Luego de haberse demostrado el fracaso del sistema punitivo tradicional para la solución de conflictos sociales, nuevamente se intenta, con la misma receta, alcanzar la tan ansiada seguridad.

Han quedado a la luz los efectos nocivos, estigmatizantes y destructivos del encarcelamiento en las personas (prisionización). También se ha derribado el mito de la resocialización, pues nadie puede reinsertarse en una sociedad a través del aislamiento y el dolor.
Pero la política actual necesita publicitar una herramienta frente a un fenómeno social complejo como el delito, que no termina de comprender o, peor aún, que comprende y no desea verdaderamente modificar: ciertos planes económicos no se pueden aplicar sin represión.

Ahora ya no serían sólo las personas mayores y de sectores vulnerables la que resulten reprimidas por las agencias penales, sino prácticamente niños y obviamente pobres. El estado, que no garantizó vivienda, salud, educación ni condiciones de vida dignas, aparece un día en forma de garrote.

¡Hay que castigar y penar a los niños para que estos no cometan delitos! Así de cruda y sin tapujos es la nueva premisa sensacionalista con la que el gobierno neoliberal pretende domar las aguas de una realidad social que cada vez se encrudece más, producto de la adopción de medidas político económicas de exclusión y el abandono de políticas sociales que permitan dignificar a todos hombres y mujeres de este suelo, permitiéndoles avizorar un futuro más equitativo.
¿Se habrán preguntado por qué los niños realizan actos desviados conforme nuestra cultura? ¿Se les habrá ocurrido que quizá la desigualdad de oportunidades, la inmersión en una cultura que no eligieron o la búsqueda de alguna satisfacción entre tanto padecimiento injusto pueden ser las causas de tales comportamientos?

La verdad creo que ni siquiera les importa. Saben muy bien que esta ley sólo va a traer más dolor, más angustia y delito. Pero también saben que no van a ser sus hijos o conocidos los que la padezcan y, que la sociedad imbuida en una realidad golpeada por la delincuencia tomará esto como un acto efectivo de gestión. Incluso aunque genere más violencia en los barrios. Ello, obviamente, con el gran aporte del periodismo militante del mercado.

En fin, todo vale para no reconocer que el libre mercado ha generado y continuará generando condiciones propicias para que un niño pierda la esperanza y la cohesión social e intente muchas veces encontrar la felicidad a costa de trasgredir algunas conquistas de las clases dominantes.

Como se ve, con esto se trata nuevamente de someter y controlar a un sector determinado de la población. Esta medida nada tiene que ver con la seguridad y nada tiene que ver con el aprendizaje, solo tiene que ver con el dolor y la injusticia.

Este tipo de políticas tienen una doble consecuencia: por una parte, empeoran los niveles de violencia acrecentando la brecha social y cultural; a la vez que propician un aparato represivo que aplaca reclamos y protestas sociales, bajo una ilusión de pacificación por medio de la violencia.