Todo aquel que fue al colegio, aun si no se convirtió en un lector apasionado, ha leído por lo menos algunos cuentos de Horacio Quiroga. Nacido en Uruguay, la frecuentación de su obra y el interés que despertó siempre su existencia trágica  asediada por la muerte, lo han convertido en un clásico de clásicos de la literatura argentina. Pero lejos de la solemnidad que suelen imponer los clásicos, Quiroga es un autor familiar, cercano a tal punto que sus cuentos suelen leerse siempre de forma desordenada ya sea en antologías escolares o en ediciones destartaladas por el uso y de papel amarillento.

 Cuentos de amor, de locura y de muerte y Cuentos de la selva son sus libros más frecuentados. Sin embargo, Quiroga tiene una obra cuentística monumental. La edición de sus Cuentos Completos que acaba de publicar Seix Barral permite apreciar desde sus más de 1100 páginas su prolífica producción en un género que, a pesar de la renuencia de los editores a publicarlo, constituye una marca distintiva de la Argentina. Basta la mención de tres autores para atestiguarlo: Quiroga, Cortázar y Borges. 

 La edición de Seix Barral abarca Los arrecifes de coral (1901), El crimen del otro (1904), Los perseguidos (1908), Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva para los niños (1918), El salvaje (1920), Anaconda (1921), El desierto (1024), Los desterrados (1926), Más allá (1935), Otros cuentos y Cartas de un cazador. Un breve repaso del índice da cuenta de que, aunque valorado como maestro del cuento, ha sido frecuentado por la mayoría de sus lectores de manera fragmentaria. El enorme volumen no se adapta en absoluto para leer a Quiroga en un medio de transporte público. Exige más bien una lectura atenta en el escritorio o sobre la mesa del comedor porque por su peso y su tamaño tampoco son aptos  para darse el placer de llevarlo a la cama y leerlo en la quietud de la noche.

 Como todo libro de obras completas genera la grata sensación de que por fin el mundo se ha detenido y que nos brinda la oportunidad de poseer algo en su totalidad, una tierra segura que no será modificada por el tiempo y que está a nuestra disposición para ser disfrutada de a poco, en pequeñas dosis. 

Pero, además de la promesa de redescubrir o conocer en profundidad la obra de Quiroga, el volumen tiene un bonus track: un prólogo de Sergio Olguín. Siempre despierta curiosidad de qué modo un escritor lee a otro escritor, de qué manera entabla un diálogo con él, aun cuando, como en este caso, hayan vivido en épocas diferentes. Por eso, acierta Olguín al hablar de su experiencia personal de lectura de los cuentos de Quiroga, siempre más interesante para la mayoría que el dato frío o el abordaje académico y distante. Asistir a la relación que establece un escritor con otro, la forma en que lo lee y la importancia que tuvo en su vida y/o en su escritura satisface la inquietud de ese voyeur literario que todos llevamos dentro. 

Olguín nos permite espiar sin ser vistos su historia personal con el autor de “La gallina degollada” “Conocí las historias de Quiroga –dice Olguín- mucho antes de leerlas, cuando yo tenía seis o siete años, mi hermana Alicia, que ya estaba en la secundaria, me leyó dos de sus relatos: “La gallina degollada” y “El almohadón de plumas”. Me los leía de a partes, a la noche, antes de dormir, como lo hacía mi madre cuando era más pequeño. Claro que estos Cuentos de amor, de locura y de muerte no tenían mucho que ver con mis incipientes lecturas infantiles. No sé si mi hermana me los leía para aterrorizarme y tampoco tengo memoria de pesadillas con el almohadón y los hermanitos sangrientos. En cambio, el recuerdo de la voz de mi hermana emocionada ante los cuentos de Quiroga marcó a fuego mis lecturas posteriores del autor nacido en Uruguay y adoptado tempranamente por la literatura argentina.” 

Además de permitir asomarse a la intimidad de su lectura, el prólogo de Olguín señala un punto importante de la escritura de Quiroga: su permanente vigencia que resiste el paso del tiempo y sigue encontrando lectores en las nuevas generaciones. “(…) Quiroga es una autor que no envejece –señala-, sino que madura como los buenos vinos.”

 El prólogo incluye también la sorpresa del autor de Lanús frente al desprecio que Borges sentía por la obra de Quiroga: “Siempre me llamó la atención que nuestro escritor más importante, Jorge Luis Borges, haya sido incapaz de reconocer el talento de Horacio Quiroga. Es conocida su definición sobre su colega: ´Horacio Quiroga es en realidad una superstición uruguaya. La invención de sus cuentos es mala, la emoción nula y la ejecución de una incomparable torpeza.´ Qué capacidad para la injuria que tenía Borges para destrozar a alguien que no le caía bien.”

 Curiosamente, si hubiera que mencionar dos cuentistas paradigmáticos de la literatura argentina, los nombres de Borges y de Quiroga serían los primeros en la lista. Estos cuentos completos de Seix Barral permiten, entre otras cosas, percibir que el autor en cuestión tiene una obra cuentística mucho más extensa de la que se conoce habitualmente. Además, contra la negra aureola trágica que siempre rodeó a Quiroga, hace posible vislumbrar otras facetas del autor, como la ternura con que se dirige a los chicos sin por eso pintarles un mundo color de rosa, sino transformando, quizá, la violencia de la naturaleza en una metáfora elocuente de la violencia del mundo.