No tengo prejuicios como lector, pero no estoy casado con un género”, dice Juan Sasturain, a quien se lo identifica con el policial y la historieta.” Hammett -es un escritor enorme, soberbio, que dejó a la literatura distinta de como la había encontrado y lo hizo entrando en ella desde un costado no prestigioso. Hammett, Oesterheld y Walsh han entrado a la literatura por la ventana, por un costadito y siempre la tomaron como un saludable trabajo. No tenían la vocación artística y el laburo por dos canales separados y, si los tenían, encontraron la manera de convertir la escritura creativa en una forma de trabajo. No colocaban la literatura en una casilla diferente del resto de los laburos.”

Su admiración por Hammett es tan grande que le dedicó una voluminosa novela, El último Hammett, que en 2019 ganó, precisamente, el premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón. Recientemente acaba de publicar Pirse, el improbable (Alfaguara), una novela breve que es un desprendimiento de ese texto y que ya había anunciado en él. Cuenta allí, entremezclando ficción y realidad, de qué modo Sasturain, convertido en personaje de su propia novela, recuperó la primera versión de El último Hammett que había pedido en Rosario en los años ochenta.

Del texto cuya recuperación narra  en su última novela, Sasturain, el real, no el personaje, dialogó con Tiempo Argentino. Al menos eso creemos. Lo real es a veces tan improbable como el propio Pierce.

-¿En qué estado de escritura estaba la historia del texto perdido y recobrado cuando lo anunció en El último Hammett?

-Estaba ya lista. Por eso en el prólogo se anuncia que la historia del manuscrito iba a ser otro texto. En realidad, es otra novela, otro relato, pero todo fue el resultado de un mismo impulso narrativo. La historia que está en Pirse, el improbable era parte de El último Hammet, lo cerraba, lo cubría como una cáscara. Primero contaba la historia del manuscrito y luego lo transcribía. Esa era la idea original. Luego, por razones muy atendibles  de buenos lectores y de editores que me dijeron “pará, Juan, esa es otra historia, contala después”, no integró El último Hammett. Le toqué algunas cositas, pero ya estaba escrita.

-Usted confunde adrede el narrador con el autor y se  incluye como personaje, lo que hace que a veces resulte indiscernible qué es real y qué es ficción. Recordé a García Márquez que dijo que nuestra vida no está constituida por los hechos, sino por el relato que uno se hace de ellos. ¿Cuál es para usted la importancia del relato?

-Todo es relato. Somos gestadores y receptores continuos de relatos porque no hay otra forma de dar cuenta de lo que pasa. Una palabra, una denominación es un microrrelato, es poner en relato algo que está fuera de él. El relato es la expansión de la palabra y esa expansión es infinita. La única diferencia entre lo que llamamos historia, biografía o novela es que cada uno de esos relatos establece un pacto distinto con el lector, que lo lee como verdadero o lo lee como ficción. Ese pacto es móvil. Uno lee a Henry Miller o las biografías del tano Pratt y sabe que hay mucho elemento de ficción que atraviesa la biografía, que son versiones. Y no estoy hablando de ocultamiento ni de mitificación, sino de que el relato mismo tiene sus propias mecánicas, la memoria tiene su propia mecánica y esa mecánica  siempre es creativa. Inventamos el pasado, inventamos las historias y esa no es una cuestión de fidelidad, está en  la naturaleza misma del lenguaje y está en nuestra manera misma de enfrentarnos con el suceder. La confusión, lo “indiscernible” en términos saludables, aparece en un texto que desde la sonoridad del título evoca a «Funes, el memorioso». El verosímil del relato se impone sobre la veracidad de los datos. Las reglas del verosímil son las que rigen la ficción. Las reglas de la veracidad son las que rigen la biografía o la historia. En un texto como Pirse, el improbable se entreveran  ambas cosas.

Es un texto totalmente borgeano. Incluso usted cita un texto supuestamente oriental de Borges y Bioy Casares.

-Absolutamente. Claro, la antología donde figura es real, pero el cuento no lo es. Bueno, por ahí existe. Habría que ver todos los escritos del sinólogo inglés Arthur Waley, para ver si existió o no.

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(Foto: Edgardo Gómez)

Parece casi una ficción que usted, que es tan borgeano en estos procedimientos  y que políticamente está en las antípodas de Borges, ocupe hoy el mismo lugar que él en la Biblioteca Nacional.

-Bueno, no hay nada más cambiante,  frágil y sujeto a los vaivenes de lo efímero que la política y los cargos políticos. Por eso, un cargo lo puede ocupar tanto Mariano Moreno, José Mármol, Paul Groussac, Martínez  Zuviría, Borges, Horacio González o yo, que me toca ir sentado en el último vagón. Son cargos simbólicos. Se los puede pensar como un trencito que recorre la historia de la patria. La gente se va subiendo y bajando en las distintas estaciones de la historia.

– Pero lo cierto es que hoy ocupa usted ese lugar que ocupó Borges.

-Claro. En una operación casi de necesidad ideológica. Cuando me tocó escribir Perramus en las postrimerías de la dictadura, en el texto estaba todo ese universo de terror y de pesadilla que estábamos viviendo, el tema de la memoria, de qué hacer con la culpa, qué hacer con la violencia. Y ahí apareció Borges como personaje. Era Borges y a la vez no. Era el Borges que uno había leído, el que uno quería que fuera. Entonces asumí plenamente el hecho de tomar a Borges como personajes y trabajé con él durante toda la década del 80. El maestro no se enteró de que en Perramus ganaba el Premio Nobel y veía bastante más que en la realidad.

En Argentina se trató de denostar al relato, de plantearlo como algo mentiroso. ¿Cómo se relaciona eso con la realidad literaria?

-Creo que en este punto habría que abrir un gran paréntesis con un corchete dentro y plantear qué queremos decir semánticamente con “relato” y a qué lo oponemos, si lo oponemos a la verdad o a qué. En el sentido que yo le doy abarca tanto la ficción como la historia. Una biografía es un relato y un partido de fútbol es  un relato. El amor, la construcción de los sentimientos siempre terminan en un relato. La metafísica, las preguntas por el sentido son relatos. Los ensayos, en última instancia, son también construcciones de relatos en los que los conceptos son los personajes. Me parece que el relato es un punto de partida y un punto de llegada. Es el lugar en que estamos siempre y hay que asumirlo con toda su riqueza que coincide con toda su ambigüedad. La riqueza del relato tiene que ver con la polisemia, con la multiplicidad de sentidos.

El lenguaje es lo que nos hace humanos.

-Claro. El lenguaje, mal que les parezca a los digitales, es, saludablemente, el resultado de nuestra propia perplejidad. Por eso es ambiguo y polisémico. Por eso, cada vez que usamos las palabras se resignifican los conceptos de acuerdo a los contextos. Si no, aspiraríamos a un lenguaje único en el que las palabras significarían siempre lo mismo, lo cual no tiene nada que ver con la naturaleza humana. Ya sea que busques expresar algo que sea verdad o quieras construir una ficción absoluta, siempre vas a relatar. La Biblia es  un relato, algunos lo toman como religioso, otros lo toman de manera literal y otros como relato en sí. Es todo eso al mismo tiempo, depende de la pretensión y la pretensión del autor no siempre es la misma del que lo lee. Si tomo el Popol Vuh de los antiguos guatemaltecos y lo veo traducido de los ideogramas al lenguaje silábico de la civilización occidental, al español de entonces no entiendo qué carajo de función cumplían. ¿Es metafísica? ¿Es un relato mítico? ¿Qué es? Es todo eso al mismo tiempo. Es el uso que yo haga de él. Puedo leer Madame Bovary  o Martín Fierro como documentos.  Si leo Madame Bovary  como documento social de la Francia de un momento del siglo XIX, me pierdo la literatura, me pierdo a Flaubert. Puedo leer Casa tomada de Cortázar como una metáfora de la paranoia antiperonista. Esa es una lectura ideológica, pero en el medio está Cortázar y el cuento es un cuento de la san puta. Los relatos van más allá de la intención manifiesta del autor y de la “budinera” con la cual uno se acerque a él. Los buenos relatos siempre desbordan y suscitan distintas interpretaciones. La China Ludmer o Piglia toman un texto que uno ha leído, lo analizan y uno dice “a la puta, también esto estaba ahí.”  Con esto quiero decir, divagando mucho, que todo es relato porque el relato es constitutivo de nosotros. Nuestra condición es la de personajes de una obra que no hemos escrito y no tenemos la más puta idea de cómo termina.

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(Foto: Edgardo Gómez)

-¿Algún conflicto entre la escritura y el hecho de ser el director de la Biblioteca Nacional?

-En principio no tendría por qué haberlo. Pero la pandemia nos atraviesa en todo sentido. Hoy hay que laburar quizá más de lo que laburábamos antes. Pero no es  una cuestión de tiempo, sino de lo que hacemos con el bocho. A mí me está resultando más fácil leer que escribir. Pienso que en los últimos tiempos utilizo el tiempo en trabajar, leer, ver alguna película o fútbol y sacar al perro. Por supuesto, también en estar en pareja con todo lo que tiene el encuentro íntimo.

La novela transmite un espíritu gozoso. Lo imagino escribiendo y pasándola muy bien. ¿Es así?

-Sí, siento el placer de la escritura, lo que no quiere decir que no sea algo laborioso. Justamente, el placer consiste en desafiarse y conseguir algún logro. Recuerdo que Miguelito Briante tenía una expresión muy linda sobre aquellos escritores que hablan del calvario del escritor, la angustia, la dificultad, ya sea por pose o porque lo sienten así. Miguel decía: “si sufren tanto, para qué escriben.”

Agradecimiento, texto y contexto


«Si hay algo que me interesa remarcar –dice Sasturain– es que uno de los disparadores de este texto es hacerle justicia y hacer un acto de agradecimiento a quien se menciona como Adolfo, que es Rodolfo, una persona muy culta y muy generosa, que, como cuento al comienzo de Pirse, el improbable, hará unos diez años atrás sin conocerme me llamó un día desde Rosario para decirme que tenía pensado regalarme toda su colección de literatura policial. Eso es absolutamente real.»

–Debe haber sido algo maravilloso. 

–¿Y qué te parece? Como lo cuento en la novela, me regaló 35 cajas de libros de literatura policial editados en la Argentina de todas las colecciones populares de los años ’40 hasta mediados de los ’60. Tuve que alquilar una oficina para guardar todo eso. Desde entonces vivo rodeado de maravillas, de libros de tapas coloridas. Eso tiene que ver con mi relación con Rosario, incluso con mi experiencia allí cuando era muy joven, cuando tenía menos de 30, en los tumultuosos años de la primavera camporista. Allí fui docente en la Universidad teniendo 28 años. Me tocó vivir en esa ciudad una época hermosa y terrible al mismo tiempo, con las presiones y los asesinatos de la Triple A. Y eso también está en esta novela.

Usted siempre contextualiza lo que narra. 

–Sí, todas mis novelas pasan en épocas y circunstancias determinadas. Los personajes y el narrador están situados. La narración puede ser ficticia, pero siempre está atravesada por la coyuntura.»Si hay algo que me interesa remarcar –dice Sasturain– es que uno de los disparadores de este texto es hacerle justicia y hacer un acto de agradecimiento a quien se menciona como Adolfo, que es Rodolfo, una persona muy culta y muy generosa, que, como cuento al comienzo de Pirse, el improbable, hará unos diez años atrás sin conocerme me llamó un día desde Rosario para decirme que tenía pensado regalarme toda su colección de literatura policial. Eso es absolutamente real.» 

–Debe haber sido algo maravilloso. 

–¿Y qué te parece? Como lo cuento en la novela, me regaló 35 cajas de libros de literatura policial editados en la Argentina de todas las colecciones populares de los años ’40 hasta mediados de los ’60. Tuve que alquilar una oficina para guardar todo eso. Desde entonces vivo rodeado de maravillas, de libros de tapas coloridas. Eso tiene que ver con mi relación con Rosario, incluso con mi experiencia allí cuando era muy joven, cuando tenía menos de 30, en los tumultuosos años de la primavera camporista. Allí fui docente en la Universidad teniendo 28 años. Me tocó vivir en esa ciudad una época hermosa y terrible al mismo tiempo, con las presiones y los asesinatos de la Triple A. Y eso también está en esta novela.

Usted siempre contextualiza lo que narra. 

–Sí, todas mis novelas pasan en épocas y circunstancias determinadas. Los personajes y el narrador están situados. La narración puede ser ficticia, pero siempre está atravesada por la coyuntura.