Ya lo dice el refrán, no hay nada nuevo bajo el sol. El recurso que utilizó el ¡todavía! presidente Mauricio Macri en una de las escalas de su trashumante campaña presencial, más precisamente la de Carlos Paz, no es nuevo. Son muchas las vedettes, modelos y hasta actrices porno que, a cierta edad, cuando la cirugía se vuelve menos efectiva para combatir los efectos de la ley de gravedad, deciden dedicarse a la animación de programas infantiles, como si los chicos, por ser pequeños, se merecieran también un espectáculo pequeño, pensado con una inteligencia pequeña, una creatividad pequeña y, eso sí, una estupidez enorme.

«¡Holaaaa, chicos!», prescribe la receta consabida para comenzar el espectáculo. «¿Les gusta el programa del gatito Michifuz? ¿Sí? Díganlo más fuerte que no los escucho. ¿Les gusta el programa del gatito Michifuz? Díganlo más fuerte. ¡Que se escuche en Uruguay! ¡Que se escuche en Japón!».

Una crítica constructiva al presidente Macri: a veces le pifia en los comienzos. Su énfasis excesivo lo acerca más a un presentador patriotero del festival de Cosquín que a un político en campaña.

A diferencia de las vedettes y actrices porno, el presidente no decidió dedicarse al show infantil porque la ley de gravedad haya deslucido sus formas, sino porque la situación social es de tal gravedad que no hay ley de la que pueda echar mano que sea capaz de componerla. Si el país se viene abajo, no es precisamente por la ley de gravedad. Nada tienen que ver en esto el buen señor Newton y su manzana. Él no es el culpable de que todo caiga excepto el precio del dólar, las tasas de interés, las facturas de los servicios y las cuentas del supermercado. El pobre se fue de este mundo hace mucho, aunque, desde cierto punto de vista, tuvo bastante suerte. Si hubiera nacido en estas latitudes y viviera en la Argentina de hoy, su manzanita inspiradora sería importada de Chile, Carrió lo acusaría de integrar un comando narco destinado a destruir la estabilidad de las manzanas en el árbol y Macri firmaría un decreto que prohibiría la aplicación de la ley de gravedad con efecto retroactivo.

Pero volvamos a la campaña trashumante. Ya en Tucumán el presidente descubrió la eficacia del filón infantil. A una mujer que había perdido el zapato, le besó el pie al tiempo que exclamaba: «Mi Cenicienta, encontré mi Cenicienta» con lo cual, ni lerdo ni perezoso, sin decirlo se proclamaba príncipe. Por un momento, ante el acto de humildad de besar el pie de una plebeya, casi se sintió el Papa, pero luego recordó que el Papa actual es Francisco del que sospecha que es parte del zurdaje. Ya no se puede confiar ni en el jefe supremo de la Iglesia.

Es así que la Cenicienta se sumó a la caravana que ya integraba la hechicera intergaláctica.

Justo es reconocer que el senador Esteban Bullrich fue un antecesor de este tipo de campaña político-infantil al dedicarle un poema conmovedor al más pequeño de todos los niños: aquel que todavía no nació. Es cierto que su participación fue acotada, porque luego de que los niños nacen, él y todos los miembros del gobierno se desentienden absolutamente de su destino. Pero bueno, en fin, si tienen hambre que vayan a los comedores.

Lo cierto es que tras el consabido comienzo participativo de todo programa infantil, el presidente echó mano de la también consabida y necesaria expresión de ternura. Eligió «Me matan de amor» y «Esto es demasiado».

Desde el comienzo de la caravana en el barrio de Belgrano no sólo trató de asegurarse el voto de su núcleo duro. Además, aprendió mucho sobre las virtudes de la utilización del show infantil en una campaña política. Tanto, que piensa hacer una segunda campaña que encabezará Lilita en el papel de la única mujer lanzallamas que logra sacar fuego de la boca sin la utilización de nafta. Se llamaría La Dragona y tendría su réplica articulada y con movimiento a control remoto en Tecnópolis. Por su parte, aquellos miembros de su propio partido que no quieran ser reconocidos podrán participar de la caravana cubriéndose con los habituales disfraces infantiles que les asegurarán el anonimato. Por ejemplo, si Larreta se cansa de desempeñar el papel del Guasón, podrá optar por el disfraz del sapo Pepe. Patricia será Rambo. El rabino Bergman dejará su disfraz de árbol y se ocupará de las inundaciones vestido de Aquaman, Dietrich pasará inadvertido con un traje del Hombre Araña y Laurita Alonso logrará caminar entre la gente sin ser insultada vestida de Mujer Maravilla. Los intendentes, por su parte, podrán descargar su bronca encarnando al increíble Hulk y cortar boletas sin utilizar tijeras. A Faurie le reservará un pequeño disfraz de dedo meñique; el anular, responsable de encender las hornallas, será Martiniano Molina; Lanata será el dedo medio encargado de atizar el fuego, y para ridiculizar a Alberto vestirá a alguien de índice acusador.

Eso sí, ni mencionará al pícaro gordito que, en connivencia con sus amigos, le puso sal al país entero y se lo comió.