Jorge Giles pertenece a lo que Néstor Kirchner llamó “la generación diezmada”. Peronista de cuna, militó en la Juventud Peronista de Corrientes. Fue detenido en 1975, cuando los crímenes de la Triple A ya anunciaban la oleada de sangre que inundaría al país. Tenía en ese momento 25 años y era estudiante de abogacía. Salió en “libertad vigilada” en 1983. Entre una fecha y otra hizo un largo peregrinaje por distintas prisiones del país: luego de estar detenido unos días en la comisaría de Villa Ángela, pasó por las cárceles de Sáenz Peña en Resistencia, por la de Rawson en Chubut, por la de Coronda en Santa Fe, por la de Caseros en Capital y por la de La Plata en Buenos Aires.  Cada una de ellas fue una estación de su propio vía crucis. En ninguna le ahorraron martirios. No sin laceraciones, logró zafar de las garras tumberas y fue testigo en la Causa de Lesa Humanidad por la Masacre de Margarita Belén, ejerció la docencia, el periodismo, ocupó una banca de diputado y fue el autor del guion museológico del Museo del Bicentenario y del Museo Malvinas, de quien fue también su primer director.

En Mocasines.Una memoria peronista, publicada por la cooperativa Grupo Editorial del Sur (GES), es una historia novelada: su propia historia carcelaria y su historia de vida luego de salir de prisión, incluyendo el advenimiento del kirchnerismo y su relación con Néstor, ese flaco desgarbado y setentista que, de mocasines y saco cruzado, se atrevió a decir  “vengo a proponerles un sueño”.

-Néstor te pidió que escribieras sobre tu historia y los setenta. ¿Mocasines es una respuesta a ese pedido?

-El libro es el resultado de una parte de la historia que uno vivió y obedece a una necesidad de escribir que tengo desde hace muchos años hasta hoy. No quise contar desde la fría biografía política, desde una pretendida racionalidad de análisis. Creí que en nuestra historia había un costado más del alma, más del dolor, más del llanto que no se cuenta. Me pareció que todo esto estaba ausente en la literatura referida a aquellos años. Luego está mi historia personal que la cuento, la cuento y la cuento. Uno se desgarra contándola porque en ella hay mucha gente comprometida, muchos afectos. Cuando escribe,  uno vuelve a vivir lo que cuenta, repasa esos dolores.

-¿Y cuándo entra Kirchner en tu historia?

-Es algo de lo que nunca me gustó hablar mucho por pudor y porque me pareció que no correspondía. En 2003, a poco de asumir, me hace llamar por su jefe de Gabinete, el hoy presidente Alberto Fernández. Me dijo algo así como “yo te conozco más a vos de lo que vos me conocés a mí”.  Eso me pareció un halago desmedido, un piropo que no correspondía porque yo era solo un argentino que entraba a la Casa de Gobierno. Como me reí como agradeciendo ese exceso de cariño que él me dispensaba, me dijo “te lo estoy diciendo en serio, no es un halago fácil.

-¿Y por qué te conocía?

-Me contó que me conocía a través de un compañero muy querido que había militado conmigo en Corrientes –él era de Misiones- y que estuvo con él durante los años de su gobernación de Santa Cruz, el Turi Perié, que falleció hace un par de años. Pero más allá de lo que haya dicho Néstor, yo sentía la necesidad de contar y contar desde la pertenencia más íntima que tiene el militante cuando trata de explicarse a sí mismo y quiere compartir con sus semejantes. Quería contar lo que nos pasó y por qué nos pasó.

-En el libro hacés una revelación: que las elecciones legislativas de 2009 no las ganó De Narváez, sino que Néstor decidió dárselas por ganadas. ¿Cómo fue eso?

-Sí, después de esas elecciones Néstor me convoca a la residencia de Olivos y me dice: te tengo que contar que por los datos que he reunido tengo la casi certeza de que De Narváez no ganó las elecciones, sino que las ganamos nosotros. No tengo pruebas ni las voy a pedir, pero ganamos por un punto o un punto y medio.

-¿Y por qué tomó esa decisión?

– Me dijo que estaban haciendo presión para instalar que había ganado De Narváez y si él hubiera salido a decir que se iba a hacer un nuevo recuento total de votos y que no se iban a retirar del escrutinio de La Plata hasta que no se terminara, iba a poner el país al borde de un estallido, que iban a empezar a cortar las rutas… En esa confesión de hermano a hermano también me dijo que prefirió descomprimir la situación para que no incendiaran el país y llegar a ganar las presidenciales de 2011.


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Vos decís que Montoneros cometió dos errores graves: el haber militarizado la militancia y haber desconocido al líder máximo que fue Perón. ¿Podrías desarrollarlo?

-Creo que para comprenderlo hay que entender lo que fue nuestra generación en un mundo que era excepcional, un mundo que explotaba de alegría, de revoluciones a lo largo y a lo ancho del planeta. Nosotros veníamos de la influencia de la Revolución Cubana, de todas las luchas de América Latina, de Camilo Torres en Colombia, del Che. Para entender los aciertos y los tantos errores que hemos cometido tenemos que tratar de entender lo que fue esa generación. Para mí es un análisis reduccionista decir que la derrota de esa generación se produjo exclusivamente por los errores de los responsables. Nosotros no éramos militantes bobos, militantes dóciles que hacíamos “saludo uno, saludo dos” y que poníamos el cuerpo sin pensar lo que estábamos haciendo. Me refiero, por ejemplo, a la llamada contraofensiva. Visto a la distancia y también en aquel momento era posible ver la ceguera y la mediocridad de los responsables de las decisiones. Entonces yo estaba preso desde hacía varios años, pero con los pocos elementos que podíamos tener en la cárcel, sobre todo los que estábamos en pabellones de castigo y con todas las restricciones que sufrimos en los años de presidio, cuando me enteraba de lo que estaba ocurriendo afuera me agarraba la cabeza. Ahora bien, yo no me inscribo en el lote de aquellos que miran con el espejo retrovisor y dicen “perdimos por esto”. Fueron muchos los factores y si tengo que señalar un factor central digo que fue la dictadura, la dic-ta-du-ra. No pelearon dos demonios. Hubo un poder concentrado, con alto poder de fuego y alto poder económico. Es lo que denuncia Rodolfo Walsh en su maravillosa y memorable Carta a la Junta Militar a un año del golpe de Estado, cuya intención no era –como bien lo señaló él- aniquilar a organizaciones que en el momento del golpe ya estaban al borde del aniquilamiento. Era, fundamentalmente, abrir una herida que quede para la historia como escarmiento para nuestro pueblo. Ante esto habría que haber contestado con más política porque la política es el terreno donde se dirime en democracia y donde dirimen los conflictos los hombres y mujeres que abrazan la causa popular. Si estoy en una tarea cultural, estoy haciendo política. Si hago periodismo, estoy haciendo política. Si estoy en la fábrica o en la universidad, estoy haciendo política. Cuando uno quiere militarizar eso, cuando lo quiere sectorizar y sectarizar de la manera en que lo hizo Montoneros, comete un error garrafal que termina siendo funcional a lo que quiere ese sector concentrado que desea aniquilar toda forma organizativa popular.

¿Y cómo se entiende que Perón los haya echado de la Plaza?

-Creo que hay que entenderlo dentro de la complejidad histórica del peronismo. Yo estuve en esa plaza y Perón no nos echó a nosotros. Hubo una voz que partió de algún lado de la movilización que dijo hay que irse. Uno preguntaba a dónde había que ir, cómo nos vamos a ir si está hablando Perón y estamos cantando las consignas que vinimos a cantar. Fue un grave error, porque fuimos a una disputa política en el centro de gravedad de la política que era la Plaza de Mayo porque hablaba Perón. Entendíamos en esos años que eso era la profundización del proceso de liberación abierto con el triunfo de Cámpora y la asunción del gobierno y una forma de no dejar que fueran los sectores de derecha los que ganaran posiciones dentro del peronismo, dentro del gobierno y dentro del proceso político que estaba abierto en la Argentina. Esto te lo digo tratando de ubicarme en la cabeza que uno tenía a los veinte y tantos años.

-¿Y visto desde hoy?

-Visto desde hoy, digo lo que digo en el libro: que podemos discutir la ideología a nivel popular, pero que a un líder popular que se ganó su liderazgo en el barro de la política, en el llano, y que es el líder de las masas populares no lo podemos discutir como si estuviéramos a la misma altura. Nosotros tendríamos que haber tenido la sabiduría política de esperar para seguir avanzando en la organización, en la inserción y no aislarnos del conjunto del pueblo como sucedió tan rápido, como si hubiera sido un fenómeno de la naturaleza. Pero no lo fue, fue un producto de los errores políticos que cometimos. Hubo allí un desatino de la historia que es el divorcio entre el líder y los sectores mayoritarios de la juventud. Hay que aprender de eso para hacerlo presente. A veces, cuando hablo de esto con viejos compañeros y me dicen que con el diario del lunes es fácil analizar, yo esbozo una sonrisa porque en ese momento había muchos compañeros que ya tenían el diario del lunes. Walsh, a fines del 76, ya decía cuidado muchachos que por este camino más que una vanguardia terminamos siendo una patrulla perdida. Lo decía en el mismo momento en que estaban sucediendo los mayores horrores que vivió nuestro pueblo, en el momento en que su hija caía bajo las balas en una terraza de Villa Luro y era asesinado Paco Urondo en Mendoza. Así como me siento orgulloso de mi generación, de mis compañeros, de la lealtad a nuestras convicciones, de las decisiones bien tomadas, creo que hay que ser riguroso con las decisiones equivocadas que costaron la vida a tantos

-Como sucedió con la contraofensiva.

-Desde el año pasado se viene desarrollando el juicio por la contraofensiva. A mí me pasa algo que asumo como necesariamente contradictorio. Por un lado, me niego a reivindicar esa decisión equivocada, irresponsable al punto de costar tantas vidas. Por otro, si pudiera, levantaría uno por uno los cuerpos de cada uno de mis compañeros y compañeras que cayeron allí, muchos de los cuales estaban en contra de esa decisión y, sin embargo, la acataron por lealtad, porque pensaron en los compañeros desaparecidos. A esos compañeros les rindo homenaje todos los días de mi vida.  «