La primera mitad de la década de 1960 vio aflorar en el ámbito de la black music algunas de las creaciones artísticas más asombrosas de las que se tenga registro en occidente. Al compás de las luchas por los derechos civiles y el crecimiento de la conciencia política de la comunidad negra estadounidense, artistas como John Coltrane, Ornette Coleman, Cecil Taylor, Eric Dolphy, Mary Lou Williams, Pharoah Sanders, Carla Bley, Don Cherry, Albert Ayler o Archie Shepp, por solo nombrar algunas figuras, dieron forma y sentido a un magnífico movimiento contracultural que, cercano a la palabra de Martin Luther King Jr. y de otras personalidades e intelectuales de la comunidad, hizo de su expresividad una intensa experiencia de liberación.

El impulso emancipatorio de dicha generación compuesta por “intelectuales o místicos, o ambas cosas”, según expresa Amiri Baraka, no tenía un anclaje conceptual a priori, ni tampoco una preeminencia meramente estética. Era, antes bien, “la expresión de una actitud”, “el registro exacto del pensamiento cultural y social de toda una generación de estadounidenses negros”, según concluye el propio Baraka. Fueron destellos de redención en la noche de la historia, la negatividad del sufrimiento convertida en utopía y esperanza. Toda esta eclosión inicial, que daría pie a la “New Thing” y al “Jazz Composers Guild”, irrumpe entre el atentado contra Martin Luther King Jr., ocurrido el 20 de septiembre de 1958 en Nueva York, y la histórica marcha sobre Washington del 28 de agosto de 1963.

En ese contexto, uno de los músicos más a la vanguardia del jazz fue sin duda el saxofonista y compositor John Coltrane, autor de la suite A Love Supreme (1964), obra descomunal que sin exagerar puede ser considerada a la altura de los últimos cuartetos de Beethoven o de las partitas de Bach. Pero fue algún tiempo antes, a comienzos de la década, cuando en el transcurso de un año Coltrane publica con el sello Atlantic una trilogía de discos que lo pone en la cúspide la conciencia ética y poética de su tiempo: Giant Steps, (de 1960, aunque grabado solo un par de semanas después de Kind of Blue de Miles Davis), Coltrane Jazz y My favorite Things (ambos lanzados en 1961).

Si bien Coltrane ya había registrado tres discos y tenía una infinidad de grabaciones en su haber, es en el período de Atlantic cuando, con solo 33 años, da el salto definitivo hacia su independencia creativa. Aparecido en febrero de 1961, hace justo sesenta años, Coltrane Jazz continúa con matices la senda marcada por Giant Steps y profundiza su lenguaje intempestivo. “Trane”, como lo llamaban, venía de consagrarse en el quinteto de Miles Davis, al que había dejado en abril del 60 para lanzarse al frente de su propia formación y oficiar como residente en la Jazz Gallery de Nueva York. 

Era su momento: impactado por el free jazz de Ornette Coleman, a quien visitaba asiduamente y cuya nueva perspectiva lo fascinaba, Coltrane se proponía ahondar en los armónicos y transformar los acordes desmenuzándolos hasta lo insoportable. En paralelo, buscaba la formación ideal, el pulso del cuarteto (con Tyner, Garrison y Jones) que iba a acompañarlo en su periplo más alto. Y es en Coltrane Jazz donde comienza a consolidar dicha formación: en “Village Blues”, que cronológicamente es la última grabación del disco, el personal comprende por primera vez a McCoy Tyner en piano y a Elvin Jones en batería. Puede decirse, en suma, que el comienzo de lo que será la consagración de A Love Supreme comienza aquí.     

Coltrane podía tocarlo todo, cualquier standard, y seguir en su sonido, sin vanas aclimataciones, y asumir de manera progresiva un tenor crítico, deconstructivo, experimental, aunque incorporando influencias africanas y orientales que lo hacían ahondar sin concesiones en el sentido inmemorial de la música y la tradición del blues. Como escribió Baraka: “Es como un pintor que en lugar de pintar un simple blanco, pinta todos los pigmentos elementales que contiene el blanco, al mismo tiempo que el propio blanco ”. Dicho de otro modo: podía ver la totalidad en un solo color, en una sola nota. Lo cual nos remite a su visión de la música en general, y del saxo en particular, instrumento que ya nadie puede tocar de verdad sin haber escuchado a Coltrane. Sería como cantar tango sin saber quién fue Gardel, o hacer flamenco y desconocer al inmenso Camarón.

Como saben los devotos de John Coltrane Church, iglesia de rito ortodoxo africano de San Francisco, la sabiduría de John Coltrane va más allá de una estética, de un estilo, aun de la música: es una concepción del mundo, de la historia, de la existencia. La manifestación no solo de una subjetividad rebelde, finalmente naif, sino, y por sobre todo, de una imaginación crítica que nace del sufrimiento histórico y es capaz de visualizar el complejo y arduo itinerario de la felicidad colectiva.