A 15 días del veredicto final de las urnas, Axel Kicillof profundiza en sus recorridas por los 135 municipios bonaerenses el rasgo diferencial de su campaña: el contacto cara a cara. Sin parafernalia, sin grandes despliegues y, dato no menor, sin intermediarios. La construcción de un vínculo emocional con una franja mayoritaria de votantes es un objetivo que en su entorno consideran cumplido, y con creces, a pesar de las acechanzas, de la «campaña sucia» que desde el inicio le adjudicaron a Cambiemos y de cierta incomodidad bien disimulada por algunos intendentes del propio Frente de Todos.

La ratificación de la estrategia minimalista –una campaña «austera y de cercanía», atributos que se repetirán en el probable caso de ganar el gobierno– explica por qué Kicillof eligió el estribillo de una canción de Piero («Llegando, llegaste», de 1970) para musicalizar sus últimos spots televisivos. 

«Llegando, llegaste/ te miré de frente/ después puse un nombre/ te llamé ternura», dice la letra del tema que Piero –nacido en el sur de Italia como Piero Antonio Franco de Benedictis– cedió a Kicillof para el tramo final. La aparición de esta melodía en las pantallas coincidió con una polémica que los colaboradores del diputado y exministro de Economía atribuyen a la «desesperación» del oficialismo, tanto de María Eugenia Vidal como de Mauricio Macri.

Todo comenzó con unas declaraciones del propio Kicillof en las que citaba al párroco Rodrigo Vera de la iglesia Virgen de la Asunción y Nuestra Señora de los Dolores, ubicada en el Barrio Gardel, una exvilla de emergencia del partido de Morón que se urbanizó durante el kirchnerismo. Como se sabe, Kicillof comentó en una entrevista que la ola de despidos y la falta de empleo habían llevado a algunos habitantes de barrios pobres a vender droga como modo de subsistencia.

Tras esa declaración, arrancó una ola de cuestionamientos y de acusaciones públicas que buscaban asociar a Kicillof con la apología del narcotráfico o con una presunta actitud de vista gorda ante el delito. La ofensiva fue protagonizada tanto por dirigentes de Cambiemos como por periodistas alineados con el macrismo. El extremo de la embestida, casi satírico más allá de su intención, fue la frase de Miguel Pichetto, quien llegó a advertir que Kicillof, en el caso de ganar, «podría alentar el saqueo, el robo a bancos y a matar gente».

«Todo esto es parte de la campaña sucia, que denunciamos desde el principio, cuando quisieron vincular a Axel con la tragedia de Once. Los equipos de campaña de Vidal y de Macri utilizan estas malas jugadas o cualquier cosa para tratar de demonizarlo, de afectar su imagen. Pero no lo logran. Porque Axel tiene mucho contacto con la gente y por eso les gana. Además, los curas que laburan en los barrios salieron a decir que lo que había dicho no era una justificación sino que estaba contando lo que pasa en la realidad. Con hipocresías no vamos a llegar a ningún lado. Para gobernar y transformar hay que meter la pata en el barro», evaluaron el episodio desde el comando de Kicillof.

Más allá de los dichos de sus colaboradores, los estudios de opinión pública –sobre todo los focus group, que indagan en grupos motivacionales– muestran que la credibilidad y la –si se quiere– autoridad simbólica del candidato pasa por una luna de miel con franjas importantes del electorado de la PBA. Ni la polémica sobre sus dichos sobre la venta de drogas como forma de sustento ante la crisis y mucho menos una arremetida que comenzó en Twitter en torno a la presunta falsedad de las recorridas en el ya famoso Renault Clio lograron afectar su imagen ni disminuir su intención de voto.

«La gente le dice a Axel que cree en él. Que él va a poder solucionar los problemas. Tienen mucha esperanza. Están depositando una gran confianza en su llegada a la gobernación», describió en diálogo con Tiempo un testigo infaltable de sus giras a bordo del «Kici-móvil», el vehículo de Carlos Bianco.

Pero la expectativa social y la sintonía con Kicillof tienen, para su equipo y para el propio candidato un costado incómodo. Toda esa ilusión popular, una suerte de ansiedad por quitarse de encima la crisis, funcionará a partir del 11 de diciembre como una presión por resultados rápidos. Una demanda difícil de satisfacer. Los colaboradores de Kicillof contrastan esas expectativas con el cuadro de situación con el que se van encontrando: enumeran un BAPRO muy desfinanciado (en la última semana, los miembros del directorio del banco que representan a la oposición, Juliana Di Tulio, Sebastián Galmarini, Andrés Vivaldo y Mario Meoni, denunciaron que Vidal está poniendo en riesgo el patrimonio de la entidad); un faltante de entre 60 y 80 mil millones de pesos para hacer frente a los gastos de lo que resta de 2019; despidos masivos y cierres de fábricas que se mantienen a un ritmo semanal. El panorama bordea la catástrofe. Por todo esto adelantan desde el equipo de Kicillof que un eventual nuevo gobierno deberá hacer un diagnóstico muy crudo del punto de partida porque «a partir del 11 de diciembre se terminan las excusas».

«En el caso de ganar, si Dios quiere, el que va a gobernar es Axel. Y después, cuando exploten los quilombos, la responsabilidad será suya. Ante este escenario, él no va a sacrificar la relación que construyó con los bonaerenses. Se va a planificar en detalle cada área y después se elegirá el nombre adecuado, el mejor, para cada programa. Que quede claro: Axel no va a hacer loteos del organigrama (del Estado provincial) y ya fue. Nuestra gestión no va a estar todo el tiempo diciendo ‘miren el desastre que nos dejaron’. No es nuestra manera de actuar», subrayó el colaborador de Kicillof sin ocultar su entusiasmo por el desafío –y la responsabilidad– que se les viene encima. «