Una de las consignas más recordadas del Mayo Francés fue «la imaginación al poder». Hay quien la tomó al pie de la letra. Uno de ellos fue el artista Jacques Carelman quien no sólo diseñó los afiches más famosos de esa revuelta memorable en que estudiantes y obreros desbordaron las calles y la convirtieron en el escenario de su acción, sino que realizó la propuesta más creativa respecto de la sociedad de consumo. 

Si, como lo postuló Marx, el capitalismo transforma la mercancía en fetiche, Carelman diseñó lo que podrían llamarse contrafetiches, objetos imposibles, con la factura de los objetos «verdaderos» pero con una inutilidad manifiesta. Se trata de objetos sin valor de cambio, pero con un alto valor creativo, lo que no modifica en absoluto su condición de inútiles. ¿Quién querría comprar, por ejemplo, una cafetera que tiene el asa del mismo lado que el pico, por lo que servir el café significa quemarse obligatoriamente? Es poco probable que la cantidad de masoquistas sea lo suficientemente grande como para justificar la reproducción industrial de un objeto de ese tipo. 

«Jacques Carelman –cuenta el escritor argentino Eduardo Berti– fue primero dentista (tenía a Tristan Tzara como paciente), luego efímero trompetista de jazz y terminó siendo el autor de un Catalogue d’objets introuvables (traducido al español como Catálogo de objetos imposibles) que publicó en 1969 como parodia del catálogo de venta por correspondencia de Manufrance, que tenía entonces un gran éxito». Manufrance fue la empresa de venta por correspondencia. A través de sus catálogos vendía armas y algunas bicicletas, lo que por entonces constituía toda una novedad. 

El catálogo de Carelman, en cambio, tenía centenas de objetos falsamente cotidianos: la bicicleta para subir escaleras (con ruedas cuadradas), el aparato para poner puntos sobre las íes, el crucifijo de viaje (con sus brazos plegables, ideal para los peregrinos), el puzzle de sólo dos piezas para los debutantes, los yunques plegables para viaje enteramente hechos de yeso, el martillo de vidrio o los anteojos que indican la hora en sus vidrios, para que nadie nos pare y nos pregunte qué hora es.

Tal fue la repercusión de este catálogo sui generis, que el artista produjo varios de los objetos dibujados en él en tres dimensiones. 

En 1998 hubo una exposición itinerante de estos objetos tridimensionales que llegó también a Buenos Aires, más precisamente al Palais de Glace. Fue una muestra difícil de olvidar. Unas sillas Thonet con dos de sus patas armónicamente abiertas se promocionaba como una silla para bailarinas, unos guantes de jardinería con espinas se postulaban como ideales para plantar cactus, un reloj que en lugar de arena tenía piedras constituía la solución ideal para detener el paso del tiempo. Tras el imaginativo y sutil humor de este creador hay una reflexión profunda sobre los objetos que, a fuerza de integrar el paisaje cotidiano, terminan por pasar inadvertidos. 

Carelman nació en Marsella en 1929 en un medio rural. Según él mismo lo relató, casi los únicos impresos parecidos a un libro que llegaban a sus manos durante su infancia eran esos catálogos de armas. Ellos constituyeron la fuente en la que el artista comenzó a «leer» el mundo de los objetos, a aprender su particular gramática y su sintaxis. A fuerza de conocer ese idioma de imágenes fue capaz de tensar la representación hasta el más absoluto absurdo y llegar desde allí hasta el humor reflexivo.  

Fue miembro del Colegio de Patafísica al que Alfred Jarry aportó sus fundamentos teóricos y del que formaron parte, entre otros, Joan Miró, Marcel Duchamp, Boris Vian, Raymond Queneau, Ítalo Calvino, los hermanos Marx. Este particular Colegio proponía el absurdo, la risa, lo lúdico y la irreverencia ante lo instituido como verdaderos valores programáticos. 

Además, estableció una relación con Oulipo (talleres de literatura potencial), donde se trabajaba y se continúa trabajando –Berti es uno de los escasos miembros latinoamericanos– en base a determinadas restricciones. 

Un ejemplo paradigmático de esto es la novela de George Perec, La disparition (traducida al español como El secuestro), que fue escrita omitiendo el uso de la letra e, la más frecuente en francés.  

Debido a la iniciativa de Carelman fue que en 1980 se fundó l’Oupeinpo, talleres que tenían el modelo de Oulipo pero las restricciones eran aplicadas a la pintura. Lo suyo fue siempre la búsqueda por los caminos menos transitados. 

Murió en 28 de marzo de 2012. Muchos de los objetos que concibió, como la cafetera para masoquistas o su máquinas de coser tracción a hamster, se han convertido en clásicos sin dejar de subvertir los valores instituidos. «