Viajar a la India siempre propone un descubrimiento espiritual. Pero lo que ningún folleto turístico jamás promocionará es que la vivencia mística más reveladora puede alcanzarse en Nueva Delhi, a bordo de un tuck-tuck, esos pintorescos triciclos que desafían las leyes de la física y el tránsito urbano.

Se trata de una virtual experiencia religiosa que supera, lejos, la visita a los majestuosos templos indios o la participación en sus programas de meditación. Porque sólo puede atribuirse a un milagro la posibilidad de salir ileso de un viaje en estos transportes populares, cuyos conductores imponen sus propias reglas de tránsito. Nunca chocan, pero eso sí, avanzan casi rozando a los autos y bicicletas que tienen la osadía de cruzarse a su paso.

“La fórmula es sencilla: hay que tocar mucha bocina y mirar el espejo”, me explicó Pawan Chandua, un veterano conductor que, según pude padecer, no respetaba carriles, doblaba en “U” cuando se le ocurría y utilizaba su puño como improvisada luz de guiño.

Con el correr de los viajes, Pawan se transformó en mi virtual guía turístico. Gracias a sus recomendaciones, descubrí lo que hoy llaman la «India profunda», esos lugares y costumbres populares que nunca figurarán en las prolijas guías de Lonely Planet y The National Geographic. Como dije, viajar en tuck-tuck fue una experiencia reveladora.