Elisa Carrió dijo esta semana que les recomendaba a los ciudadanos no darse la vacuna rusa Sputnik V contra el Covid-19. Armó una de sus ensaladas discursivas y mezcló todo. Dijo que Cristina tenía una relación estrecha con el servicio de inteligencia ruso. Y que en el país gobernado por Vladimir Putin no están garantizados los controles de calidad de la vacuna. Un nuevo episodio de la serie Rusofobia.

Carrió y su Coalición Cívica conocen muy bien lo que es trabajar en sintonía con una embajada extranjera. Su articulación con la diplomacia de Estados Unidos se volvió estable hace años, desde que a fines de los ‘90 recibió las famosas “cajas” con cuentas ocultas de funcionarios del menemismo y de algunos grandes empresarios. La relación de su mano derecha, la diputada Paula Oliveto, con el espía Marcelo D’Alessio está probada en el juzgado de Dolores. D’Alessio era inorgánico de la DEA, de la CIA, y más. Se sabe que formaba parte de una asociación ilícita que se dedicaba al armado de causas penales. Los lilitos quizás no eran miembros del grupo, aún no se sabe, pero seguro eran consumidores de lo que generaba. Lo usaban para dedicarse a lo que más les gusta: denunciar, con pruebas o sin ellas. Sembrar un manto de sospecha sobre todo el que se cruce en su camino.

Es cierto que Carrió cree tener conquistada la impunidad de decir cualquier cosa. Durante el primer gobierno de CFK mandó cartas a varias sedes diplomáticas afirmando que se había estafado al pueblo argentino porque era Néstor Kirchner quien gobernaba detrás del trono y no la presidenta electa. De ese tipo de acciones salta a los videos en los que aparece con la muñeca de ojos azules que representa la republiquita, que llora desconsolada por el supuesto populismo.

La combinación de estos elementos hace que por momentos la exdiputada se parezca a la protagonista del libro Misery de Stephen King. La historia de esa novela es así: el escritor Paul Sheldon sufre un accidente de auto cerca de casa de Anne Wilkies, una fanática de sus libros. Ella lo rescata y lo cuida. Cuando Sheldon se recupera y quiere volver a su vida, Wilkies lo ata a la cama y le rompe los tobillos con una maza para que no pueda moverse. La pregunta: ¿le gustaría tener un accidente de auto cerca de la chacra de Carrió y que ella tenga que cuidarlo hasta que usted pueda caminar? Mete un poco de miedo la imagen, especialmente si anda con la republiquita todo el día bajo el brazo y sonriendo.

La frase de la líder de la Coalición Cívica sobre la vacuna no fue aislada. Los medios del establishment y otros dirigentes de Cambiemos también han salido a realizar una campaña del miedo contra Sputnik V. Jorge Lanata dijo, en broma pero en serio, que si la vacuna «te saca una joroba» había que ir a reclamar a Moscú.

Lo más grave de todo esto es que si la gente no se vacuna sigue expuesta a contraer la enfermedad. Es decir, a la posibilidad de que el cuadro se agrave y morir. ¿Cómo puede jugarse tanto con la muerte? Estos sectores son los mismos que batallaron contra la cuarentena, otra vez coqueteando con la muerte, de los otros, por supuesto. Impulsaron marchas y protestas de todo tipo. “La vida es riesgo”, dijo Miguel Pichetto desde su departamento de Recoleta del que sale solo para tomarse un auto. Jamás será visto en hora pico en el subte de Buenos Aires cuando la gente viaja pegoteada y respirándose en la nuca.

Este nuevo rasgo de la disputa política argentina, exponer a la población a la muerte versus tratar de cuidarla, precisa que el Frente de Todos siga parado en la racionalidad. Podría imaginarse por un momento que se reaccione en espejo. Axel Kicillof diciendo: “No se den la vacuna de Pfizer porque el laboratorio trabaja con la CIA”. Y Máximo Kirchner pidiendo rechazar la de Oxford porque los ingleses mantienen el enclave colonial en Malvinas. Por suerte, nada de esto ocurre.

Es hora de exigirle a la derecha un cacho de cordura. «