el barrio. El mérito que tiene hacer tango durante diez años en un bar que geográficamente está en el límite entre Parque Chas, Villa Urquiza y Villa Pueyrredón, al cual, para evitar conflictos territoriales, bauticé como «Urquichasdón», es el de reconocer un logro inmenso que no lo hice yo solo, sino que lo hacen los artistas que vienen a actuar, los vecinos de la zona, los que se acercan de toda la ciudad y los amigos que fuimos haciendo en todo este tiempo.

– En estos diez años se vivieron grandes momentos en El Faro y uno de esos fue cuando estuvo Rubén Juárez, con cuyo nombre fue bautizado el «escenario inexistente» del bar en el que se presentan todos los artistas.
– Lo de Juárez fue un antes y un después. Él y Goyeneche son mis grandes referentes. De tanto ir a escucharlo tuve la suerte de entablar una relación con él y con su familia. De hecho, al año de su fallecimiento, se hizo un homenaje llamado la Procesión del bandoneón blanco que culminó acá en el bar. «El «Negro» vivía en Carlos Paz y en una oportunidad lo llamé para invitarlo a tocar. Me dijo que era un poco complicado poder hacerlo. Pero, el miércoles antes de nuestra actuación del viernes con «Moscato», me llamó para decirme que iba a venir. ´¿En serio que vas a venir?´, le pregunté. Y me respondió: ´¡Sos boludo, si te digo que voy es porque voy!´. Después de actuar en El Faro fue a cantar en el club Sin Rumbo, el sitio que maneja Julio Dupláa. Y cuando ya estábamos en la recalada, luego de nuestra actuación, ¡lo vemos entrar al «Negro» por la puerta a las cinco de la mañana! Y se quedó hasta las nueve y media… La gente entraba al bar para desayunar y se encontraba con Juárez cantando, tocando el bandoneón y charlando con todos nosotros.

– ¿Qué es lo que rescatás de estos diez años de «El tango vuelve al barrio»?
– Me gusta la complicidad que hay entre los que actuamos y el público así como la que fomentamos entre los artistas consagrados y los que recién comienzan. Siempre me interesó esa mixtura de que actuaran nuestros referentes y los artistas jóvenes. Soy un egoísta porque me gusta convocar a artistas que me gustan, que admiro y con los que me siento a gusto, como Lidia Borda, La chicana, Guillermo Fernández, el «Chino» Laborde», Abel Córdoba, Alberto Podestá, Juan Serén, Omar Giammarco, Juan Carlos Godoy, El arranque, la Orquesta Victoria. Cuando convocamos a artistas u orquestas para tocar en el bar, sentimos que lo hacen con gusto y con ganas porque el lugar se transformó en un referente del género en los últimos años. Y esto nos llena de satisfacción. Y sobre todo nos satisface la aceptación de la gente que viene a escucharnos, aunque sepan que el lugar no es muy grande y que, por suerte, siempre se llena. Los habitués de El Faro ya saben que si querés tener una ubicación buena, tenés que bancarte las escupidas del cantor.