Abelardo Castillo falleció el primero de mayo como consecuencia de una infección posoperatoria. Fue un ícono de la literatura argentina que no sólo produjo una obra vasta y sólida, sino que además transmitió su experiencia a través de un concurrido taller literario, publicó inolvidables revistas y fue testigo de los mayores acontecimientos del siglo XX referidos a la literatura. Baste citar, por ejemplo, que conoció a Julio Cortázar y a la mayor parte de los escritores fundamentales de su época. Tiempo lo entrevistó en diversas oportunidades. Una de ellas fue cuando falleció Ernesto Sábato. En ese momento, además de hablar de su colega, Castillo hizo un recorrido por el mapa literario de la época.

 Puede decirse que trabajó hasta último momento. Su última publicación, bastante reciente, fue una antología de sus cuentos que salió bajo el sello Alfaguara. Dicha antología se abría con el ya clásico «La madre de Ernesto» -que inauguró su primer volumen de cuentos, «Las otras puertas»-, e incluía varios textos posteriores como «Patrón», «Los ritos», «Las panteras y el templo». En ese momento le aclaró a Télam: «La palabra antología pertenece más a la editorial que a mi propósito. Yo lo pienso más como un mapa personal, aunque hubiera sido un poco petulante que se llamara así. Nos hemos acostumbrado a que la antología es una selección que tiene un valor de los méritos, y eso es lo único que no puede hacer un autor: uno no puede decir cuáles son los mejores, sino los que han significado algo al momento de escribirlos. Lo que hice fue optar por una solución que me quedaba muy cómoda: les pedí a mis alumnos de taller que hicieran una lista de los cuentos que les gustarían que se publicaran en una selección. Hay otros que están por razones más personales que literarias.» Sus palabras demuestran que seguía en actividad y muy ocupado en trabajar y retrabajar su obra. 

Nació el 27 de marzo 1935 en San Pedro o mejor dicho, en Buenos Aires. San Pedro fue la tierra que adoptó como lugar natal porque su familia  se trasladó allí inmediatamente después de su nacimiento. Volvió a Buenos Aires en 1952, pero San Pedro siempre estuvo presente en sus afectos y viajaba hacía esa ciudad con frecuencia. 

Su literatura abarcó diversos géneros: escribió novelas, cuentos, teatro, ensayos y poesía. Fundó con Arnoldo Liberman El Grillo de Papel, que luego se llamó El Escarabajo de Oro, una de las revistas literarias de más larga vida (1959-1974) en la época, y dirigió El Ornitorrinco (1977-1987). 

En 1961 obtuvo el premio Casa de las Américas por los cuentos de Las otras puertas, género que revisitó en Cuentos crueles (1966), Los mundos reales (1972), Las panteras y el templo (1976), El cruce del Aqueronte (1982), Las maquinarias de la noche (1992) y Cuentos completos (1998). 

Entre sus novelas fundamentales figuran La casa de cenizas (1968), El que tiene sed (1985), Crónica de un iniciado (1991) y El Evangelio según Van Hutten (1999). 

Su producción teatral incluye El otro Judas (1959), donde trata dos temas recurrentes en él, como la culpabilidad y la redención; Israfel (1964), Tres dramas (1968) y El Sr. Brecht en el Salón Dorado (1982). «El teatro –le dice a Tiempo Argentino Jorge Dubatti- historiador y crítico teatral, director del Instituto de Artes del Espectáculo Facultad de Filosofía y Letras, UBA- ha sido una constante en la vida de Abelardo Castillo. Primero se relacionó con la dramaturgia a través de la lectura y el radioteatro, especialmente Las Dos Carátulas. Luego inició la escritura con Israfel, sobre la vida y los cuentos de Edgar Allan Poe, que le valió un importante premio internacional y fue llevado a escena con dirección de Inda Ledesma y protagónico de Alfredo Alcón. Emecé publicó su Teatro completo, que reúne piezas insoslayables (El señor Brecht en el Salón Dorado, Salomé, entre otras), sin duda, en la historia de la dramaturgia hispanoamericana. Un teatro de alta calidad literaria y estrechamente relacionado al mundo de sus cuentos.»

 Guillermo Martínez se refiere a él de esta forma en la versión online de la revista Los inútiles: «El nombre de Abelardo Castillo yo lo escuché por primera vez en mi casa paterna en Bahía Blanca. Mis papás recibían la revista El escarabajo de oro durante la época de la dictadura de Onganía. Yo siempre me acuerdo de tres cosas de esa revista: una era el epígrafe, una frase de Nietzsche que me resultaba muy impresionante: «Di tu palabra y rómpete»; la segunda era una sección de epitafios donde ellos se burlaban de autores de una generación o dos más arriba, imaginaban pequeños versos que figurarían en las lápidas de esos escritores, algunos muy graciosos; lo tercero que recuerdo es un editorial que había escrito Abelardo, -que creo que fue el primer texto que leí de él-, muy aguerrido, que terminaba con una frase en la que decía algo así como que el día de mañana, cuando sus hijos les preguntaran qué habían hecho durante la dictadura, ellos podrían decir «esto hacíamos: esta revista». A través de esa revista-que yo leía en mi adolescencia- yo seguía una serie de temas que también se discutían en mi casa; temas que tenían que ver con la militancia política, con el compromiso político, con las discusiones sobre la famosa polémica entre Sartre y Camus, la filosofía del existencialismo, es decir: cierta agenda de la década de los ‘60 donde gran parte de los escritores tenían, además de su literatura, una militancia cultural o incluso partidaria. Otra cuestión que me llamó la atención y me interesó de la figura de Abelardo fue que, a pesar de que él tenía ese pensamiento político de izquierda marxista, no creía necesario que se reflejara en su obra de ficción. Esa es una postura que yo siempre he compartido, desde el punto de vista estético. Es decir, no hay por qué ligar la obra literaria con el pensamiento político o filosófico; para mí la literatura tiene mucho más que ver con ficciones desplazadas, a veces atemporales y con mundos relativamente autónomos de lo real. No es que lo otro esté negado en su obra; por supuesto que en novelas de largo aliento aparecen lecturas políticas de la realidad, personajes que hacen referencia a la política, pero no es el énfasis principal. Y él además ha escrito literatura fantástica a lo largo de toda su obra, sobre todo en sus ficciones cortas, de manera que ese es otro aspecto no tan común en esa época y que yo rescataría. Creo que él lo pudo desarrollar porque nunca fue un militante adscripto a una corriente partidaria. Eso le daba cierta libertad individual. No sentía esa obligación que quizás muchos sintieron en la época de mirar la realidad de determinada manera y dar testimonio de determinadas cuestiones, la imantación tan poderosa de lo político en esa generación.” 

En 1969 conoció a la escritora Sylvia Iparraguirre, quien se convirtió en su mujer y lo acompañó hasta el final de sus días. Ambos tenían una casa que resultó inolvidable para quienes la visitaron. Una larga escalera de mármol lleva un piso alto donde se destaca en primer lugar un espacio cálido donde hay unos sillones y el juego de ajedrez de Abelardo. Luego, por supuesto, diversas bibliotecas, la de él y la de ella y un clima cálido y sereno que parece invitar a la escritura. Hoy Abelardo Castillo ha hecho su última jugada, pero la muerte no logrará el jaque mate,  ya que para un escritor como él la obra es una segunda forma de vida.