Durante 15 años, Jorge Sampaoli vivió y trabajó en el exterior. Desde 2002 hasta el jueves, cuando fue oficializado como entrenador de la Selección, su peregrinaje lo llevó por Perú, Chile, Ecuador y España. Su carrera la construyó lejos de la patria. La oportunidad de habitar el complejo de la AFA en Ezeiza, también. Para la refundación del equipo, sin embargo, el entrenador invoca su tierra. Hace un llamado a recuperar la historia. A rescatar el juego, el que despierta pasiones. El que enamora. Como le sucedió a él con La Máquina de River o con Independiente, que ganó todo en los setenta. Su ciclo –si hay luz después del cierre por las Eliminatorias, el 10 de octubre en Quito ante Ecuador– estará fundado en el juego. En ese funcionamiento que para Sampaoli se edifica sobre el «respeto a la historia del fútbol argentino». 

En su presentación, contó que siempre tenía una camiseta de la Argentina en su casa. Se preguntó, acaso como desafío, si ahora ocurría lo mismo en otras casas. La anécdota reflejó su pretensión: «Me gustaría que se retome el sentir popular hacia la Selección». El método para conseguirlo será nada menos que el juego, el gran cambio que emerge entre el paso errático de Edgardo Bauza y el arranque de Sampaoli, el elegido para que la Argentina no se caiga del mapa en las últimas cuatro fechas camino a Rusia 2018. Será el encargado de unir al público con el equipo que perdió respaldo en la etapa de Bauza, contratado como equilibrista y despedido ocho meses después con un equipo a la espera de que Lionel Messi lo sacara de las urgencias permanentes. 

El estado en el que encuentra a la Selección supone un repunte: será difícil jugar peor que hasta ahora. El verdadero cambio, sin embargo, estará en el contrato de juego que expresó Sampaoli para que el público vuelva a acercarse al equipo. Para el estreno ante Brasil, al menos en la teoría, asoman variantes en nombres y funcionamiento. Después de once años y tres mundiales, Javier Mascherano –baja por una lesión en la rodilla derecha– se correrá del mediocampo y estará en la defensa, como en Barcelona. No es un cambio menor: para Sampaoli, el mediocentro –como lo llama– determina el juego del equipo. En el estreno en Melbourne, ante Brasil, el lugar sería de Ever Banega, que tiene los requisitos excluyentes según la filosofía del entrenador: un especialista en recibir y pasar la pelota. El otro candidato es Guido Rodríguez, su gran apuesta en la primera convocatoria. La desmascheranización –el culto al sacrificio– está en marcha. 

Sampaoli intentará reflotar el fervor popular con el estilo que empuja la historia nacional. Su filosofía será la de siempre: atacar y buscar el arco rival acaso como no pasa desde la Selección comandada por Marcelo Bielsa, uno de sus espejos. El equipo se organizará desde la tenencia de la pelota –ahí también radica la importancia del volante central– y desde el «protagonismo desmedido» que prometió el extécnico de Sevilla. La táctica y el esquema podrían transformarse partido a partido. Frente a Brasil, por ejemplo, usaría cuatro defensores para neutralizar a los tres delanteros que utiliza el equipo de Tite. En los seis partidos que tiene por delante –dos amistosos y cuatro por Eliminatorias–, la Selección nacional podría llegar a pararse con un enganche y tres delanteros. Tal vez la búsqueda y el debate pasarán por saber quién va a jugar detrás del 9, un puesto para el que sumó a Mauro Icardi como pretendiente. 

Sampaoli rearma nada menos que la columna vertebral para reiniciar el funcionamiento de la Argentina. El entrenador, además, convocó a la gente. La invitó a contagiarse otra vez con el equipo. Recurrió a la patria, a la bandera y a los símbolos. A la historia. Como Alejandro Sabella, que nombró a Manuel Belgrano cuando fue presentado en la Selección en agosto de 2011. 

La patriada de Sampaoli será encontrar algo más que la clasificación a Rusia 2018. Volver a enamorar para que aquello de «estar cerca de lo que de lejos se admira» sea de todos.