Un mar de teenagers inunda la Ciudad Cultural Konex. La pleamar juvenil se da justo a las tres de la tarde. Poco antes de que se abran las compuertas del auditorio en Balvanera, los adolescentes se amuchan para surfear la máxima expresión de la gran ola cultural coreana en estos pagos: la octava edición del Concurso KPOP Latinoamérica. Cita obligada para todo «kaypopero» de ley. La tribu reúne a miles de fanáticos del género musical parido en el Lejano Oriente y que tomó por asalto el planeta combinando rock edulcorado, baladas melosas, hip hop apto para todo público y aeróbicas coreografías ejecutadas con rigor y precisión.

«Fenómeno de exportación es el KPOP. Primero conquistó Asia, luego Europa y ahora popular es en América. En Argentina más de 30 mil fanáticos hay», asegura Jinsang Jang, el atento director del Centro Cultural de la Embajada surcoreana. ¿Las razones del éxito? El funcionario destaca el ritmo y su adictivo bailoteo. Enseguida se calza el traje de hombre de Estado y reflexiona sobre la paciente y constante política cultural de la nación asiática: «Piense que los ’50, Corea era un país muy pobre. Con mucho trabajo, se logró el desarrollo económico y la industria cultural también floreció.

 Películas, literatura, gastronomía y, por supuesto, el KPOP. La globalización nos ayudó a compartir nuestra cultura.» Hace rato que la llamada Hallyu –»ola coreana»– salpica las costas de los cinco continentes con tecnología y cultura. Jinsang confiesa que, en el fondo, él es más chapado a la antigua. Prefiere los tambores del pungmul, una antiquísima melodía folklórica de raíz campesina. Y antes de despedirse juega otra carta diplomática: «Sabemos que en Corea del Norte también se disfruta del KPOP, aunque en forma secreta. Por ahí, puente de amistad puede construir la música. La política es otra cosa. Mucho más complicado».

Corea siempre estuvo cerca

La rosarina Ornella Escalona aguarda ansiosa el comienzo del show. Sentada en la última fila del auditorio, mata el tiempo presionando sin respiro el botoncito que enciende y apaga su lightstick fluorescente. Llegó al KPOP por azar, gracias a los sugeridos de YouTube. «Me enganchan los videos. Tienen muy buenas producciones y cantan súper bien», confiesa la chica de 14 años y melena fucsia intenso. La boy band Astro escala en la cima de sus preferencias. Para descifrar el mensaje de sus letras, Ornella decidió estudiar coreano en un instituto: «No es nada complicado. Teniendo las bases, podés armar oraciones al toque. Las letras de los grupos hablan de amor. También de rupturas». Su papá Aníbal la acompaña a sol y sombra. Cuenta que el fanatismo de su hija le recuerda sus años mozos, cuando deliraba con Soda Stereo: «Nunca llegué a teñirme, pero me batía el pelo a full y usaba corbatín». Aparte de las canciones que una y otra vez hace sonar su hija en el hogar, conoce poco y nada de la cultura coreana: «Me quedé en el partido del Mundial ’86. Les ganamos, pero qué cantidad de patadas le dieron los coreanos al Diego ese día».

El periodista Genaro Press tampoco sabía mucho de Corea cuando se lanzó a investigar el fenómeno del KPOP en la Argentina. «Primero me atrapó por el lado de los consumos culturales marginales. Algo que parece subterráneo, pero emerge y junta 5000 personas en un estadio.» Entonces, comenzó a escarbar para descubrir la génesis del fanatismo local y se topó con el Pump It, un videojuego de baile que reinó a principios del nuevo milenio. «Estaba musicalizado con bandas de KPOP. Ese fue el inicio de la bola de nieve», destaca el autor de KPOP Manía. «Me cuesta pensarlo como un fenómeno artístico, es un producto 100% comercial. La clave del éxito está en la necesidad que tenemos de reunirnos. Es imposible pensar en una coreografía de KPOP hecha en solitario».

La primera fila del auditorio huele a espíritu adolescente. Una banda de aguerridas chicas de La Matanza pide a grito pelado que salgan a escena los concursantes. Rocío es de Rafael Castillo, capital bonaerense del KPOP. De los cantantes coreanos resalta la belleza de sus rostros, de sus peinados, de sus cuerpos. De los latinos, también. Hoy alentará sin respiro a Josema, el frontman de los mexicanos Clue, uno de los siete grupos finalistas en la categoría baile. «Tiene algo único, no se puede explicar con palabras», cierra la muchacha y abraza con fruición el peluche que trajo para ofrendarle a su ídolo. Papá Sergio es el encargado de mantener a raya a la pandilla salvaje. «La música zafa y hay buenos conjuntos, pero a mí lo que me pierde es la cocina coreana, amo el ramen, también unos chicitos de pescado que no sé cómo se llaman. Escucho esta música y me dan ganas de comer».

Bailando por un sueño

Sobre el escenario, las salvadoreñas de Bangerz ensayan una coreografía que parece sacada de Fama. En la platea, los fans imitan los saltitos y hacen olas luminosas con sus lightsticks. El jurado integrado por la actriz Soledad Silveyra, la periodista Jini Hwang y el músico Christian Basso sigue con atención la performance. La crema y nata del KPOP latino se juega a todo o nada su suerte sobre las tablas, para lograr el premio mayor: conocer Seúl, la meca del «Gangnam Style».

En el camarín, grupos y solistas llegados desde toda América se preparan para salir al ruedo. Hay valijas desperdigas por todos los rincones, también un metegol y una mesa de ping pong. Los bolivianos de LFB-K se delinean los ojos y alisan sus mechones con una planchita. «Tenemos un look gótico, vampiresco, casi monstruoso», se ríen a coro los cochabambinos, tetracampeones del Altiplano. Para bajar la tensión previa al show no amenizan la espera con hojitas de coca. Prefieren un combo energizante de Herbalife.

Al bajar del escenario, los Clue están famélicos. Se lanzan sobre unas bandejas repletas de medialunas. Si ganan, será su segundo viaje a Corea. «Allá les encanta ver a los grupos latinos –cuenta Fero, uno de los galancitos aztecas-. Pero lo que más extrañamos fue la comida. Los mexicanos comemos cinco veces al día, y en Corea, solo tres».

Las ecuatorianas de Adolls tiran hurras y se palmean antes de mostrar sus trucos de baile. Dicen que ensayan miles de horas a la semana, que les roban al estudio y el trabajo. ¿Su arma secreta? “Hacer todo con mucho amor por el arte», aseguran las quiteñas, ataviadas con aires de porristas de preparatoria norteamericana.

Llegó el momento de la verdad para el crédito local: los porteños de Secret Weapon. Facundo, estudiante de Derecho, es el encargado de agitar al equipo antes de salir a la cancha. «El KPOP es una puertita que se abrió y no sabemos adónde nos puede llevar –dice, mientras comienza a correr hacia el escenario–. Queremos conquistar, literalmente, el otro lado del mundo». «