Son personajes indefinibles en el aire, que yo los veía de color verde. Muy cómicos, muy divertidos y muy amigos. Empecé a escribir y no sabía cómo eran. Luego tomaron un aspecto relativamente humano. Esa conducta de los cronopios es la conducta del poeta. Frente al que se plantan los famas, los grandes gerentes de los bancos, los presidentes de las repúblicas, las gentes formales… (Julio Cortázar)

La decisión de la Justicia brasileña de exculpar a Lula de todas las acusaciones, infundadas pero además llevadas adelante con procesos absolutamente irregulares comandados por Sergio Moro, a las órdenes del establishment, con el lawfare como bandera, viene a permitirle a nuestra América Latina una leve recuperación de sus ilusiones. Las que se fueron perdiendo poco a poco luego de los años de gloria de los gobiernos progresistas.

Lula fue acusado de hechos que claramente no tenían fundamento y cuyas raíces estaban metidas en lo más putrefacto del sistema jurídico que reinó en la región durante 200 años y que se ha hecho expresamente cruel y mentiroso en los años en que los sistemas de gobiernos inclusivos habían comenzado a cambiar los parámetros que casi vienen desde la propia fundación de nuestras naciones.

Lula sobrellevó la cárcel estoicamente. Fue privado hasta de hechos humanamente insoportables para cualquier sensibilidad cuando ante la desaparición física de un nieto no pudo salir para, al menos, hacer catarsis de su dolor. Fue perseguido obstinadamente por medios de comunicación al estilo de Clarín y La Nación: en Brasil se llama O’Globo, tiene un peso decisivo, trascendental, en la toma de subjetividad de la sociedad, lo que motiva una sujeción que le permite operar casi libremente con relación a intereses que le han permitido quedarse con todo, al estilo de los medios hegemónicos argentinos. O’Globo es dueño del entretenimiento y la diversión, se fue quedando con muchas cosas, aunque sin llegar al nivel oprobioso que el grupo Clarín ostenta en la Argentina.

Todo el tiempo trascurrió con ataque visceral también de los medios argentinos. Informaron permanentemente sobre Lula y las acusaciones que pendían sobre él, tratando de incorporar a la problemática argentina lo que le pasaba en Brasil. La corrupción de la que lo acusaban tenía su correlato aquí con las rutas de los dineros y de todas esas denuncias falsas que funcionaban primero en los medios de comunicación y luego en la Justicia, y a veces con un rebote sonoro en los partidos políticos de la derecha.

De tal manera que el tema de Lula también penetra fuertemente ahora en la Argentina. Aquí se están cayendo diariamente las causas: los argumentos esgrimidos se diluyen en medio de un clima putrefacto del comportamiento de Comodoro Py y de la Justicia en general. De modo que cuando llega la noticia de Lula, la repercusión es muy potente. A la derecha, porque se queda resentida una vez más, consiente que las falsedades hacia Lula replican en la Argentina como falsedades locales. A la izquierda, porque le resulta una suerte de liberación desde el punto de vista moral y ético para las personas acusadas.

El tema siempre fue ir contra la política, lo que es ir contra democracia. Todo se ajusta a la idea de la derecha continental de que con la democracia difícilmente puedan ganar las elecciones, con algunas excepciones: la realidad es que si la democracia funcionara, no deberían vencer. Aquello que no pueden lograr por la vía de los votos, aquello que les es imposible en la relación de fuerzas de quienes son muchos más en la clase media, en la pobreza y en la indigencia que las élites dominantes, requiere de la destrucción de los potenciales ganadores democráticos por vía de la justicia, que normalmente funciona como un hecho conservador. Ni hablar de las Cortes Supremas. Casi no hay excepciones en el mundo. Pero para abajo, el sistema judicial es un aparato que se corresponde con códigos que fueron establecidos por derecha. Y que luego, con las interpretaciones, cuando había algún peligro para las élites, era esgrimido como herramienta fundamental para vulnerar la democracia. O como ahora, encaramándose con sus ambiciones, a todo lo que llamamos periodismo, y ya no es. Por lo tanto, lo de Lula tiene un espejo en la Argentina. Y la Argentina tiene un espejo en Lula. Sergio Moro es Moro en Brasil, pero en Argentina es Ercolini, Bonadio, Pollicita, Moldes, Marijuan, Taiano, Lijo, Irurzun, Barroetaveña. Petrone, Lorenzetti, Rosenkrantz y otros, aquellos que sin ningún reparo ni prurito juegan siempre a favor de los intereses económicos y políticos de la derecha.

Toda América Latina recibe la noticia con alborozo, en los sectores de la izquierda. La reparación que se hizo en Bolivia con su líder Evo y la recuperación de su gobierno. Las posibilidades ciertas que tiene el correísmo en Ecuador. La forma en que Venezuela resiste los embates del imperialismo. El retorno del kirchnerismo integrando un frente más amplio.

Lula y su resistencia. Lula y su pelea. Lula y sus verdades. Son la resistencia, las peleas y las verdades que tienen quienes viven el ataque hiriente y pertinaz de los medios de comunicación en la Argentina. Estamos frente a un hecho relevante. Brasil no habría sido lo mismo con Lula: no se habría muerto la cantidad brutal de gente que un personaje como Bolsonaro, lindante con lo demente, promovió con su procedimiento con la pandemia. Lula lo habría evitado: es mucho más capaz, más sensible.

Sobre todo porque Lula sabe lo que Bolsonaro no entiende y no le importa, que es que siempre en las tragedias, los que más pierden son aquellos que resultan más vulnerables.

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Esta semana recordé en varias ocasiones a Julio Cortázar, con su sublime Historias de cronopios y de famas. La separación no solo es ideológica. También es humana. De formas de ser. Uno detestaba a los famas. Eran los tipos más conservadores. Los más feos. Los cronopios, en cambio, románticos, sensibles, revolucionarios, luchadores. Uno se abrazaba a un cronopio. Uno se abraza a Lula.