Las hadas de los cuentos están devaluadas. Primero intentó exterminarlas el realismo socialista, hoy el capitalismo salvaje intenta despojarnos hasta de la capacidad de imaginar. Por suerte, siempre hubo y habrá quien resista y apueste a los valores del mundo de la imaginación, aunque estos valores no coticen en bolsa. 

 A José Saramago, Premio Nobel de Literatura, poco le importó que los seres imaginarios se devaluaran como en nuestro país se devalúa el peso. Y advirtió en su cuento El Lagarto: “La historia va de hadas”. También expresó: “De hoy no pasa. Hace mucho tiempo que vengo queriendo contar una historia de hadas, pero las historias de hadas son agua pasada, ya nadie se las cree, así que, por más que jure y perjure, sé que al fin acabarán riéndose de mí. Al fin y al cabo será mi palabra contra la de un millón de habitantes. Pese a todo, echemos el barco al agua, ya encontraremos el remo.” 

Lo que siguió fue un relato sobre un gran saurio que apareció de pronto, inexplicablemente, en el barrio del Chiado, uno de los más tradicionales de Portugal, la patria de Saramago. En ese barrio, más precisamente en el Café A Brasileira, está eternamente sentado el poeta Fernando Pessoa a través de una escultura. Esto podría explicar en parte por qué el saurio de Saramago aparece en ese barrio: la imaginación poética todo lo hace posible. El gran lagarto fue hostigado por los pobladores como respuesta a la incertidumbre que siempre causa lo desconocido. Ante el espíritu belicoso de los atacantes, sorpresivamente el saurio se convierte en una gran flor blanca que, a su vez, se transforma en una paloma. 

El cuento de Saramago apareció originalmente en el libro El equipaje del viajero (1973), que reunió las crónicas escritas por él para el diario A Capital y el semanario Jornal do Fundão entre 1971 y 1972. Hoy, Penguin Random House, a través de uno de los sellos que la integran, Lumen, acaba de editarlo por separado, en castellano y con hermosas xilografías del gran grabador brasileño, José Francisco Borges. 

¿Se trata de un cuento para niños? Eso dicen, aunque la buena literatura no reconoce edades. Hay quien califica a Moby Dick como un libro de aventuras para chicos y preadolescentes, haciendo un recorte arbitrario y poco lúcido, porque se trata de una de las más increíbles novelas jamás escritas que ha merecido innumerables estudios críticos. Lo cierto es que el cuento de Saramago que acaba de aparecer es disfrutable por todo el mundo sensible a la escritura del escritor portugués y al maravilloso grabado popular brasileño.

 Saramago tenía su propia idea sobre cómo debe ser la literatura para chicos y la expuso en otro cuento: «Las historias para niños deben escribirse con palabras muy sencillas, porque los niños, al ser pequeños saben pocas palabras y no las quieren muy complicadas. Me gustaría saber escribir esas historias, pero nunca he sido capaz de aprender, y eso me da mucha pena. Porque, además de saber elegir las palabras, es necesario tener habilidad para contar de una manera muy clara y muy explicada, y una paciencia muy grande. A mí me falta por lo menos la paciencia, por lo que pido perdón». 

La realidad demostró que el Nobel portugués contaba, por supuesto, con capacidad para dirigirse también a los niños. El lagarto lo reafirma y las ilustraciones de José Francisco Borges son el complemento perfecto por la sencillez de sus trazos y por el origen popular del arte al que se dedica. 

Este gran grabador brasileño nació en Pernambuco en 1935. Hijo de campesinos, entró muy chico al mundo del trabajo en el campo. Paralelamente, según consta en el libro, se dedicó a hacer cucharas de palo que iba vendiendo por las casas para ayudar económicamente a su familia. Borges disfrutaba en su infancia de la llamada “literatura de cordel” por la forma en que se disponía para la venta. En efecto, se la colgaba de cordeles para que los ejemplares fueran visto por los potenciales lectores. Esta tradición nació en España y luego pasó a América. Esta literatura tenía una gran aceptación popular y creaban en los lectores una intriga al ir publicándose en capítulos hasta que se completaba la historia. De esta forma, en un mundo en el que la comunicación era muy diferente de lo que es hoy, se lograba el suspenso y se mantenía interesados a los lectores. 

Borges desarrollo un gran gusto por la poesía a través de este tipo de literatura hasta que en 1964 comenzó a escribir sus propias historias. No tenía quién las ilustrara, pero era heredero de una tradición popular como lo es determinado tipo de grabado. Fue así que comenzó a hacer xilografías –grabados en madera- con la estética que le dictaba esa tradición. Se convirtió así en un gran grabador popular. Hoy su obra consta de más de 200 títulos y ha hecho grabados para ilustrar los libros de otros escritores. Eduardo Galeano fue uno de los que se dejó seducir por el encanto de sus imágenes y visitó su taller para pedirle que les pusiera formas y colores a sus palabras. Fue así que nació, fruto del intercambio entre el escritor uruguayo y el escritor e ilustrador brasileño, Las palabras andantes.

 Saramago y Borges no se conocieron personalmente, aunque por supuesto, cada uno sabía de la existencia del otro y se tenían una admiración recíproca. El tiempo y la muerte del Nobel portugués no fueron un impedimento para que se concretara el proyecto que culminó en el hermoso libro álbum El lagarto. Si algo hermana a Saramago y a Borges es el respeto por la expresión popular por lo que la feliz mixtura entre la palabra y la imagen no es un hecho casual.