El resultado del macrismo en la elección argentina hace prever “prima facie” una oposición de derecha muy concentrada y con mucha capacidad de bloquear al gobierno desde el Congreso. En cierto modo se repite el esquema con que Cambiemos llegó al poder endiciembre de 2015: un gobierno con minoría parlamentaria que está obligado a negociar permanentemente.

Pero puede decirse que Mauricio Macri pronto encontró interlocutores dentro de la oposición, que muchos saltaron pronto el cerco a fuer de ser acusados de “traidores” y que finalmente la Casa Rosada sacó gran parte de las leyes que se propuso en los primeros tiempos gracias a esos sarcásticamente denominados “opoficialistas”.

El dato es que todos los que hace cuatro años gritaron “se van y no volverán” se tuvieron que tragar el pronóstico. Del mismo modo, ahora no sería recomendable pensar que el macrismo se fue para no volver.

Más bien, la realidad es que la derecha nunca se va del todo. Y que a la hora de conducir la realidad para su beneficio, tiene una combinación rigurosa de paciencia y desprejuicio. La historia del mundo muestra que siempre hay recovecos, más o menos explícitos, donde se refugian los poderes concentrados y sus personeros. Y que Argentina dista mucho de ser una excepción.

Macri es representante de una clase oligárquica que normalmente se escudó detrás de bambalinas o fue a golpear a las puertas de los cuarteles. La política es una profesión de la que empresarios de ese nivel preferían estar lejos, aunque siempre necesitaron de sus servicios en democracia. Pero para eso están los lobistas. Y en todo caso, los políticos embanderados en proyectos que además de ideas, defienden sus intereses. Pero crisis como el “que se vayan todos” del 2001 son un llamado de atención.

Tal vez por eso de que la necesidad tiene cara de hereje, fueron apareciendo en el mundo empresarios que se decidieron a llegar al poder sin intermediarios. El caso de Silvio Berlusconi en la Italia posterior al escándalo del Mani Pulite es tal vez el más emblemático y de allí parece haber copiado el actual presidente su derrotero: primero un club de fuerte raigambre y luego un camino en la gestión pública.

En Chile, la novedad en su momento fue que Sebastián Piñera, una de las mayores fortunas del planeta -según Forbes está entre los más ricos de Chile y forma parte del selecto club de los “milmillonarios”- aspiraba a la presidencia, lugar que ocupó entre 2010 y 2014 y que repite desde 2018. Macri pretende emular a su amigo trasandino y deslizó que aspira a quedar como recambio para regresar a la Casa Rosada en 2023.

El paraguayo Horacio Cartes completó un período presidencial, entre 2013 y 2018, luego de haber sido elegido por el partido Colorado. Se jactó de no haber participado nunca en política y pudo ser nombrado candidato luego de haber logrado reformar la carta orgánica del Partido Colorado para que le permitieran representarlo antes de cumplir dos años de militancia. Si bien recayeron sobre él múltiples denuncias antes y después de haber ocupado el Palacio de los López, se fue tranquilamente a sus empresas el año pasado. Los que más lo criticaron fueron sus “correligionarios“, que se quejan de que nunca los quiso escuchar ni convocar.

En Perú, Pedro Pablo Kuczynski no tuvo la misma suerte institucional que sus colegas. Elegido primer mandatario en 2016 como un soplo de aire fresco para la política de esa nación, que veía a la dirigencia como una banda de incompetentes y corruptos, pronto reveló que ostentaba perfectamente esas dos “cualidades”: tuvo que renunciar y está en prisión preventiva por un coletazo del escándalo Odebrecht. Tampoco le fue bien al empresario Ricardo Marinelli, dos veces presidente de Panamá, que terminó preso en EEUU acusado en esa misma trama de la constructora brasileña.  

Si algo caracteriza a esta dirigencia empresaria puesta a gobernar es en el maltrato a los políticos y a los partidos. Se entiende: acostumbran a dar órdenes sin debatir o en el mejor de los casos, rindiendo cuentas solo a un pequeño grupo de accionistas. La “rosca” les resulta intragable pero no por puros y limpios, sino porque eso forma parte de un debate que no suelen tener en la actividad privada.

Un botón para muestra es Donald Trump en Estados Unidos. Empresario inmobiliario y conductor de reality shows, un día se candidateó a la Casa Blanca y un poco porque nadie le creía y otro porque la dirigencia no tenía algo más atractivo que mostrar, terminó ocupando el Salón Oval. Desde que llegó no hace más que denostar a la política, y de paso a los medios, que encontraron en él una figura con la que llenar espacios físicos y virtuales. Ahora enfrenta la posibilidad de un juicio político, para lo cual es clave el grado de lealtad que puedan mantener con él los representantes de su propio partido, el republicano. Muchos ya avisaron que están cansados de sus desplantes.

La derecha política, normalmente, se escuda en algún recoveco institucional a la espera de mejores tiempos. Desde el inicio de este siglo, los sectores conservadores de las sociedades latinoamericanas vieron de qué manera los gobiernos progresistas iban transformando a la región. Y se tomaron su tiempo para la revancha.

Empresarios como el boliviano de origen croata Branko Marinkovic tuvieron a mal traer a Evo Morales durante el conflicto don la Media Luna de Oriente, en 2008. Financió a la oposición y hasta fue acusado de haber organizado bandas paramilitares para crear caos contra el gobierno central. Ahora apoya fuertemente a Carlos Mesa, quien perdió la elección del 20 de octubre pero desconoce el resultado.

La derecha boliviana, atrincherada en el rico territorio de Santa Cruz de la Sierra, había sido derrotada políticamente por Morales hace diez años, pero ahora da la impresión de haber renacido de las cenizas con el escritor y periodista, que ya había ocupado la presidencia entre 2003 y 2005.

Otro ejemplo de estrategia política es el ecuatoriano: el banquero Guillermo Lasso se presentó contra Lenin Moreno en 2017 para derrotar al correísmo. Ahora esta chocho con Moreno, porque dio vuelta las promesas electorales y ambos comparten la enemistad del ex mandatario. 

La derecha buscó durante 15 años al candidato para derrotar al PT en Brasil. No pudo contra Lula da Silva desde el 2003 y para desplazar a Dilma debió recurrir a un golpe institucional al amparo de una causa, como el Lava Jato, que tiene mucho de Mani Pulite.

Esa derecha intentó crear un Macri en la figura del alcalde de San Pablo, Joao Doria. Pero no tuvo suerte. Finalmente, terminaron en manos de un excapitán del ejército, Jair Bolsonaro, que armó un gabinete repleto de uniformados. En Uruguay otro uniformado, el general Guido Manini Ríos, se mantiene expectante. Por ahora la derecha espera dar el zarpazo en el balotaje contea Daniel Ríos den Frente Amplio, en noviembre.

Ni Bolsonaro ni Macri daban el perfil de la persona mas adecuada para dirigir países del tamaño ni la influencia de Argentina y Brasil. Son armas de la derecha que, según necesidad y urgencia, encuentran las herramientas para estar siempre esperando volver, aunque no se note a simple vista.