A poco más de un mes de irse, y cuando hasta los senadores que le habían dado las mejores muestras de fidelidad empezaban a arrear banderas y dejarlo solo en su pretensión de dar un golpe de Estado, Donald Trump se desquitó condenando a dos pueblos que reivindican el derecho a vivir en paz y en sus territorios. A la vez, a saharauis y palestinos. Lo hizo, en su más elaborado tono provocativo, anunciando el 10 de diciembre, Día Universal de los Derechos Humanos, que reconocía la soberanía de Marruecos sobre el Sahara ocupado, a cambio de que el reino de Mohamed VI firmara un acuerdo de paz con el Estado de Israel y admitiera la soberanía de Tel Aviv sobre todos los territorios palestinos ocupados. 

Quizás sea la primera vez en la historia que dos países que no están ni nunca estuvieron en guerra firmen un acuerdo de paz. Tampoco es la primera vez que Estados Unidos avasalla los derechos de un pueblo, como el saharaui en este caso, que hace 45 años espera que las Naciones Unidas organicen un prometido referéndum con el que consagrarían la soberanía. Si bien los gobiernos árabes y africanos siempre le han dado la espalda a un país árabe y africano, como la República Árabe Saharaui Democrática, la RASD es reconocida por más de 90 de los 193 países que integran la ONU. También la ignoran los palestinos, igualmente víctimas ellos de una ocupación que les impide vivir en su propio territorio.

El anuncio de Trump llegó semanas después de que, con chantajes similares, lograra que otros países árabes –Emiratos, Bahrein y Sudán– sellaran acuerdos de paz con Israel, una efectiva forma de quitarle presencia a Irán, un enemigo. Y días después de que Marruecos atacara el Gerguerat, la franja desmilitarizada del sur saharaui, fronteriza con Mauritania, abriendo la posibilidad de lo que se ve como es una guerra inminente. La zona es codiciada por Rabat. Es la ruta de salida del contrabando marroquí y, sobre todo, es un punto clave para el narcotráfico. Según la ONU, por allí sale el hachís de Marruecos y se registra un intenso tráfico de armas.

El Sahara Occidental –el extremo noroccidental de África, un enclave estratégico sobre el Atlántico, rico en gas, petróleo y fosfato y asiento de grandes bancos de pesca y extracción de camarones– fue la última posesión española en África y de la que Madrid quedó como potencia administradora. Meses antes de morir (1975), el dictador Francisco Franco entregó la colonia a Mauritania, que abandonó el territorio cuatro años después, y Marruecos, que la ocupa desde entonces, tras promover la llamada Marcha Verde, una marea humana con la que ocupó el territorio. Luego, para asegurarse el control, construyó un muro de 2720 kilómetros, un área militarizada, con búnkers y campos de minas. Se construyó con créditos de Arabia Saudita y bajo control de expertos israelíes, a semejanza de la Línea Bar Lev de Israel, a lo largo de la costa este de Suez.

Según responsables de la ONU, la Unión Europea (España y Francia en particular, que veta en el Consejo de Seguridad todas las posibles soluciones) viola las normas básicas del derecho internacional: autodeterminación, prohibición de reconocer situaciones derivadas del uso de la fuerza (ocupación militar) y, entre otras,  prohibición de contribuir con su comportamiento a la consolidación de tal situación. Con el anuncio de Trump, Estados Unidos refuerza esa situación de hecho que viola las leyes internacionales, los derechos humanos y las resoluciones de la ONU y la Corte Internacional de Justicia.

España, la potencia administradora, varió su antigua posición de defensa del derecho a la autodeterminación, al actual apoyo a la ocupación y anexión del territorio. Los sucesivos gobiernos del post franquismo –socialistas o conservadores– han repetido hasta la saciedad las frases huecas (provocativas) propias del lenguaje de los organismos de la ONU. “La llegada de Unidas Podemos al gobierno fue bien recibida por los saharauis, porque el propio Pablo Iglesias (su líder) se había comprometido públicamente, participando incluso en actos de solidaridad con el pueblo saharaui. Pero parece que las cosas se ven de forma muy diferente desde un mullido sillón oficial”, opinó el analista vasco Juan Soroeta.

Marruecos extorsiona a Europa con múltiples armas, pero en especial con la inmigración. Días atrás, un dirigente del Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro (el Polisario, el ejército de la RASD) se preguntaba si había alguna duda sobre por qué en las últimas semanas empezaron a llegar a las Canarias legiones de inmigrantes africanos. “Rabat maneja como nadie el grifo de la inmigración ilegal, que abre cada vez que se ponen en duda y pueden cuestionar sus relaciones con la UE. Desde siempre, el Polisario ha dado muestras de paciencia, a veces difíciles de entender por nuestro propio pueblo. Si ahora se confirma la vuelta a la guerra –agregó– nadie podrá decir que no hemos explotado todas las vías posibles para lograr lo que nos corresponde por justicia”. «