San Petersburgo es considerada una ciudad heroica por lo que sobrellevó en la Segunda Guerra Mundial. No se puede decir que haya sido heroico lo de la Selección Argentina, en su paso por allí. Porque no tuvo ese atributo, el triunfo frente a Nigeria, aunque muchos lo hayan entendido de esa manera, con un despliegue histórico de un equipo que quería tener una oportunidad más y la tuvo. Y supo aprovecharla.

Argentina le ganó bien a Nigeria. No brilló como no ha brillado prácticamente ningún equipo en lo que ha acontecido hasta ahora en la Copa del Mundo. Pero jugó un buen partido a partir de haberse plantado bien. Mereció la victoria, lo que no es para desechar. Incluso, de no mediar el penal insólito que cometió Javier Mascherano –una jugada que al eje medio le pudo costar una historia parecida a la de Wilfredo Caballero ante Croacia, si no fuera por Marcos Rojo y su segundo gol-, la Argentina habría mantenido el triunfo parcial y es probable que el final fuera más desahogado, más amplio, y que con el correr de los minutos hubiera podido establecer en el marcador una supremacía que el juego y la historia se lo requería. Ese empate nos arrimó a la frustración de ese equipo albiceleste. Pero cierto es que pasó alguna zozobra y hasta hubo una jugada muy discutible -que vista en el VAR, el árbitro decidió que no era penal porque no había intención en la mano de Otamendi-, aunque salvado ese instante en el que otro delantero nigeriano tuvo otro gol a su disposición evitado magistralmente por Armani, la Argentina siempre fue más y tuvo el control del partido.

Fundamentalmente porque encontró una vez más en Leonel Messi a un jugador que todo lo que recibe, lo convierte en algo valioso para su equipo. Estuvo formidable en la jugada de su gol: es demostrativa de su valor como artista del juego. Bajar esa pelota larga que le había puesto sensacionalmente Ever Banega -el mejor jugador argentino, luego del propio 10-: acomodarla  con el muslo y luego tocarla suavemente con el empeine, todo a una velocidad supersónica, y definir como lo hizo, lo marcan como un jugador de la estatura mundial que viene a ratificar. Es el mejor de todos. Lo pudo demostrar en este partido, que era crucial, que era clave. Lo era tanto para la Selección como para él que, haga lo que haga, no va a convencer a todos.

Fue un triunfo valioso, merecido, que pone a la Argentina en los octavos de final del Campeonato del Mundo, donde mínimamente tiene que estar. Lo espera un adversario muy temible, con jugadores estupendos, con un ataque que seguramente será un lío difícil de resolver para los defensores del equipo de Lío. Francia es de los conjuntos que, sin haber brillado todavía, tiene un estilo, una forma de jugar que lo hace uno de los buenos candidatos para ganar el campeonato. Argentina tendrá ahí la ocasión de dar la auténtica medida de lo que es en estos momentos en el fútbol mundial. No lo fue el empate contra Islandia, no lo fue la derrota accidentada ante Croacia, ni siquiera este triunfo esperado pero angustioso frente a Nigeria, lo que marca realmente el nivel de la Selección Argentina, sino será lo que haga el próximo sábado ante la Blue. Ahí vamos a tener una medida definitiva para saber si lo que se merece es el elogio amplio o la insatisfacción de haber jugado un campeonato muy irregular.

Por lo pronto, llega a la ronda siguiente con la satisfacción de una mejoría establecida, esencialmente, por la dupla Messi y Banega. Pero también por el crecimiento del juego del equipo, por la forma en que se plantó en la cancha y por cómo buscó la victoria. Aunque parezca que es la indispensable medida que se puede esperar de un equipo con las credenciales del fútbol argentino.