Las editoriales le rechazaron sucesivamente sus cinco primeras novelas. Luego, en 2013, con La verdad sobre el caso Harry Quebert, se convirtió en best seller internacional. Tenía 26 años en el momento en que pasó sin escalas de escritor rechazado a suceso editorial.

Según parece, la literatura y la precocidad estaban en su destino. «Mi padre era profesor de francés –dice– y mi madre trabajaba en una librería. Siempre viví rodeado de libros.» Un dato adicional: asisió al College que lleva el nombre de una famosa escritora: Madame de Stäel.

De su precocidad dio muestras a los diez años, cuando fundó en su escuela La revista de los animales que dirigió durante siete años.Por esa publicación recibió el Prix Cunéo a la Protección de la Naturaleza, y el periódico Tribune de Genève lo nombró el «Editor en jefe más joven de Suiza»

Viajó de Suiza a la Argentina para presentar La desaparición de Stephanie Mailer (Alfaguara), una novela con dos líneas temporales. En 2014 el capitán de policía Jesse Rosenberg, pese a ser joven, decide retirarse. Pero la periodista Stephanie Mailer le advierte que el cuádruple crimen que se produjo en 1994 y en el que él trabajó hasta creerlo resuelto, en realidad no lo estaba, que tenía frente a sí la solución y no había sabido verla. Eso y el hecho de que la periodista desaparece le hacen aplazar su decisión de retirarse y reabrir la investigación. Con una historia compleja y con muchos personajes, Dicker logra atraer al lector a lo largo de 650 páginas.

–¿Siendo una persona tan joven cómo viviste el éxito que tuvo La verdad sobre el caso Harry Quebert?

–No soy tan joven y cada vez lo soy menos (risas). El fracaso me dio más tristeza que el éxito. Durante años, los editores no querían editar mis libros y en esas circunstancias me parecía muy difícil llegar a tener en algún momento la confianza de los lectores. Por otra parte, qué es el éxito.

–Que te lean muchos lectores, en tu caso, más de cuatro millones.

–Sí, pero para mí el éxito es también la capacidad de poder disfrutar del proyecto que estoy desarrollando. Y esto no lo digo por demagogia. En realidad, antes de que un libro tenga un público y sea leído, hay una relación entre el escritor y la novela que escribe. Es cierto que una novela puede tener mucho éxito o no tener ninguno, pero eso depende mucho más de los lectores que del escritor. Una vez que un libro está publicado, ya no soy yo el que decide el éxito. Para mí como escritor la etapa más importante es la que viene antes de la publicación, el placer que me produce estar desarrollando un proyecto literario. En la medida en que pueda ser fiel a mí mismo en eso, que pueda ser fiel a las ganas de arriesgarme, a la persona que soy y a mi deseo de ser escritor, si no llega el éxito de público, obviamente me voy a decepcionar, pero también tendré la tranquilidad de saber que hice lo que creí que tenía que hacer. Pero si empiezo a romperme la cabeza para tratar de gustarle a la gente y luego, encima, no lo logro, pierdo dos veces.

–Te rechazaron cinco libros. ¿Qué tenía el primero que se publicó que no tenían los anteriores?

–Tengo que hacer una aclaración respecto de lo que decís. La primera novela que se publicó, primero había sido rechazada. Todos los editores posibles a los que se la envié no querían publicarla. Pero como yo estaba muy desesperado por convertirme en escritor, la envié a un premio que se otorga en Suiza que alienta a los escritores jóvenes que no han sido publicados. Para mi gran sorpresa, gané el premio y eso me permitió conocer a un editor que decidió publicar el libro, pero ese editor murió antes de concretarlo. Él le había hablado de mi libro a un amigo, quien, por fidelidad hacia su amigo muerto, decidió publicarlo a pesar de que a él el libro no le gustaba. Así salió mi primer libro del que el editor no estaba para nada convencido.

¿Tuvo éxito ese libro?

–Ninguno. Eso me hizo darme cuenta de que tenía que escribir libros para mi propio placer. Así escribí La verdad sobre el caso  Harry Quebert. El editor me dijo que esa novela sí iba a tener éxito. Le pregunté por qué y me contestó «porque por fin escribiste un buen libro».

–No me pareció casual que La desaparición de Stephanie Mailer se desarrolle en el marco de un festival de teatro porque, como sucede en el teatro, los personajes se muestran a través de sus acciones, casi no están descriptos en sus características físicas. Ni el teatro ni el cine describen, sino que muestran. ¿Tiene que ver tu forma de narrar con el escenario elegido?

–El cine no describe con palabras porque impone una imagen. El teatro está entre las dos cosas y es un ejemplo que me gusta. Cuando vas al teatro y la escenografía es un árbol, entendés que se trata de un jardín y, a través de la acción del actor, entendés que el personaje está haciendo jardinería. Aceptás creer en eso, aunque sabés que, pese a la acción que el actor realiza en escena, en el escenario no hay tierra, el árbol es de cartón pintado y no hay ningún jardín. Se establece entonces un vínculo entre vos y la realidad que tenés enfrente. Aceptás transformar lo que está pasando en otra cosa. Para mí la literatura es lo mismo. ¿Por qué describo poco? Porque al decidir no escribir determinadas cosas, le paso esa responsabilidad al lector. Es él entonces el que decide cómo son los colores, los rostros. Tiene un rol de creador en lo que lee. El cine no permite eso. Te muestra una imagen y como espectador la mirás. El teatro y la literatura tienen un parentesco relacionado con las experiencias que has tenido como lector o espectador. Por eso, la participación es mucho mayor cuando lees un libro que cuando mirás una película.

–¿Creés que el papel que le asignas al lector ayuda a mantener el suspenso durante las 650 páginas de la novela?

–Es difícil responder porque eso querría decir que hay algo artificial en el hecho de que el lector se quede en la historia durante las 650 páginas, que eso es algo buscado y querido. Yo le doy la libertad de decir «yo no quiero leer esto y paro acá». Creo que la razón por la que se queda es porque está en un mundo agradable aunque se esté investigando un crimen. Es un mundo construido por sus propias imágenes, es un momento consigo mismo y en el mundo en el que vivimos no tenemos muchos momentos con nosotros mismos. Permanentemente estamos bombardeados por imágenes, informaciones, el teléfono. Los momentos a solas con nosotros son muy pocos: la lectura, un paseo durante el que dejamos el teléfono en casa… Son  pocos los momentos en que podemos hacer introspección e ir al fondo de nosotros mismos. La lectura también es eso, una forma de introspección en la que elegís las imágenes que querés y podés preguntarte por qué estás eligiendo eso. Si yo te digo que imagines la casa de tus sueños, te vas a preguntar si está ubicada en el mar o en la montaña, si es grande y lujosa o pequeña pero muy cómoda. Y lo que elijas va contar una historia sobre vos.

Pero tu respuesta me da la razón: el lector siente que está en un ambiente que le es familiar, porque tiene que poner mucho de sí mismo.

–Sí, es familiar porque es suyo. Es un buen punto. Creo que tenés toda la razón.

Sé que pensás que La desaparición de no es una novela negra. ¿Por qué?

–En primer lugar, nunca he leído novelas negras. En segundo lugar, todo lo que se lee en ella tiene que ver con la resolución de la intriga. En mis novelas, en cambio, hay personajes y acciones que no están relacionados con esa intriga. Por ejemplo, hay un personaje como el de Dakota que tiene 19 años en 2014, por lo que no había nacido cuando se cometió el crimen en 1994. Sin embargo, su presencia en la novela es importante. Lo quiero aclarar porque, luego recibo cartas de lectores muy enojados que me dicen que no es novela negra, que hay personajes que no tienen que ver con eso, que yo no asumo lo que estoy haciendo. Por eso voy a dejar que la respuesta la tenga cada uno. No todo entra en una caja.

–En tu novelas hay dos tiempos: el presente que es 2014 y el del crimen que es 1994. ¿Por qué era necesario para vos que el pasado fuera tan importante?

–Porque todo presente necesita un pasado, tanto en la vida como en la novela. Si no, el presente es ectoplásmico, insulso, no tiene sabor. Es preciso vincular pasado y presente, porque lo que la gente hace es un hecho, pero las razones por las que lo hace están en el pasado.

La trama es complicada, pero tiene frescura, la escritura no es burocrática porque parece que no te dedicaste a llenar con ella el diagrama previo. ¿Lo hubo?

–Me gusta el término «burocrática» para definir cierto tipo de escritura. A medida que avanzo, el plan de la novela se va construyendo poco a poco. Permanentemente vuelvo atrás y corrijo para que lo que escribí sea coherente con lo estoy escribiendo. Al final tiene una forma lógica que, sin embargo, no nació de un plan previo. También los personajes nacen así.

A los 10 años hacías una revista en tu escuela. ¿Seguiste relacionado con el periodismo?

–No. El periodismo tiene plazos de entrega estrictos y no soy bueno en eso. Me gustaba hacer esa revista sobre animales porque significaba crear y comunicar, saber que el lector iba a leer lo que yo escribía. Era un placer diferido. «