El mayor éxito de Margaret Thatcher fue Tony Blair”, dice el psicoanalista y escritor argentino Jorge Alemán, y recuerda una frase de la Dama de Hierro que marcó a fuego la política económica planetaria derramando neoliberalismo a cada confín durante más de 11 años en el poder en Londres: “La economía es el medio; el objetivo final es cambiar el corazón y el alma”.

La profundidad filosófica de los dichos de Thatcher, una mujer que afirmaba que no existían las sociedades, sino los individuos y las familias, hizo mella. Logró que su opositor Blair y el Partido Laborista se impregnaran de su prédica y la asumieran como propia. Un fenomenal trabajo sobre la subjetividad: asumir que el veneno es el antídoto. Por cierto, también es una vieja receta que cíclicamente se reinstala en la Argentina.

Días atrás, desde Economía Política para la Argentina –EPPA–, presentaron un extenso informe en el que manifestaron su “preocupación por el plan económico de Nicolás Dujovne”, flamante ministro de Hacienda de Mauricio Macri. Toman tres aspectos centrales a partir de las declaraciones de Dujovne: la cuestión tributaria; el avance contra los “impuestos al trabajo” –eufemismo oficial para radicalizar la flexibilización laboral–; por último, “inflación y monetarismo”. Sobre este último punto destacan su “preocupación por la profundización de las políticas monetaristas impulsadas por el BCRA y revalidadas por el nuevo ministro de Economía, que priorizan los objetivos inflacionarios independientemente de las consecuencias sobre la economía real”.

Con respecto a la cuestión tributaria definen que “la teoría que establece que el mercado es el mejor mecanismo para asignar los recursos productivos, con un Estado que todo lo que toca lo distorsiona, anula la posibilidad de redistribuir recursos a partir de la aplicación de políticas con criterios de justicia social”.

EPPA profundiza sus análisis y critica cada cuestión, pero nos detendremos en la problemática laboral, una agenda que se dirime estos días y que se ha visibilizado en parte con el caso testigo que enfrentan los trabajadores gráficos de AGR del Grupo Clarín, en concordancia con el avance macrista sobre el tema.

Señala el informe:

– “No es la primera vez en la historia moderna donde un proyecto neoliberal intenta avanzar contra los derechos de los trabajadores por medio de la afectación de sus derechos laborales. Alcanza con remontarnos a los ’90 para poder analizar en contraste la última experiencia concreta de reformas de flexibilización laboral en general, y de rebajas en el costo laboral para el sector privado en particular. Como se sabe, desde 1993 se verificó una sistemática reducción en las alícuotas correspondientes a las contribuciones patronales impulsadas en el marco de las reformas estructurales del ministro (Domingo) Cavallo. El objetivo por aquel entonces también era enunciado como una necesidad imperiosa del Estado para dotar de competitividad al sector privado y reducir la informalidad laboral. A tales fines, entre 1993 y 2000 las cargas sociales pasaron del 33% al 17,8% sobre los salarios nominales”.

– “A la postre de la baja de costos laborales para el sector privado, en el 2000 se sancionó la Ley de Reforma Laboral que, entre otros vectores de flexibilización, también incorporaba disminuciones de entre el 30% y el 50% para las empresas que incorporen nuevos trabajadores. El problema derivado de este tipo de medidas es que, en vez de en un incentivo a la ampliación de la planta de personal, termina decantando en una lógica de reemplazo de trabajadores de mayor experiencia por nuevos empleados precarizados. Lejos de verificarse los resultados esperados en el espíritu de las reformas laborales de los ’90, en la década descendió el empleo y aumentó ostensiblemente el desempleo y también la informalidad. (…) La tasa de empleo (cantidad de empleados sobre población total) no presentó ningún avance a partir de la disminución de alícuotas sobre las cargas sociales implementadas desde 1993. Similar fenómeno se observa en cuanto a la tasa de desocupación (cantidad de desocupados sobre la población económicamente activa), que, a pesar de un comportamiento levemente creciente desde el inicio de la serie, muestra su salto más grande a partir de las reformas laborales de los ’90, llegando a un preocupante nivel del 20% a inicios de los 2000”.

En sus conclusiones, el informe de EPPA expone: “Los costos laborales no necesariamente constituyen una herramienta pertinente a la hora de motivar al empresariado a llevar adelante inversiones que redunden en la contratación de más personal o la formalización del ya existente. Incluso, como trascendió en estos días, el mismo viceministro de Hacienda recientemente designado, Sebastián Galiani, había admitido hace algunos años, en una de sus publicaciones académicas, que la disminución de los impuestos al trabajo de entre el 30% y el 80%, en el período 1994-1999, no generaron un incremento en el empleo. Al contrario, el principal vector que motiva tales decisiones en nuestro país es la existencia de un mercado interno sólido y en expansión, basado en cada vez más familias con poder adquisitivo para incorporarse al consumo, en un contexto de crecimiento económico. (…) Los resultados hasta el momento en materia de empleo resultan preocupantes. A los más de 150 mil despedidos del año pasado, que consolidan una desocupación en torno al 10%, se agrega una primera intentona de flexibilización laboral y contratos basura. La actitud del Estado se explicita a través de funcionarios que desde el atril conciben al trabajador como un bolo alimenticio que se puede ‘comer y descomer’ por un empresariado desregulado”.

Una observación final. La letal Thatcher, cabe reconocer, fue más fina. Habló de “corazón y alma”. Al macrismo lo define su metáfora, por cierto, escatológica.

Los Blair criollos ya están advertidos. «