—¿Qué espera de la ciudad de Napoli? —le pregunta el cronista televisivo a Diego Maradona en pleno vuelo a Italia.

—Bueno —responde—, espero tranquilidad, la tranquilidad que no tuve en Barcelona. Pero por sobre todas las cosas, respeto.

Maradona tiene 23 años, y viene de dos temporadas adversas en Barcelona: en la primera lo sacó de la cancha una hepatitis, en la segunda una patada criminal de Andoni Goikoetxea. “No tiene la condición psíquica para aguantar tanta responsabilidad”, le apunta O’Rei Pelé a su sucesor en el trono. Pero en 1984, Maradona llega a Napoli. “La ciudad más pobre de Europa -ironizan los medios- compra al jugador más caro del mundo”.

Son las imágenes iniciales de Diego Maradona, el documental de Asif Kapadia que el propio Diego dijo que “no vayan a verlo”, enojado después de que en el afiche de la presentación inicial leyera, junto a “rebelde”, “héroe” y “Dios”, la palabra “estafador”. Pero el documental, que se estrenará el miércoles en la plataforma digital de DirecTV sin pasar por las salas de cine de Argentina, está a la altura de la genialidad del futbolista y, sobre todo, de un ser humano que, desde los 15 años, como dice su hermana Mary, “no tuvo vida, y siempre fue el héroe, aunque no podía sólo”.

Kapadia, el director inglés de origen indio de los documentales de Amy Winehouse y Ayrton Senna, eligió la gran historia dentro de la historia, los siete años (1984-1991) de Maradona en Napoli, una etapa irrepetible en la que incluso conquistó el Mundial de México 86. Y Diego Maradona conmueve y complejiza. No juzga ni complace.

“Esto, este gol y esta victoria, se la merece la gente”, dice Maradona en una imagen de archivo inédita después de su gol imposible de tiro libre a Juventus durante la segunda temporada. Cinco hinchas se descompensan y otros dos sufren infartos en el San Paolo. A la siguiente escena, los napolitanos le golpean el auto, se tiran encima. “A casa no llega nadie, eh, nadie”, explota un Diego asfixiado. Maradona es un buen protagonista de su relato porque es inestable, como los personajes más atractivos. Camorra, cocaína, un hijo de una relación extramatrimonial, fútbol, poder, amor y odio conviven en 130 minutos de documental. Auge y caída. El núcleo del mito perfecto. “Ganar un Scudetto, para el Napoli, era como ganar la Copa del Mundo -dice Maradona, voz en off, entrevistado cinco veces por Kapadia en Dubai-. Los incrédulos tuvieron que creer que era el mejor. Y estaba solo, y muy arriba”.

Maradona, su vida de película, no entra en un documental. Pero el sesgo de la mirada de Kapadia, acaso la transformación de persona en personaje, sintetiza la mercantilización (“Soy el carcelero de Maradona”, dice el presidente de Napoli, Corrado Ferlaino) y, en especial, la adoración. “Los napolitanos creen que sos un Dios”, le comentan en un set de TV. Diego se ríe: “No, creo que hay una diferencia grandísima”. Fernando Signorini, preparador físico personal en Napoli, lo resume: “El afecto era demasiado pegajoso, incómodo. Después de haberse hecho un análisis de sangre, un enfermero tomó el cubeto con la sangre de Diego y lo puso en la Iglesia donde está la de San Gennaro”. En diciembre de 1990, con la eliminación de Argentina a Italia en el Mundial todavía fresca, el diario La Repubblica hizo una encuesta: preguntó quién era “el rey de los infiernos”. Ganó Maradona, que relegó a Sadam Husein.

Experto en contrastes, Kapadia, también de cuna humilde, juega en la pantalla a lo Maradona. “Cuando vos entrás a la cancha -asienta Diego-, se va la vida, se van los problemas, se va todo”.