En la maratón del Mundial de atletismo de Doha terminan apenas 40 de las 68 maratonistas. Récord de abandonos. Algunas desfallecen en las calles sin espectadores, otras son trasladadas en silla de ruedas y camillas a la ambulancia. La keniana Ruth Chepngetich registra el peor tiempo de una ganadora en la historia de los Mundiales: 2:32:43, muy lejos de su mejor marca en la prueba (2:17:08). Chepngetich colapsa mientras habla con los periodistas. A pesar de que la maratón había comenzado a la medianoche, la sensación térmica sobrepasa los 40 grados y la humedad el 75%. “El calor -había dicho el inglés Sebastian Coe- no es un problema”. Coe es el presidente de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF), que le entregó en 2014 a Qatar el Mundial que termina este domingo en Doha, una prueba piloto para el de fútbol en 2022. Oro en los 1500 metros de los Juegos de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984, Coe había confesado ante el Parlamento británico que no podía asegurar la “limpieza” de la candidatura. Pero el show continuó, y los atletas terminaron en los hospitales.

“Nos sentimos conejillos de India”, expuso el francés Yohann Diniz, campeón en los 50 kilómetros de marcha en el Mundial de Londres 2017. Diniz, que soportó solamente 15 kilómetros antes de abandonar, se entrenó en los pasillos de un hotel. “Afuera -dijo- ni soñando”. La preparación de los atletas incluyó sesiones en saunas, chalecos con hielo y hasta “termómetros intracorpóreos” para prevenir golpes de calor. “Aunque nadie quiera decirlo en voz alta, este Mundial es una catástrofe”, afirmó el decatleta francés Kévin Mayer, actual dueño del récord mundial. La argentina Florencia Borelli compitió en los 5000 metros en el Estadio Internacional Khalifa, donde medio millar de cañones de refrigeración colocaron la temperatura en un promedio de 23 grados, pero afectaron con la potencia del aire las pruebas de lanzamiento en largo y de disco. “Llegamos hace muchos días a Qatar -testimonia Borelli-, y para entrenar es imposible. Nunca había estado en un lugar con tanto calor y humedad, con un clima insoportable. Después de la competición, seguimos entrenando, pero en el gimnasio, con las máquinas. Afuera es un infierno”.

Como la FIFA, la IAAF sucumbió a los petrodólares de Qatar en el deporte, parte de una campaña para lavar la imagen internacional. Como la FIFA, la IAAF cambió el mes del Mundial, de agosto a septiembre. En Francia aún investigan si Qatar pagó coimas por 3,5 millones de dólares a dirigentes de la IAAF para quedarse con la sede, como con la del fútbol. “¿Qué hacemos aquí?”, se preguntó la española Marta Pérez, especialista en 1500 metros y médica. “Este es un Mundial que se está corriendo de forma artificial. Y, además, en este país una mujer, yo misma, no puede inspirar a otras mujeres a hacer atletismo porque las mujeres que me están viendo no tienen la posibilidad, por cuestión cultural, de hacer lo que yo hago”. En el Estadio Internacional Khalifa, los organizadores taparon las tribunas altas con lonas de patrocinadores para cubrir vacíos, regalaron entradas y, aún peor, llevaron en micros con la policía a trabajadores de la construcción de Nepal, India y Bangladesh a que ocupasen los asientos.

“Falta de espacio”, le respondieron cuando le rechazaron la acreditación de prensa para la Doha Diamond League de atletismo en mayo al periodista alemán Jens Weinreich, crítico de la política deportiva qatarí. “La final de los 100 metros de mujeres debe haber sido la que menos público convocó desde Helsinki 1983, la primera edición de los Mundiales. El estadio estaba prácticamente vacío, solo con delegaciones”, cuenta Leonardo Malgor, entrenador de Borelli, que junto a Belén Casetta (3000 metros con obstáculos) y Joaquín Gómez (lanzamiento de martillo) representaron a Argentina. “Maratón y marcha no se debieron hacer -agrega Malgor-. Los qataríes le deben haber depositado a la IAAF dinero que se va a destinar para el desarrollo del deporte. Y tuvimos que pasar por acá, una ciudad fantasma en la que no paran de construir rascacielos y no pasa nadie por la calle”. No son horas dulces para el atletismo: el martes, el afamado entrenador estadounidense Alberto Salazar fue suspendido cuatro años por “organización e incitación a una conducta dopante prohibida” desde la sede del Nike Oregon Project, según la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (Usada). Salazar entrenaba a estrellas de la delegación que compitió en el Mundial. La IAAF le retiró el carné en plena competencia.

Hacia Qatar va el fútbol, deporte rey. En el estadio Khalifa se jugará a fin de año el Mundial de Clubes de la FIFA. La Conmebol, que invitó a Qatar a la Copa América 2019 y 2020, aportó hasta un dirigente al Mundial de atletismo: Fred Nantes, director de competiciones, fue “oficial técnico” en Doha. El Mundial de fútbol de 2022 es el gran objetivo. En Doha viven 313.000 qataríes, relacionados en su mayoría a empresas de la monarquía. Y casi dos millones de trabajadores inmigrantes. Esta semana, Pete Pattisson contó en The Guardian la historia de Rupchandra Rumba, un obrero nepalí que trabajó dos meses, expuesto a un calor extremo, en un andamio del Estadio Qatar Foundation, donde se jugarán los cuartos de final de la Copa del Mundo. Rumba murió en condiciones infrahumanas en un campamento de trabajadores. Tenía 24 años, mujer y un hijo de seis. “Causas naturales”, comunicaron. Ya no son los únicos que temen morir en Qatar. “Salgo para mi primera práctica en Doha -tuiteó la lanzadora de disco nigeriana Chioma Onyekwere-. Espero que el calor no me mate”.