Casi todo psicólogo que se precie de tal asegura que la obsesión es enemiga de la felicidad. Favorece enredos, magnifica cuestiones menores y aísla a quien la padece. Los agnósticos, en cambio, observan que el diván puede ser perjudicial para la creación. Advierten que si los artistas vivieran en un equilibrio perfecto, sus obras podrían resultar tan conmovedoras como un paquete de chicles. Afortunadamente, a la hora de ejercer su profesión Julio Chávez (61) nunca se desprendió de una voracidad y obsesión medulares. Así construyó cada actuación, cada proyecto y una carrera de prestigio y llegada popular. Su nueva aventura es El Pampero, donde otra vez edifica un personaje de una profundidad a su medida.

La película escrita y dirigida por Matías Lucchesi (Ciencias Naturales) relata la historia de Fernando (Chávez), un hombre acorralado por una enfermedad terminal que decide alejarse en su velero para morir lejos de todo y de todos. Pero el plan original irá modificando su curso ante la aparición de Carla (Pilar Gamboa), que huye de un asesinato y pide desesperadamente su ayuda. El velero circulará por aguas turbias y bajas de la zona norte del Gran Buenos Aires y funcionará como una metáfora exacta de esas vidas: no hay lugar para lo cristalino, avanzar casi siempre será trabajoso y los destinos serán condicionados por factores que van más allá de la voluntad de sus protagonistas.

La irrupción de Mario (César Troncoso), un guardacostas que no suele aceptar un no como respuesta, sumará riesgos inesperados que le darán más electricidad a la historia. El Pampero gana desde la sutileza y se las arregla para plantear con una historia pequeña los temas fundamentales del hombre: la muerte y la soledad. Un espacio ideal para el Chávez actor, pero también para el Chávez de a pie y su generosa capacidad de reflexión.

-¿El Pampero es una película sobre la capacidad del hombre para decidir su muerte?

–En parte. Yo diría que es una historia sobre que el hombre no decide cómo morir. Al menos no le resulta tan fácil como alguno puede creer. Fernando arma un plan, pero por azar o como le quieras llamar, todo cambia completamente. El guión me encantó de entrada porque incluye varios aspectos muy profundos. El Pampero es una película existencialista. Te ubica en qué es esto que llamamos vivir. Eso lo entendí cuando tuve que preparar el personaje. Ahí me di cuenta cómo se debe sentir –al menos desde mi imaginación, de eso se trata actuar– cargar de la mañana a la noche con un cuerpo que no responde como lo hizo siempre. El dolor físico, el agobio mental. Una mente que no puede construir futuro está condenada a la carne. No puede hacer metáfora. Y si al hombre le cortás la posibilidad de hacer metáfora es muy difícil sobrellevar el día a día.

–La aparición de Carla lo hace reencontrarse con cierta voluntad vital.

–La vida lo reubica con la aparición de esa chica. Es un mensaje. Los dioses nunca quieren que hagamos nuestra voluntad. Más bien disfrutan enseñándonos un par de cosas. Esa chica lo distrae. Y la distracción es vida. La vida es una sucesión de distracciones (risas). Esa chica le pide ayuda y primero no se engancha. Pero después le despierta ternura, cierta piedad. Lo revive, más allá de sus dificultades.

–¿Cuánto de enojo tiene Fernando?

–Tiene un enojo profundo. No lo manifiesta en forma grotesca. Pero está ahí y es muy fuerte. Hace cosas de persona enojada. No atiende el teléfono, desaparece sin avisar… Es como un chico que se va enojado a su cuarto porque algo no le gustó. Y al rato se da cuenta que a nadie le importó nada y vuelve solo. La vida es muy así. Volvés solo o algo te trae. En este caso Carla lo hace volver. La primera reacción de mi personaje es parecida a la de esas personas que sufrieron mal de amores y decidieron no enamorarse nunca más.

–¿Alguna vez tomaste esa decisión?

–No. En realidad yo no sé si alguna vez me enamoré.

–¿Cómo vivís eso? ¿Con naturalidad o como una carga?

–Como un enigma. Porque tampoco estoy seguro de que no me haya sucedido. Tal vez me enamoré y no me di cuenta. Pero cuando veo a algunos seres humanos y su versión del amor dudo más. ¿Es eso? No sé. Algunas personas supuestamente enamoradas dan un poco de miedo.

Lo no dicho

El Pampero trabaja mucho desde lo no dicho. Por la naturaleza de sus personajes, pero también por una saludable decisión en la forma de contar la historia del guionista y director Matías Lucchesi. La enorme impericia de la raza humana para comunicarse también marca el ritmo de la historia y los padeceres de sus personajes. «La película también tiene eso, sí. Hay muchas cuestiones afectivas no resueltas y no dichas. Muchos padres sienten que sus hijos no les responden como merecen. Imaginan cierto engaño, que no fueron debidamente retribuidos. No es fácil comunicarlo y mucho menos en un situación extrema de salud. No estamos preparados culturalmente para la muerte y ni siquiera para la vejez», señala Chávez.

–¿Cómo se puede resolver eso?

–Si la cultura no ayuda quizás tengamos que reflexionar y buscar respuestas más personales. El otro día recibí la visita de un maestro mío que está muy grande. Me impresionó mucho porque advertí que en él envejecer se hizo una enfermedad. Para mí envejecer no siempre es una enfermedad. La sociedad ve arrugas, el cambio del cuerpo y lo toma como un trastorno. Negar o esconder el paso del tiempo no es sano.

–Tenés mucho prestigio, cada vez más llegada popular y mucho trabajo. ¿Qué proyectos te quedan pendientes?

–Quiero dirigir más y armar un elenco. Seguir trabajando como actor mientras pueda porque me encanta. Pero me gustaría armar un elenco, producir mis propios materiales y encontrar un circuito por donde presentarlo. Estoy en condiciones de ser mi propio productor. Lo del elenco parece fácil, pero no lo es tanto. Convocaría a gente que estoy entrenando, pero la clave es encontrar un grupo que funcione y no esté condicionado por los egos. También me gustaría poder dedicarle más tiempo a la plástica.

–¿Una formación actoral muy sólida puede resultar inhibitoria o condicionante?

–Nunca me interesó utilizar el estudio como una justificación para el resentimiento. Entiendo y comprendo de dónde vienen esas cosas. Pero me dedico a hacer lo que me interesa a mí. Sé que algunos actores pueden poner en tela de juicio algunas de mis elecciones artísticas. Son puntos de vista ideológicos. Cuando empecé a hacer tiras de televisión algunos se horrorizaban. Y yo jamás había dicho que nunca las haría o que eran algo vergonzante. Creo que demostré que se puede hacer una tira con seriedad y compromiso. Respeto las diferentes posturas, pero me rijo por las mías. Hacerse cargo de las expectativas ajenas puede ser peligroso.

–Hace poco en un programa televisivo decías que no te gustaba hablar públicamente de política. ¿Tu obra no es también una postura política?

–Es una forma en que lo piensan algunos. Yo tengo un compromiso muy grande con mi oficio. Soy un guerrero de mi profesión. Ahí tengo mis principios y mi práctica. Desde hace siglos existe la prestación de servicios entre la política y el arte. De hecho Camus y Sartre se pelearon por eso. Entiendo, conozco y admiro o no, según el caso, a muchos de quienes participan actualmente de eso. Son admirables las personas políticamente comprometidas. Pero yo no soy eso. No voy a caretearla. Tengo opiniones políticas, pero eso no significa que me identifique con alguna administración. Alguna vez participé de un grupo de estudio sobre Marx. Era muy interesante, pero tuve que dejarlo porque sentía que no podía darme el lujo de informarme y no hacer nada. Yo soy un hombre de acción. No me daba decir «pero qué maravilla» y quedarme de brazos cruzados. Mi energía y mi vida pasan por el arte. «

Pilar Gamboa: Vértigo y aprendizaje

Pilar Gamboa (37) es toda intensidad. Se mueve entre la timidez y el entusiasmo, exhibe una gran vocación por analizar cada aspecto de su profesión, y al mismo tiempo puede ser tan impulsiva como para intentar derretir la supuesta solemnidad de Chávez en un saludo relámpago. Es conocida por el gran público por sus participaciones televisivas en las producciones de Pol-ka Para vestir santos y Los únicos. Pero su carrera en el cine está en ascenso y tiene un sólido currículum en teatro: «Siento que el escenario es mi lugar en el mundo, tiene la ventaja que no te podés ver y entonces no te podés juzgar», confiesa la co-protagonista de El Pampero.

–Esta película fue un aprendizaje enorme. Trabajar con Julio obviamente es increíble. Imaginate cuando te dicen: “En la peli van a estar Chávez y vos”. El vértigo es ineludible porque es un actor y un maestro. La pasé bomba y me sentí como una nena en Disney, pero tuve que disimular un poco frente a los desconocidos (risas). Yo siempre hice cine independiente, por eso para mí esto era Hollywood. Todas esas experiencias más el guión y mi personaje me enriquecieron muchísimo. Fernando y Carla, nuestros personajes, se juntan en la rotura. Siento que la curva afectiva que aparece en la historia también se dio en lo personal con Julio. Valoro mucho esta oportunidad.

En el teatro y muy pronto en la TV

El presente de Chávez difícilmente podría ser más activo. Mientras se viene el estreno de El Pampero, continúa con la obra de teatro Un rato con él y está a punto de terminar las grabaciones de El maestro, la miniserie de Pol-ka que llegará a El Trece en septiembre. «Nunca habíamos trabajado juntos con Adrián (Suar) y nos propusimos ese desafío –explica el actor–. Pero no encontrábamos un guión que nos gustara así que terminamos escribiendo Un rato con él junto a Camila Mansilla. Es una obra respetuosamente popular. Sus pretensiones son emocionar y generar una reflexión». En breve, Chávez terminará de filmar los doce capítulos de El maestro. “Trabaja sobre un tema hermosamente convencional: soy un profesor de danza clásica que establece una relación muy especial con una de sus discípulas. Esa chica y un tema familiar lo devuelven a la plenitud de la vida”, adelanta el actor.