La devaluación generó todos los perjuicios que eran de imaginar en materia de pérdida de ingresos y empobrecimiento para los sectores más frágiles de la sociedad. Sin embargo, no demostró su efectividad para los desequilibrios macroeconómicos que, según los analistas cultores de la teoría del shock, iban a quedar resueltos.

El hilo conductor entre el tipo de cambio y la dramática situación que atraviesan millones de argentinos es la inflación, que reprodujo en los precios de todos los días el impacto de la nueva relación entre el peso y el dólar. De esa manera, buena parte de la ganancia de competitividad que esperaban recoger el sector exportador y la industria se perdió por la suba de costos internos. El demoledor efecto sobre los asalariados y trabajadores informales, que no vieron recompuestos sus ingresos en la misma proporción, trasladó la crisis al mercado interno. Así se explica el agravamiento de la pobreza que reveló el Observatorio de la Deuda Social de la UCA (ver página 13).

Del cruce de datos oficiales que realizó Tiempo surge que el dólar mayorista, utilizado como referencia para las operaciones de comercio exterior, subió 102,6% entre enero y noviembre. En ese mismo lapso, el índice de precios al consumidor del Indec aumentó 43,9 por ciento. Descontada esa inflación, la ganancia real del tipo de cambio fue de 40,8 por ciento.

A esos números hay que agregarle el efecto de los derechos de exportación, ese impuesto «malo, malísimo» según lo calificó el presidente Mauricio Macri, al que el gobierno apeló para cumplir el ajuste fiscal prometido al FMI. La alícuota fue fijada en 12%, con un tope de cuatro pesos por dólar para los bienes primarios y tres pesos para los manufacturados. Eso significa que a la hora de exportar, la mejora efectiva fue de entre 26% y 30 por ciento.

En materia de inflación, la pregunta del millón es hasta dónde se extenderá el pass through. Así se conoce en la jerga el proceso de traslado del nuevo tipo de cambio a los precios internos. Un pass through de 100%, por ejemplo, significa que los bienes de consumo local suben tanto como el dólar, mientras que los destinados a la exportación no mejoran su precio en relación a los de otros países.

 En ese punto, como en todos los que implican predecir conductas a futuro, los pronósticos son de validez muy relativa. En lo que sí hay coincidencia generalizada es que las experiencias pasadas en el país fomentan que, en tiempos de volatilidad el público se vuelque al dólar como única referencia. Por eso, el pase a precios suele ser elevado.

El Estudio Broda, por caso, calculó que en el pico devaluatorio de septiembre, cuando el dólar minorista rozó los 42 pesos, el pass through era de 23 por ciento. El retroceso de la divisa y la evolución prevista para los precios haría que hacia febrero el traslado llegue al 43 por ciento. La proporción es bastante parecida a la experimentada en la devaluación de 2009, cuando la recesión también se sintió fuerte, y bastante menor a las de las otras devaluaciones recientes de 2014 y 2016.

En cambio, la consultora Ficonomics desmenuza que hubo dos oleadas devaluatorias, una en mayo-junio y la otra en agosto. Esta segunda fue la que determinó la alta remarcación de precios del último trimestre: 6,5% en septiembre, 5,4% en octubre y 3,2% en noviembre. En ambos casos, tres meses después del inicio de cada oleada, los precios habían aumentado la mitad que el dólar. El estudio señala que el efecto se puede prolongar en el tiempo, aunque ello depende de otras situaciones, como la cantidad de dinero en circulación y la rigidez (o no) de los precios regulados.

Lo curioso es que, según un análisis del Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP) de la UBA, el pass through es mucho mayor en Argentina que en otros países de América Latina a pesar de que el grado de apertura de la economía es muy inferior: sólo el 13% de los bienes y servicios son importados. En Chile y Perú, países con más exposición comercial y menor cultura inflacionaria, el efecto de la depreciación de sus monedas en 2015 fue muy bajo.

¿Y las exportaciones?

Lo que las estadísticas oficiales todavía no reflejan es el esperado relanzamiento de las exportaciones para sanear el déficit comercial y generar divisas genuinas. Ese es uno de los argumentos usados por los exégetas del tipo de cambio flexible, que señalan que el dólar debe fluctuar hasta encontrar el nivel que elimine los desequilibrios de cuenta corriente.

En ese sentido, los datos oficiales del Indec señalan que desde que se inició la corrida cambiaria, en cuatro de los seis meses relevados los montos exportados fueron inferiores a los del mismo mes de 2017. La proyección anual arroja ventas al exterior por U$S 60 mil millones y un déficit de U$S 5000 millones logrado por las menores importaciones, a fuerza de recesión.

Con ese panorama, es una incógnita si se producirá la suba del 21% en las exportaciones que prevé el Presupuesto 2019. Es una meta clave del gobierno, que espera recaudar alrededor de $ 280 mil millones por el restablecimiento de las retenciones. Si no lo logra, las cuentas oficiales se complicarán todavía más. «