La realidad muestra que, por convicción, sumisión o porque no hay más remedio quizás, la población global aceptó mansamente los mensajes imperativos de sus gobernantes, que entre manotazos de ahogado y el disciplinamiento a los mandatos de la Organización Mundial de la Salud, avanzaron contra todo, incluso las respectivas cartas políticas, para establecer un virtual estado de excepción. Menos mal que existe el organismo mundial que propone caminos y ante una pandemia no deja las cosas libradas al arbitrio de cada gobierno. Lo objetable es que la OMS propone desde una visión científica medidas que pasan por lo político, sin medir que en su audiencia no todos tienen a las libertades como una prioridad.

Las inmensas mayorías entraron en cuarentena o se acuartelaron, vale decir ahora que ante al virus el lenguaje se militarizó: el Covid-19 es el “enemigo”; los médicos, los “héroes”; los que no respetan la cuarentena, “traidores”. Hay “guerra”, “tácticas”, “despliegue”, “soldados”, “batallas”. Todo muy épico. “El virus no puede contaminar la democracia. En América y en Europa se  escuchan voces de la derecha que, a la sombra del virus, plantean posponer elecciones porque las encuestas son malas”, dijo el expresidente colombiano Ernesto Samper, cuando en la segunda semana de marzo la dictadura boliviana cometió el grotesco de decir que “para cuidar la democracia quizás resulte conveniente posponer la elección del 3 de mayo”. Finalmente, el 21 de marzo le resultó conveniente suspender las sine die. Cinco días antes, en París, Emmanuel Macron había dicho que la segunda vuelta de las municipales, prevista para el 22 de marzo, pasaría a una fecha a precisar. ¿Cuándo? Dios dirá. Para hacer el anuncio leyó un mensaje de 20 minutos en el que, casualmente o no, repitió ocho veces que “estamos en guerra”.

Detener una pandemia que está allí, a la vuelta de la esquina, con la guadaña en bandolera a la espera de algún indisciplinado, es una tarea que además del saber científico exige una dosis igual de sensibilidad, un artículo que escasea entre los gobernantes de Occidente. La ONU, revalorizada por la OMS, propone, tanto a la Alemania desarrollada como a la Surinam empobrecida, un mismo manual que implica limitaciones a los derechos ciudadanos o, lisa y llanamente, exclusión. Los imperativos consejos de la OMS derivan en diversas formas de estados de excepción que no tienen en cuenta los derechos individuales (trabajo, comercio, desplazamiento, educación, reunión). No tiene otra fórmula, todo lo otro significaría entrar en colisión con el credo neoliberal. En lo inmediato, la OMS se encomienda al jabón, el papel higiénico y la lavandina.

Mientras, en lo estrictamente político la situación es grave. Entre los pueblos americanos siempre se dice, y con razón, que en EE UU no puede haber un golpe de Estado, simplemente porque son los dueños de todos los golpes. Sin embargo, el virus trajo el impensado adelanto de que por su efecto se suspendió la interna en la que el Partido Demócrata busca su candidato para las presidenciales de noviembre. En Chile, el desacreditado Sebastián Piñera pospuso una descomunal derrota llevando a que la fraudulenta elección de constituyentes pasara de abril a octubre y las primarias de alcalde y gobernadores se fueran a abril de 2021, con una segunda vuelta recién en mayo de ese año.

Y en el muy prolijo Uruguay, que tiene electoralmente todo previsto hasta el siglo XXII, el presidente Luis Lacalle Pou, de quien no sólo los opositores opinan que es un “ignorante funcional”, dijo el lunes 23, quizás sin entender muy bien lo que decía, que “hay que profundizar el aislamiento social”. Su ministro del Interior, Jorge Larrañaga, lo secundó y, desautorizando a 19 sociedades científicas que reclaman una cuarentena, dijo: “Es una ficción pedida desde una situación de confort”. El concierto de dislates de los gobernantes asumidos hace cuatro semanas, tras 15 años de presidentes en serio (Tabaré Vázquez dos veces y José Mujica) es acompañado por las grotescas propuestas de Cabildo Abierto, uno de los cinco socios de la alianza de último momento (el socio abiertamente fascista) armada por cinco partidos de derecha para derrocar al Frente Amplio: reducir el sueldo de los 30 senadores y 99 diputados –un viejo sueño de sectores autoritarios– y más aun, reducir el número de diputados y senadores. Y, claro, la muy democrática propuesta de suspender para algún día las municipales de mayo, en las que el gobierno perdería a manos del FA los dos departamentos más importantes: Montevideo y Canelones.

En España, donde el franquismo está tan presente como en 1936, año del ataque fascista a la democracia republicana, el ejército volvió a las calles para patrullar hasta un futuro incierto 149 ciudades (el domingo 22 entró al fin en el País Vasco, el único que resistía) en las que se quedará, hasta que, controlado el virus, concluya “las tareas de desinfección de los sitios públicos”.

“Instruir que la gente se quede en casa para frenar el virus pone a millones de americanos que subsisten con los escasos pesos ganados día a día ante la disyuntiva de quedarse en casa y aguantar el hambre o salir a la calle y exponerse al virus”, escribió en ALAI la diplomática boliviana María Ramos Urzagaste. La cantinela de quedarse en casa no es viable para al menos el 30% de la población latinoamericana, 200 millones de personas que viven bajo la línea de pobreza para las que salir a la calle es cuestión de tener o no tener el pan de cada día. Millones que no pueden trabajar a distancia o virtualmente, como ingenuamente pretenden algunos gobiernos de la región. «