La emblemática escena de La Dolce Vita en la que Anita Ekberg, hace más de medio siglo, chapoteaba en la Fontana di Trevi junto a Marcello Mastroianni, no podría haberse grabado en la Buenos Aires de hoy. No por vetustas razones de moralidad –de hecho, la película fue considerada obscena en muchos países– sino de salubridad. Porque aunque el calor arrecia en la ciudad y el termómetro marca cada año nuevos récords –2017 fue el más caluroso en Buenos Aires desde que se mide la temperatura–, cuando los más humildes osan meter “las patas en la fuente”, es decir, en cualquiera de las 135 fuentes porteñas, la gran prensa les recuerda a coro que el peligro de electrocución es más grave que el alerta naranja.

Lo cierto es que vienen por el agua. No por los reservorios y acuíferos, sino más bien por el chapuzón que les permita paliar un verano que, como adelantó José Luis Stella, climatólogo del Servicio Meteorológico Nacional, “tal como viene ocurriendo en la última década, será más cálido de lo normal”.

La batalla por el agua en la gran metrópoli ardiente es silenciosa y sin tregua. Y ya tuvo sus primeras bajas. Tras la llegada de los primeros nadadores furtivos, en el tórrido diciembre, a la artificial piscina del Monumento de los Españoles, la gran prensa los estigmatizó a coro –más por temerarios que por pobres–, y de inmediato la Ciudad anunció que todas las fuentes serían vaciadas hasta fines de marzo, una vez que el infierno se haya disipado.

Los números del agua se van para arriba –incluida la tarifa de AySA– y el chapuzón ya no es para cualquiera en la ciudad. La oferta pública se concentra en los natatorios de los parques Roca, Chacabuco y Sarmiento, pero se cobra entrada –o bono contribución– y durante enero está acaparada por las colonias de vacaciones, para las que hay cupos muy limitados y extensas listas de espera. La alternativa privada es amplísima pero considerablemente onerosa. Un ejemplo: una familia tipo (dos adultos y dos niños) debe abonar $ 860 para disfrutar un domingo a Parque Norte, más $ 90 de estacionamiento.

La pileta de lona es otra opción popular y no tanto, pues las hay cada vez más grandes y sofisticadas. Este año se multiplicó la oferta de piletas de aro inflable. Los precios de éstas o las míticas “pelopincho” de lona con estructura de caños varían entre 2000 y 15 mil pesos, dependiendo de la cantidad de litros.

En todo caso, el agua es un raro privilegio en la ciudad y nadie lo regala. Y ni los bebederos funcionan debidamente –cuando los hay– en todos los parques, plazas y paseos públicos porteños, tal como dispone una ley sancionada en 2003. Para los que no pueden pagarlo, no hay zambullida posible. Nadar es inverosímil. Tirarse de cabeza, una entelequia. El máximo refresco al que se puede aspirar con total gratuidad es el chorro de agua. Para recibirlo, hay que amucharse, por ejemplo, bajo un gigantesco balde en una de las dos sedes de Buenos Aires Playa.

La décima edición del programa de falsas playas –en realidad, grandes solariums con juegos de agua– se inauguró esta semana no sin inconvenientes. En su primer día, luego de que el jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larreta las presentara con la gorrita amarilla de rigor en el Parque de los Niños y en el Parque Indoamericano, en Villa Lugano, la rotura de un caño maestro en el predio de Núñez impidió que, con una sensación térmica de 38 grados, los más de 3000 asistentes pudieran siquiera mojarse durante seis horas. Muchos se apiñaban en un modesto sector de duchas con cuatro rociadores, lo único que funcionaba.

Desde luego, la espléndida silueta azul que podía apreciarse desde un dron en los videos de promoción, aunque tiene su forma y parece una pileta, no lo es. Es sólo una gran lona antideslizante de color azul sobre la cual están montados grandes juegos de agua, con toboganes, chorros y baldes que catapultan el bendito líquido sobre los veraneantes, niños y grandes que hierven de calor.

«Hoy vi que inauguraste una pileta, que en realidad es una alfombra», le escribió a Larreta, desde su prisión domiciliaria, Milagro Sala, cuya organización construyó 18 piletas, entre ellas el Parque Acuático más grande del Noroeste. En la batalla del agua, una cosa es el chapuzón y otra muy distinta la mojadura. «

Cloro, alguicida, bomba, filtro y otros desvelos de los que eligen pasar las vacaciones en piletas de lona o plástico

¿De lona o de plástico? ¿Cómo hacer para que el agua dure todo el verano? ¿Qué productos hay que combinar? Son las preguntas que se hacen todos los años quienes eligen sobrevivir al calor instalando una pileta desmontable en su casa.

Primero, hay que tener en cuenta el espacio donde se va a colocar. Si es una terraza, verificar que la superficie soporte el peso, que puede ser de varios miles de litros. El sitio no debe tener rugosidades y es recomendable colocar una base de planchas de telgopor, lona o plástico.

Las piletas de lona son muy resistentes y, guardadas en buenas condiciones, tienen una larga vida. Hay que cuidar que los caños no se oxiden. Claro, desmontadas, ocupan más espacio que las inflables.

Las de plástico son más fáciles de llenar: se infla con aire el aro superior y, a medida que se vierte agua, van tomando su forma definitiva. Lo malo es que el aro superior puede pincharse con un mínimo roce. Vaciarla es más simple, pero deben quedar bien acondicionadas para que duren más de una temporada.

Si tienen mucha capacidad, conviene tener además una bomba y un filtro. Si no, vale considerar algunos productos para no tener que cambiar el agua varias veces al mes. Se recomienda cloro líquido, previamente diluido en un recipiente con agua o alguicida. Es importante tener en cuenta las proporciones de acuerdo a la cantidad de litros. Es contraproducente colocar productos específicos para piletas de material.

La tradicional marca Pelopincho recomienda en su página web productos “libres de cloro, capaces de proveer una completa y continua desinfección contra virus, bacterias, gérmenes, hongos y algas. No afectan a la lona ni al estampado de la misma y a los niños no les irrita los ojos ni la piel”.

Los 39 millones que costaron las playas sin orillas del PRO

La forma «apiletada» de la lona azul montada en el Parque de los Niños motivó burlas en redes sociales, porque en efecto no se trata de una pileta sino de un –por cierto, muy grande y muy divertido– parque de juegos de agua. El dato que provocó sorpresa fue, sin embargo, los casi 39 millones que pagó el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta a la firma Pardo del Ganso SA, responsable de montar las instalaciones de Buenos Aires Playa.

De acuerdo al Boletín Oficial porteño, la Subsecretaría de Contenidos contrató a esa empresa por $ 38.970.608,68 por el «servicio de producción integral del evento Buenos Aires Playa 2018». Se trata de una empresa especializada en marketing y eventos con una amplia cartera de clientes –Shell, entre otros– que ya fue contratada por la Ciudad, por ejemplo, para el evento de inauguración de dos estaciones del subte B, en el año 2013.

Sin fuentes para ahorrar energía y evitar la propagación del mosquito del dengue

Gran parte de las fuentes porteñas fueron enrejadas recientemente, pero incluso éstas tienen carteles que prohíben estrictamente el ingreso de las personas. La advertencia refiere al peligro de zambullirse en un sitio bajo el cual circulan caños con cables de electricidad para que funcionen las bombas de agua y los focos de iluminación. Cuando el sol no da respiro, sin embargo, la gente de a pie aprovecha las fuentes para refrescarse un poco y los menos pudorosos se pasan el día a la orilla de estas construcciones que, vale decirlo, no son piletas sino monumentos ornamentales.

La fuente preferida cuando el calor aprieta es la de los Españoles, en el cruce de las avenidas Sarmiento y Del Libertador. Allí es donde el gobierno Pro pone la lupa cada vez que se elevan las temperaturas. El Ministerio de Ambiente y Espacio Público llama al 911 y la policía desaloja el lugar. Esto no volverá a pasar este verano. Voceros de esa cartera explicaron a Tiempo que hasta fines de marzo las fuentes permanecerán sin agua para combatir el dengue y realizar el mantenimiento de las instalaciones. “De esta manera se ahorra energía y se previene la propagación del mosquito”, indicaron.