Suelen decirse dos cosas sobre la estadounidense Joyce Carol Oates. La primera es que escribe mucho. La segunda, sin abandonar ese murmullo de crítica, es que hay demasiada violencia en sus historias. Oates –81 años y autora de novelas, cuentos, ensayos, poemas, obras de teatro y más – los ha dejado desnudos: “La pregunta sobre por qué escribo lo que escribo –respondió en The New York Times en 1981– siempre es insultante, siempre es ignorante y siempre es sexista”.

Cuatro nouvelles sobre amores malogrados. Cuatro mujeres sometidas, acosadas, mutiladas y abusadas por hombres. Cuatro ejemplos del horror que más impresiona: el doméstico En Tan cerca en todo momento siempre, editado por Fiordo, Oates lo ha vuelto a hacer. Poco importa la etiqueta de “morbosa” si el modo de narrar, es decir, de entender la realidad, es directo y apunta a remarcar que nada justifica la violencia –en cualquiera de sus formas: física, psicológica y sexual–; ni siquiera una extraviada (¿acaso hay alguna cuerda?) noción del amor.

Ya en la presentación de los personajes de «Mal de ojo», la novela corta que inaugura el libro, asoman las señales de una relación de fuerzas dispares entre la protagonista, Mariana, y su esposo, el reputado Austin Mohr: “Ella era mucho más joven que el hombre; el tono apropiado a adoptar frente a él era de deferencia, sumisión”.

Con el pasar de las páginas el carácter de él se va estropeando al tiempo que el lector acumula indicios de una personalidad opresora. “Mariana se encogió, temerosa de que la golpeara. El pensamiento le vino a la mente como una veloz advertencia: Si te golpea una vez, lo hará de nuevo. Será el fin”. El uso de la cursiva o, si se prefiere, itálica o bastardilla, es una constante en el libro, una elección creadora que resalta una palabra o un estado de ánimo del personaje. Oates, como todo buen artista, deja sus marcas.

La llegada de la primera esposa de Mohr, a la que le falta un ojo (probablemente un exceso de simbolismo), revela que el hombre que Mariana ama con desesperación “tiene adentro un sapo venenoso”, y que su saliva tiene un “efecto entumecedor, anestésico” (la asociación con el Barba Azul de Charles Perrault es inevitable). Esa mujer que soportó mucho, hasta la muerte de un hijo, pretende advertirle a la protagonista que todavía está a tiempo de luchar y escapar de ese matrimonio sofocante, aun cuando la única posibilidad sea un manojo de pastillas.

Tan cerca en todo momento siempre destaca, no sólo por aportar el título del libro, sino porque es el único relato en primera persona. Lizbeth es una adolescente de 16 años que descree de lo que le está pasando: “Que me eligieran era algo tan inquietante que no sabía cómo comportarme”. Desmond, en cambio, es algunos años mayor, confiado, inteligente. Como quien sigue una hoja de ruta trazada de antemano, avanza hasta provocar el enamoramiento. “Para entonces había empezado a sentirme mareada, hipnotizada; nunca nadie me había hecho sentirme así de importante”, admite enseguida Lizbeth.

Pero mientras ella se entrega a la borrachera del primer amor, él parece más interesado en “instruirla” que en el intercambio de besos y caricias. Lizbeth empieza a despertar: “Ya no era tierno, sino solo impositivo”; “La cercanía de nuestros cuerpos no era acogedora, sino más bien intimidante”.

Un malentendido, que no es otra cosa que una “desobediencia” de la adolescente, propicia el final de la relación y el comienzo del acoso. “Se había extraído de mi vida por decisión propia, pero seguía ahí, observándome”. Oates señala el miedo a la reprobación de los otros y de cómo puede llevar a una adolescente a atravesar sola una situación de extremo peligro. “A mi padre no le había contado nada (…) me echaría la culpa a mí”.

La segunda parte del libro se completa con “La Ejecución”, un derrotero de sangre donde el amor incondicional de una madre exculpa al hijo del brutal asesinato del padre y del propio martirio físico provocado por un hacha; y “La Plataforma”, una historia sobre el daño permanente que causa en una mujer el abuso infantil y el escarmiento que, de alguna manera, la redime.

Oates escribió cuatro nouvelles que pueden no gustar, pero lo que es seguro es que no deberían sorprender ni escandalizar a nadie. Salvo, claro, a aquel que no haya vivido ni un solo día en este mundo.