Qué nos está pasando a los argentinos”, preguntó Cacho Castaña con su tono de porteño sobrador que se las sabe todas en materia de mujeres. La pregunta, por supuesto, era retórica, una forma de comenzar a contestar el comentario de Mariano Iúdica acerca del, según él, desacertado cuestionamiento de los concursos de las reinas regionales y provinciales.

El ¿exabrupto? del inefable Cacho eclipsó la pregunta del anfitrión del programa que no era menos agresivamente paleolítica. La respuesta estaba cantada, aunque quizá Iúdica no previó que Cacho de Buenos Aires desafinara tanto y de una manera tan escandalosa. No era esperable que en su respuesta Castaña citara a Simone de Beauvoir. Lo que aguardaba Iúdica era un módico escandalito televisivo de los que suelen enmascararse bajo el rótulo de “polémicas declaraciones” cuando en realidad se trata del contrabando de las ideas más retrógradas y reaccionarias que esta vez estarían pasteurizadas por la supuesta simpatía de un señor de la noche, de un “inofensivo” pícaro porteño de la vieja guardia que se ha ganado la vida con el canto. Y la fama de canchero, con una misoginia militante disfrazada de un irresistible poder de seducción con las mujeres. 

Iúdica sabía muy bien a quién le preguntaba o, más bien, azuzaba, para obtener una respuesta que, en concordancia con la programación veraniega, fuera a la vez banal e infame. Por si al conductor le quedara alguna duda sobre quién es su entrevistado, puede leer lo que escribió en Facebook (y reprodujo Perfil entre otros medios), Lorena Martins, hija de Raúl Martins, ex espía de la CIA, quien en 2012 denunció a su padre por liderar una red de trata. Cacho Castaña, como lo documentan las fotos, frecuentaba el prostíbulo que este regenteaba “donde había chicas desde 14 años”.

Por eso, ni las disculpas de Castaña ni la rastrera invocación de sus hijas por parte de Iúdica como prueba de su respeto a las mujeres pueden tomarse en serio. Lo que sucedió en la pantalla fue ni más ni menos que un acto de tácita complicidad entre entrevistador y entrevistado que desbordó los límites de lo tolerable. Y eso que el margen de tolerancia televisiva es tan amplio como para darle pantalla no sólo a un personaje prostibulario y a un conductor sin escrúpulos, sino también a un exfutbolista que cumplió condena por el abuso de un menor. En una sociedad capitalista como la nuestra, se dice a modo de disculpa que “pagó” por eso, como si todas las cuestiones humanas pudieran dirimirse en los términos de un negocio.

Sería un error considerar que la frase de Castaña no tiene implicaciones políticas. Las tiene en la medida en que defiende un statu quo referido al lugar de la mujer en la sociedad, cosa que Iúdica comparte al referirse al tema de las reinas de las fiestas regionales o provinciales. Hace años, las mujeres éramos proclamadas las reinas del hogar. El título nobiliario era la manera de ocultar nuestra esclavitud. Como reinas del hogar no teníamos derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, sobre nuestro propio destino, ni sobre el destino del país, ya que carecíamos de derecho al voto. 

La situación se reproduce en otros reinados aparentemente muy simpáticos e inocentes. Hay mujeres que siguen reinando sobre extensiones liliputienses: la vendimia, la empanada, el asado con cuero, el chancho rengo o el caballo tuerto. Estos títulos nobiliarios de cotillón –en realidad, todos los títulos nobiliarios lo son- constituyen una trampa perfecta, porque las reinas reinan, pero no gobiernan. Por eso y porque la monarquía es una rémora de la Edad Media que hace que algunos pueblos se vean obligados a mantener vagos de la aristocracia, cualquier reinado, aunque sea simbólico, resulta inaceptable.

Una frase de Castaña que en el mare magnum de declaraciones pasó casi inadvertida es la evidencia de que su pensamiento, aunque repudiable, es coherente. “Tendría que volver la colimba”, dijo en una muestra gratis de militarismo. No es caprichoso relacionarla con su consejo ante una violación, ya que la dictadura militar significó una violación absoluta de todos los derechos, la violación de la dignidad, la violación de los cuerpos en la tortura y la violación, en el sentido más literal.

Lo que dijo no fue “una frase desafortunada”, en todo caso expresó, por decirlo con un eufemismo, una ideología desafortunada, que lamentablemente, en ciertos sectores sociales y ciertos programas televisivos sigue teniendo bastante fortuna. La televisión hipócrita que hoy lo condena es la misma que siempre buscó rating mostrando culos femeninos, la misma que lo presentó como embajador plenipotenciario de la viveza criolla, la misma que celebró su perfil de rufián en un programa como Buenos muchachos. Sólo que esta vez, quebrando el dique de la hipocresía, Castaña se pasó de castaño oscuro. <