Araceli Rea está contenta: volvió a tener en su casa las 32 plantas de marihuana que la policía le había secuestrado en un allanamiento, quitándole mucho más que eso: era la materia prima del aceite que le permite una buena calidad de vida a su nieto, enfermo con el síndrome de West, que todavía no cumplió los dos años. “La abogada oficial que me representó –agrega orgullosa– me dijo que era algo histórico porque la justicia nunca le había devuelto las plantas a un cultivador”.

El lunes, muy temprano, Araceli estacionó su auto frente al destacamento policial de Calle 4 y 610, en La Plata. Ya había hecho lugar en el baúl para los plantines y las más grandes, que llegan a los 70 centímetros de altura. “Fui a buscarlas feliz, pero a ellas no las encontré bien, estaban bastante caídas, muchas hojas marchitas por haber estado sin luz ni agua. En cuatro días más hubieran estado muertas”.

El 27 de junio, con el pretexto de buscar un celular con funda fucsia, un chip Movistar, una memoria de 16 gigas y armas, una comitiva de agentes de la Policía bonaerense llegó hasta la casa de Araceli, en el barrio Aeropuerto, blandiendo una orden judicial. Una vez adentro, no les costó mucho encontrar las plantas que servían de medicina al nieto de la mujer. Lo próximo fue secuestrarlas y llevarse, además, a Araceli y su marido detenidos.

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“Estuvimos desde la siete de la mañana hasta las dos de la tarde. En ese tiempo, un montón de gente se concentró en la puerta de la comisaria para apoyarnos. Todo el mundo salió en defensa nuestra”, remarca la mujer.

Aquella orden judicial, sin embargo, tenía un error: buscaba a una persona que nada tenía que ver con la dueña de la casa y su familia. La titular de la Unidad Fiscal Nº 1 de La Plata, Ana Medina, se enteró y ordenó la libertad inmediata de la mujer. Pero todavía restaba lo más importante para la salud de su nieto.

“Hice una nota pidiendo la restitución de las plantas y en una declaración espontánea frente a la fiscal expliqué el caso de mi nieto con su historia clínica, la prescripción médica y la inscripción en el RECANN (Registro Nacional de Usuarios de Cannabis)”, detalla.

Araceli no usa el cannabis como recreativo. Mucho menos para comercializarlo. A ella la mueve la necesidad de aliviar el dolor de su nieto.

La breve vida de Tiziano no fue fácil: a los cuatro meses tuvo una meningitis que le dejó secuelas, entre ellas, una lesión cerebral que le provocó el Síndrome de West, además de una epilepsia refractaria que la medicina tradicional no logró paliar.

En mayo de 2018, Tiziano estuvo internado 22 días con convulsiones que iban desde los dos a los ocho minutos. Los médicos lo saturaron de Clonazepam, pero el bebé no reaccionaba de forma favorable. Las neuronas seguían muriendo. El vademécum tradicional era inútil.

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“Empecé a leer sobre la enfermedad –cuenta Araceli– y no encontré nada positivo. El 90 % de los casos no tenía recuperación. Me desesperé hasta que en Google encontré medicina de cannabis. Me contacté con una mamá que me regaló un gotero. Hablé con los médicos y ellos me dijeron que no podían indicármelo, aunque tampoco prohibirme que se lo diera. Con la aprobación de mi hija, le di unas gotas, al día siguiente hizo solo una convulsión, al siguiente ya no hizo ninguna y al tercer día le dieron el alta”.

Pese a que la “abuela cultivadora”, como se popularizó el caso en las redes sociales, estuvo algunos días sin sus plantas, Tiziano siguió recibiendo su medicina –unas cinco gotas cada doce horas– gracias a la donación desinteresada de vecinos y organizaciones cannábicas, que denunciaron el atropello al derecho a una vida digna desde el principio.

“Ahora ´Tizi´ tiene una calidad de vida excelente –cuenta la abuela y no puede ocultar la emoción–. Él camina, juega, se ríe, nos ve y nos escucha. Solo le cuesta un poquito más que a los demás. El neurólogo me dice que si no supiera de la enfermedad creería que es un chico totalmente sano”.