Atrapar el improbable instante en que un gesto va más allá de sí mismo es uno de los desafíos que la fotografía enfrenta más que ninguna otra arte. Retratar las huellas que se aprietan en el momento del disparo y que no dan una segunda chance es la prueba de fuego. El chispazo es más candente cuando el objeto al que se quiere retratar es una ausencia o un concepto. ¿Qué clase de alquimia o brujería será necesaria para mostrar lo que no se puede ver?

Una de las sedes del Festival de la luz de este año es el Centro Cultural Haroldo Conti, allí se pueden ver varios autores que enfrentan ese desafío. «Desaparecidos», del mexicano Pablo Ortiz Monasterio trata sobre los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa. Sus fotos fueron esfumadas e intervenidas hasta lograr un efecto estremecedor. Las del argentino Marcos Zimmerman retratan una argentina oculta y silenciada, la identidad resuena como un imposible mar de fondo detrás de sus retratos norestinos.

Zimmerman, en entrevista con Tiempo, define algunas posiciones: “Yo defiendo la ligazón de la fotografía con la realidad. No hay fotografía si no hay algo real delante del lente. Nació para mostrar el mundo, y en este país en el que hemos pasado tantas cosas, se trata de mostrarles lo que pasa a los demás. Es un país muy grande y trato de buscar algunas imágenes donde el país se diga.”

Las fotos de Zimmerman surgen de un ensayo realizado a mediados de los ’90 y, en parte, publicado en el libro Norte argentino–La tierra y la sangre. En ese entonces recorrió más de un millón de kilómetros cuadrados realizados en 12 viajes de un mes cada uno, aproximadamente. La selección que integra la muestra incluye algunas que están en el libro y otras que no, y bajo la curaduría de Cristina Fraire son expuestas por primera vez en el país. “A mí me encantó la selección, porque me sacó la que yo tenía en la cabeza. En los noventa, cuando hice este ensayo, quería que todo ese mundo –un poco perdido, silenciado y si querés un poco desaparecido– no fuera avasallado por ideas de progreso y falso liberalismo, por una cultura teóricamente superadora. Esos mundos constituyen nuestra patria, y si olvidamos eso, olvidamos una gran parte de nuestro país.”

–Más allá del valor estético, ¿rescatás la vigencia de tus fotos como documento?

–Cuando inauguramos la muestra dije que nuevamente hay algo que quiere avanzar ciego y sin razón, y espero que esos mundos se expresen y no se dejen avasallar. En este preciso momento, cobra un sentido político porque estamos viviendo una suerte de vuelta a ese momento de los noventa.

–¿Cómo hallaste un leitmotiv común en un área tan vasta como el Norte argentino?

–No fue fácil. Yo creo que hay muchos países dentro de la Argentina. Por eso fue muy difícil encontrar el hilo que uniera el Noroeste y el Noreste, porque el primero tiene una cultura andina heredera del Tawantinsuyu, y del otro lado hay una cultura guaraní y de colonos gringos, por ejemplo. Uno es seco, el otro húmedo; uno es la montaña, el otro, los grandes ríos. Yo quería ir más allá de la descripción física, dar cuenta de la historia y la identidad. El único requisito era que miraran a cámara y que en lo posible los retratados tuvieran nombre y apellido.

–Ha de ser difícil plasmar algo tan abstracto como la identidad en una foto.

–No tanto. La foto es un arte extraño, yo me niego mucho a la fotografía conceptual, lo siento por los galeristas y curadores que quieren vender copias en ediciones limitadas. A mí me interesa mostrar el mundo y mostrárselo a otros, y siento que al fotografiar un retrato uno busca un instante en el que todo lo que siente esté representado. La técnica la improvisé en el momento, con trípode en el que el retratado está consciente de lo que sucede. Y para que salieran de la “posición de foto” me quedaba varios minutos con el ojo en el visor hasta que empezaban a aflojarse y emergía el ser humano verdadero.

–La investigación le da un marco a lo que querés hacer…

–Sí, y en el camino surgen cosas que no son como creés. Yo suelo leer datos del Indec, en los censos hay una Argentina bastante más cercana a la que se puede ver en los medios. Hay ideas sobre el país que no son exactas y que en las estadísticas están más claras. Esa es mi parte racional y también está mi parte sensible. Cuando encuentro una imagen que además de ser válida estéticamente, es un registro del mundo y, además, tiene algo que ver con la historia, entonces la fotografía empieza a tomar profundidad, deja de tener dos dimensiones para tener tres. «