Cuando éramos chicos, para que estudiáramos para la prueba de mañana, para que tomáramos la sopa o un remedio intragable o para que nos durmiéramos porque ya era hora o porque habíamos liquidado la paciencia de nuestros viejos nos amenazaban con el cuco. ¿Es que alguien decidió que volvamos a la infancia y nadie nos avisó? Nada de eso. Simplemente somos argentinos, ahora adultos, e igualmente inquilinos del temor, ciudadanos del sobresalto, vecinos del desasosiego, hijos de mil cucos (que digo mil: hijos de remil cucos).

Tal vez esto haya sido así desde el mismísimo 26 de mayo de 1810 (fecha en la que no estuve, lo juro) pero en mi ya larga vida los cucos con que nos propiciaron reverendos fruncimientos y soberanos cagazos fueron, entre otros, y según quienes les dieran manija desde el poder o desde la contra, los conservadores, la guerra fría, el peronismo con y sin Perón, el comunismo, los radicales, los carapintadas, los liberales, los kirchneristas, la derecha y la ultraderecha, el centro y la centroizquierda, la izquierda, los gorilas, el peso, el dólar, el riesgo país y, ahora y siempre, los fachos, los golpes militares y los golpistas civiles, los grupos de tareas, los torturadores y los servicios.

Cualquiera de nosotros sabe que, en algún momento de nuestra existencia, caímos prisioneros de estas formas de “no pensamiento” que, de acuerdo a cambiantes conveniencias y enemistades ideológicas, solo trajeron la consecuencia de provocar recelo, intranquilidad, sospecha, bah, miedo. Por eso, nuestra piel está constituida (pero, por suerte, no curtida) por sucesivas capas de miedos.

Los cucos actuales son muchos y algunos, más modernos, pero como inequívoca extensión de los más históricos, nos tienen agarrados de las pestañas o, como dijo un poeta popular, con el culo a cuatro manos. Que jabón ser un desocupado más; qué julepe la posibilidad de perderlo todo como ya le sucedió a millones en el Rodrigazo del ’75, en la dictadura del ’76, en el menemismo de los ’90 o en el 2001; qué cuiqui con las políticas del neoliberalismo; qué chucho que me robaron el celular o cuando me olvidé una de las veintidós claves y contraseñas que tengo la exigencia de memorizar. ¡Ay mamita!, qué triste quedar a merced de jueces y fiscales corruptos, de pinchadores de teléfonos, de facturas de luz y gas extorsionadoras. Papito, protegenos de la inflación, del Fondo Monetario y de los políticos que le echan la culpa de la crisis a los extranjeros .Una nueva e innegable inquietud es la posibilidad del fraude electoral, así como nos angustia transformarnos, por cualquier pasamanos estadístico, en un nuevo pobre cuando no en un indigente. Nos provocan terror las malas y los malos de la película de la existencia, las amenazas totalitarias y las mentiras verdaderas de los medios. Le tuvimos aprehensión infinita a la soledad y a las arañas pollito; a la decadencia física y a los ruidos nocturnos, a los vuelos en avión y por supuesto a lo desconocido, empezando por la muerte. En serio: vivir con miedo es una de terror.

De chicos nos apretaban con la visita inminente del hombre de la bolsa. Ahora nos ponen a temblar con los tipos del mercado. Los cucos nos vuelven insignificantes, desconfiados ,débiles, alarmistas, pusilánimes, infantiles. Un dicho popular afirma que el miedo no es zonzo. Se equivoca: no solo es zonzo, también es idiota. Y los cucos también. Estemos muy atentos: vienen las elecciones, momento en que para ganar o ganar se renuevan las listas de presidentes, diputados, senadores, miedos y cucos.«