Año 2009. El francés Patrick Manoukian envía el vigésimo octavo borrador de un libro a su hija Zoe, que vive en la Argentina. Para su sorpresa, la devolución no es el habitual elogio sino un desafío: la joven no le va a leer una sola línea más hasta que no se digne a terminar alguno de sus inconclusos escritos. La respuesta del paciente padre no se hace esperar y el reto familiar se materializa en un audaz compromiso de escribir dos títulos por año, de diferentes géneros y bajo distintos nombres.

Año 2019. Después de un debut como escritor a los 65 años, Ian Manook –uno de aquellos seudónimos prometidos– se encuentra en Buenos Aires para difundir su trilogía del comisario Yeruldelgger, una inquietante saga policial que transcurre en las inhóspitas estepas de Mongolia, entre yurtas de pueblos nómadas, monjes chamanes y tradiciones inescrutables.

A una década del encantador ultimátum de su hija, la anécdota familiar vuelve a cobrar vida durante la entrevista de Manook con Tiempo. Ocurre que el escritor apenas se las rebusca con el español y, ante las profundas limitaciones de este interlocutor con el idioma francés, el encuentro sólo es posible gracias al auxilio de una joven intérprete llamada Zoe, la del desafío. 

Así, en un ambiente casi íntimo, Manook mira de reojo a su hija y recuerda cuando le tocó el turno de escribir en clave policial, una empresa literaria para la cual, según admite, no tenía la cultura necesaria. «Mi fórmula –explica– fue seguir el consejo de un viejo amigo, que siempre decía que la clave de todas nuestras elecciones debía ser que fueran pertinentes e inesperadas. Por ejemplo, si buscamos una foto sobre la India y elegimos una del Taj Mahal estamos frente a algo pertinente, pero banal; y si la imagen es de un joven haciendo skateboard con una remera escrita en hindi, es inesperada pero está fuera de tema. Ahora, si tenemos la combinación de las dos cosas estamos frente a la fotografía perfecta».

En el caso del comisario Yeduldelgger –protagonista de Muertos en la estepa, Tiempos salvajes y La muerte nómade (aún no publicada en español por Salamandra)– lo pertinente es el lado oscuro que el investigador comparte con otros personajes de ficción, como el inspector Wallander de Henning Mankell. «Aunque si debo ser sincero –revela– tengo que decir que a Yeduldelgger lo tomé prestado de un proyecto que tenía más de 30 años, de unas 40 páginas que había escrito sobre un policía de Nueva York llamado Donelly».

Hasta acá la fórmula de lo pertinente. Lo inesperado es que el escenario de los misterios y crímenes a resolver es Mongolia, un pequeño país que sobrevive entre los gigantes China y Rusia. «Mi elección respondió a que las estepas mongolas resultan un escenario inesperado para cualquier policial. Aunque reconozco que también influyó el hecho de ser un lugar tan mineral y granítico como el personaje de Yeduldelgger. Además (hace una pausa) me atrajo todo lo relacionado al chamanismo de los mongoles, algo de lo que me siento más cerca que de cualquier otra religión. No soy un hombre religioso, pero hace mucho me confirmé en la idea de que somos sólo cosas, lo que de alguna forma coincide con las diferentes culturas a las que me he acercado, como los indios de Alaska, los del Mato Grosso y las poblaciones nómadas de Mongolia», destaca.

Esta identificación con los nómadas remite, sin escalas, a su historia personal: Manook nació en Meudon, es ciudadano francés, pero su verdadera nacionalidad es armenia, según proclama orgulloso. «Me siento identificado con la diáspora, más que con un país. Porque los armenios somos de una cultura de la diáspora», señala. Precisamente, en tributo a sus ancestros está escribiendo una suerte de saga histórica armenia, en la que recorrerá la vida de tres generaciones de su propia familia. «No va a ser –adelanta– una clase de historia, sino una clase de vida».

–De alguna manera será como sus novelas policiales, que si bien son ficciones invitan a viajar y a descubrir sitios por muchos desconocidos.

–Exacto. En Francia suelen decir que soy un escritor viajero, pero yo me siento un viajero escritor. Mientras el escritor viajero suele viajar para encontrar inspiración, yo he viajado mucho y ahora me sirvo de mis memorias para escribir. No me documento. A riesgo de que mis reportes no se ajusten a la realidad en un cien por ciento, prefiero basarme en mis recuerdos. Es todo lo contrario a un escritor viajero que se documenta para escribir. Si yo escribiera de esa manera, por ejemplo diría «entro en la yurta, la carpa tradicional mongol» y seguiría con dos páginas explicando sus características. En cambio, yo cuento que entro en la yurta y no explico que es la carpa de los mongoles, pero eso sí, cuento sus tradiciones y relato que debo entrar con el pie derecho sin tocar la madera.

–Otro aspecto que lo diferencia es el protagonismo que le da a la mujer en sus novelas, algo poco frecuente en el género policial. Incluso, en Tiempos salvajes ocupan un lugar más destacado que su comisario Yeduldelgger.

–Son la mitad del mundo.

–Imagino que su hija debe haber aprobado la idea.

–Por supuesto (otra vez la mira de reojo y sonríe)… ¿Le dije que Zoe es una gran escritora? «