La estrategia que unió sanciones económicas, amenazas militares y «presión máxima» por vía diplomática abrió el camino para la histórica cumbre entre el presidente Donald Trump y el líder norcoreano Kim Jong Un, afirmó el vicepresidente estadounidense Mike Pence.

Pence apuntó que la oferta de Kim de un encuentro con Trump, que servirá para discutir la seguridad y la desnuclearización de la península y que posiblemente será realizada a fines de mayo, era la «evidencia» de que la estrategia de la Casa Blanca de aislar al gobierno de Pyongyang había dado resultado. De acuerdo con Pence, «los norcoreanos vienen a la mesa a pesar de que Estados Unidos no ha hecho ninguna concesión».

Pero un hecho de trascendencia global no puede ser visto de un solo lado. Con la invitación a su par estadounidense, Kim demostró ser un estratega brillante, tanto que hasta puede dejar a Washington en ridículo. Primero despejó el camino enviando al ostracismo, y aún peor, a sus parientes que buscaban hacerle sombra. Algo difícil de juzgar desde una democracia de América del Sur, pero que no debe sorprender si se vive en una dictadura comunista. 

Kim también aceleró su programa nuclear hasta desarrollar una inmensa fuerza, incluyendo ensayos que provocaron pánico. Corea del Norte construyó ese programa para defenderse de una posible invasión de EE UU y estuvo décadas resistiendo la presión internacional, incluidas varias oleadas de sanciones económicas.

Una vez que logró demostrar su fuerza atómica en medio de desfiles y actitudes que provocaron la risa de todo el mundo, le tendió su mano a Corea del Sur, aprovechando los Juegos Olímpicos de Invierno desarrollados en su vecino, y después de una serie de reuniones arregló una cumbre para fin de abril con su par Moon Jae-in.  

Mientras Kim maniobra para dividir a Washington y Seúl, y desarrolla una intrincada estrategia que podría atraer a Rusia y China, Trump no tiene más opción que mirar. Hacer cualquier otra cosa dividiría la alianza entre EE UU y Corea del Sur, crucial para resolver la crisis nuclear, y podría fracturar la presión global sobre Pyongyang y poner a EE UU a planear una guerra que nadie desea.

«Las declaraciones provenientes de Corea del Sur y Corea del Norte han sido muy positivas», dijo Trump el martes, luego de que Pyongyang transmitiera el mensaje a Seúl de que estaba listo para hablar sobre la desnuclearización, la demanda clave de Estados Unidos. Eso fue antes de que se conociera el convite de Kim a la Casa Blanca. Trump también dijo que las sanciones que su gobierno había puesto en marcha junto con China habían sido «muy fuertes», pero dio una opinión inusualmente optimista de Corea del Norte. «Creo que son sinceros, espero que sean sinceros. Pronto lo descubriremos», dijo. La prudencia de Trump contrastaba con su retórica incendiaria de «fuego y furia» sobre Corea del Norte y la calificación a Kim como «hombre cohete», que puso nervioso al mundo el año pasado. O cuando le dijo a Kim que su botón nuclear «era mucho más grande y poderoso».

Por eso, la idea de Kim de emplear los Juegos de Pyeongchang para abrir un canal diplomático con Seúl y expresar su deseo de hablar con EE UU puso a Trump en un aprieto.

Tras el anuncio de la cumbre entre las dos Coreas, que se llevará a cabo en el sur, por lo que Kim será el primer líder norcoreano en cruzar la demaración militar del paralelo 38, Trump, tuiteó a modo de respuesta que «por primera vez en muchos años todas las partes implicadas están haciendo un serio esfuerzo». Sonó bien, pero duró poco, porque la siguiente frase del mensaje era mucho menos conciliadora. «Puede ser falsa esperanza, pero ¡EEUU está listo para ir en cualquier dirección!», añadió aparentemente aludiendo a una opción militar si fracasan las negociaciones.

Por lo pronto, y como para no perder protagonismo, la Casa Blanca  anunció que mantendrá la «campaña de máxima presión hasta que Corea del Norte tome medidas concretas, permanentes y verificables para poner fin a su programa nuclear». Trump mantuvo el viernes una conversación telefónica con el presidente chino Xi Jinping y acordaron mantener las presiones.

La diplomacia fue tomada por sorpresa

El anuncio del encuentro entre Donald Trump y Kim Jong Un pareció tomar por sorpresa al secretario de Estado, Rex Tillerson. Durante una visita a Yibuti, Tillerson dijo que la apertura mostrada por Kim fue «un poco una sorpresa para nosotros». Sólo un día antes, Tillerson había opinado que la idea de «negociaciones» directas entre Washington y Pyongyang estaba «aún lejos».

La Casa Blanca basó su estrategia en la preparación y aplicación de sanciones y en el desarrollo de un plan de contingencia para lanzar una operación militar, pero no se ocupó demasiado en diseñar un proyecto negociador. De hecho, el último diplomático con experiencia en negociar con Corea del Norte, Joseph Yun, dejó su puesto el 2 de marzo. Y se da la circunstancia de que actualmente EE UU no tiene embajador en Seúl después de que la Casa Blanca retirara la nominación de otro curtido diplomático, Victor Cha. Tanto Yun como Cha defienden el acercamiento, lo que generó las abiertas antipatías de algunos «halcones», como el asesor influyente presidencial Stephen Miller. «