Javier Trímboli es historiador y docente, se asume como kirchnerista y a partir de esa identidad política y su experiencia como funcionario público escribió Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución, en el que repasa el ciclo histórico que abarca de 2001 a 2015 desde la pregunta por lo que vendrá, pero sobre todo por las condiciones de posibilidad de esa etapa histórica.

Dialogando con otros intelectuales, revisando discursos cinematográficos, televisivos y periodísticos, Trímboli construye un texto en el que se abren interrogantes que apuntan a cuestionar las representaciones políticas contemporáneas sin escapar a la incomodidad de un intelectual que asumió responsabilidades en el Estado.»Después de diciembre de 2001 y de la asunción de Kirchner se produce una escalada en la irrupción del pasado sobre el presente, que arrancó con los setenta pero fue mucho más allá», sostiene en el tercer libro de la colección Cuarenta Ríos, el también autor de 1904. Por el camino de Biaet. Massé y Espía vuestro cuello. Memorias y documentos 2004-2007.

Desde 2003, Trímboli trabajó primero en el Ministerio de Educación y más tarde en la Televisión Pública donde fue responsable de los contenidos históricos de la serie Huellas de un siglo y parte del equipo que creó el Archivo Histórico de RTA. Hoy se dedica a la docencia y a la investigación.

–Este libro nació en diciembre de 2015. ¿Cómo fue ese comienzo?

–El libro está pegado a ese diciembre porque fue intentar comprender qué significaba esa derrota electoral en el balotaje. Al mismo tiempo, era pensar cómo nos colocaba un gobierno como el de (Mauricio) Macri a los que habíamos tenido una militancia en el kirchnerismo y un grado de responsabilidad en la estructura del Estado. De inmediato empecé a pensar en otros momentos de derrota con la necesidad de discutir qué era lo particular de esta, qué la diferenciaba de otras como la del ’55 o la del ’76.

–¿Y qué particularidades encontró?

–En esta derrota la mera vida no tuvo el mismo grado de compromiso que en el ’76. Ahí la vida de militantes populares, de activistas de las clases trabajadoras y estudiantiles estuvo en cuestión y la figura del desaparecido da cuenta de ese riesgo. Esta derrota no tiene el mismo compromiso de riesgo aunque lo digo con atenuantes porque están los casos de (Santiago) Maldonado, de Rafael Nahuel. A su vez, las prisiones de Milagro Sala pero también la de otros compañeros kirchneristas como (Luis) D’Elía, (Carlos) Zannini, (Amado) Boudou o (Julio) De Vido. La mera vida está en un grado de peligrosidad que hasta hace un tiempo no se veía. Esta derrota implicó una ruptura en términos institucionales muy fuerte y sin embargo hay una cuestión cultural, social, de trama que subsiste y tiene una capacidad de resistencia y movilización alta, a diferencia del ’55 o el ’76.

–¿Cómo ve ese grado de movilización hoy?

–Luis Alberto Romero, en una entrevista en Clarín, caracterizaba al kirchnerismo como una cleptocracia, un régimen del robo. Que un historiador catalogue a un gobierno que se sostuvo tanto tiempo con la voluntad popular como una cleptocracia es muy básico. Pero también decía que le llamaba la atención cómo pervivía porque suponía que el kirchnerismo, en términos culturales, rápidamente iba a ser destruido. Estos días de movilizaciones implican que eso es mucho más y que es posible que el kirchnerismo vuelva a ser parte de un movimiento de masas que lo excede.

–Plantea un ciclo que abarca de 2001 a 2015. ¿Cómo explica esa delimitación?

–En 2001 se produce una crisis contundente de las formas que habían tenido las clases dominantes de relacionarse con el Estado y el sistema político desde la vuelta de la democracia en 1983. Se da también una crisis económica signada por un alzamiento popular que arranca antes y tiene fechas clave como el año ’96 en los pueblos ligados a YPF con los primeros piquetes, en 1999 en Corrientes con el corte sistemático del puente que unía con el Chaco, la plaza del aguante con una huelga docente que duró casi un año. Son luchas sociales que se acumularon y terminaron explotando en 2001. Esas luchas que se acumularon desde el ’96 forjaron un sujeto social y un temor en esas clases gobernantes que supieron que no iban a poder gobernar de la misma manera.

–¿El conflicto con las patronales agropecuarias en 2008 no produce un quiebre en ese sentido?

–Las retenciones son una medida de cuando el que estaba en el Ministerio de Economía era (Jorge) Remes Lenicov y las lleva adelante porque (Eduardo) Duhalde dice que estaba imposibilitada la gobernabilidad en la Argentina sin retenciones. No lo hace con una prédica de carácter progresista o revolucionario. La Sociedad Rural protesta y mucho, pero no se transforma en un reclamo social, queda anclado en un reclamo corporativo porque no hay clase social dispuesta a establecer una alianza, como se produjo en 2008. Es un problema que como kirchneristas no hayamos tenido conciencia de que buena parte del poder que pudimos desplegar fue porque bebíamos de esa fuente de la lucha social acumulada entre 1996 y 2001. Cuando Cristina hace nacer esa frase fenomenal «no fue magia», uno se pregunta: y entonces, ¿qué fue? Fue un problema social que se liga con el genio de Néstor y Cristina pero fue una construcción social y colectiva.

–¿Cómo ve hoy la reconfiguración de la identidad kirchnerista?

–Las identidades están siempre sujetas a reconfiguraciones que tienen que ver con plegarse nuevamente con la lucha social. Hoy tendría que estar en discusión cuánto de esa identidad kirchnerista puede ayudar a ese movimiento de masas a reactivarse, cuánto se puede transformar en un talismán y cuánto en un problema. Lo complejo es pensar que el kirchnerismo es una identidad que se sostiene sola, unívoca. Si es una identidad que se alimenta de una lucha de clases previa y de un concepto de revolución, no como utopía sino como realidad prosaica, que cada tanto puede realizarse y cada tanto se esconde, entonces vemos cómo se liga como identidad a las luchas del 2001 y de los ’70. 

–Tuvo cargos de respon-sabilidad en el Estado, en el Ministerio de Educación y en el Archivo Prisma, ¿cómo fue ese proceso?

–En 2011, un grupo de intelectuales chavistas dice que (Hugo) Chávez era un infiltrado dentro del Estado y creo que nosotros fuimos infiltrados al interior del Estado. Y el argentino se construyó con una relación directa de las clases dominantes con un proyecto de inserción profunda en el capitalismo de carácter imperialista de finales del siglo XIX. En la historia del Estado argentino los mejores momentos son los de desvíos: el radicalismo yrigoyenista, el peronismo y sin duda este momento último. Uno ve cómo accionan hoy la Gendarmería y la Policía porque tienen órdenes políticas pero también son cuerpos creados para la represión. Halperín Donghi dice que el Estado argentino se empieza a consolidar matando paraguayos y con la Conquista del Desierto. No se sale de ese bautismo fácil. Los esfuerzos del peronismo y el kirchnerismo para desviar esa historia son enormes pero también tuvieron condiciones de posibilidad.

–¿Cómo ve la relación del macrismo con el Estado?

–Hoy el macrismo existe porque las clases dominantes argentinas aprendieron que no pueden abandonar el Estado de vuelta. Por lo tanto quieren gobernarlo y accionar sobre la sociedad. Es un tiempo en el que el Estado prefiere la amnesia sobre su historia y en el que domina el puro presente. Se busca quitarles el espesor histórico a los sujetos sociales. Estamos en manos de republicanos que son profundamente anti-republicanos y derogaron leyes con una facilidad que tan sólo se explica por el hecho de que la ley les pertenece.

–Es uno de los impulsores del Archivo Prisma que ahora dejó de ser de acceso público. ¿Cómo ve esa tarea en perspectiva?

–El Archivo de la Radio y Televisión argentina, desde su creación en 2013, tuvo la necesidad de garantizar el acceso público. Al macrismo le desagrada la historia y también que se pueda hacer una fiesta con materiales que le pertenecen al Estado. Para ellos el lugar de esos materiales es apilado en latas. Este cercenamiento del archivo habla de lo conservador y afín con el rol del Estado argentino en la mayor parte de su historia, tan poco dispuesto a brindar fiestas de sentido, de imágenes de carácter democrático y popular. 

–El libro se llama Sublunar entre el kirchnerismo y la revolución. ¿Por qué te interesó pensar al kirchnerismo en relación con la revolución?

–A muchos que veníamos de haber estado bajo el signo de la revolución nos interesó el kirchnerismo cuando no prometía ninguna revolución. Cuando el macrismo llegó al gobierno quien vino a Canal 7, un alto funcionario que había sido militante comunista, dijo que los que estaban mal eran los que creían que el kirchnerismo había sido una revolución y entendían que lo que hacían ellos era una contrarevolución. Empecé una exploración contra la manera en la que la izquierda utopista entiende la revolución porque lo que me interesa es cuando lo que acontece en la historia intensifica las luchas de una sociedad y amplía el espacio de la felicidad pública, sobre todo de los sectores postergados. A veces parece tan poco que no merece la palabra revolución, si entendemos que la revolución es tomar el cielo por asalto. Si la pensamos en la situación barrosa de la historia, la revolución puede ser otra cosa. Es demasiado poético pero puede ser un destello.  «