El 28 de noviembre de 2010, aparecía el primer número del Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino. La nota de tapa era una entrevista a Hebe Uhart realizada por Ivana Romero y Juan Pablo Cinelli. Los entrevistadores cuestionaban que Uhart fuera incluida dentro del realismo porque, a pesar de que su escritura trataba de historias mínimas cotidianas, tenían siempre un clima de extrañeza que dificultaba su encasillamiento. Hebe contestó: “Todo eso son clasificaciones, que en definitiva son invenciones. ¿Qué significa realista? Nadie puede saber lo que es la realidad. Esas cosas están en boga para incentivar las discusiones. La discusión entre los de Boedo y los de Florida. Pero si eran 20 gatos que se conocían entre todos. Lo mismo pasa con realismo, hiperrealismo, surrealismo. Tiene ciertos toques, pero no te define un género. ¿Usted qué escribió? ¿Un cuento largo o una novela corta? Ah, bueno, una nouvelle. Eso deja tranquilo a alguien, pero eso no existe. Pero eso no hace a la literatura.”

La cita viene a cuento porque acaban de aparecer a través de la editorial Adriana Hidalgo tres ¿novelas? inéditas de la autora. ¿O por su brevedad podrían considerarse nouvelles? Según la propia Hebe, la clasificación poco importa. Lo importante es que a su obra se suma hoy un nuevo material que con el título El amor es una cosa extraña incluye tres textos: “Beni”, “Leonilda” y “El tren que nos lleva”. Antes, la misma editorial había publicado sus crónicas, cuentos y lo que en su momento parecían ser sus novelas completas.

Los responsables de que este material inédito haya dejado de serlo son los escritores Pía Bouzas y Eduardo Muslip. Según lo aclara en el epílogo Muslip, el título de la publicación está tomado de una de las novelas, Leonilda. Y la elección es acertada, dado que si algo caracterizó siempre a Hebe y, en consecuencia, a su escritura, es poner en evidencia que el hecho mismo de estar vivo es algo extraño, muy extraño, aunque lo vivamos como algo natural. No por casualidad la autora se licenció en Filosofía, una disciplina que no da nada por sentado y se formula más preguntas que respuestas y que nace, precisamente, del asombro.

Tanto Bouzas como Muslip fueron alumnos del ya legendario taller de escritura de Uhart y se convirtieron también en sus amigos. Y, ante la falta de herederos de la autora –excepto un sobrino- recibieron el pedido de revisar y editar su material inédito, según lo cuentan en una entrevista realizada por Valeria Tentoni para el blog de Eterna Cadencia.

Los responsables de la edición tienen indicios como la tipografía y el anillado de los originales para pensar que el material reunido fue escrito hace fines de los 80 y principios de los 90. Dos elementos caracterizan a los textos recién editados y ponen un matiz en la figura pública de Hebe: la violencia política, a la que señala tangencialmente –“no son historias clásicas de dictadura”, dicen los editores–, y algún quiebre, quizá de tipo amoroso del que nunca habló, porque esa parte de su intimidad siempre estuvo cerrado a cal y canto. Bouzas y Muslip aclaran: “La representación directa de climas y acontecimientos de la dictadura fue algo que Hebe rehuía representar, como si la violencia política fuera algo que le resultaba improcesable, o para lo cual `no tenía pulso´ como solía decir”

“En la parte superior del placar, prolijamente  conservadas en sobres, en carpetas o anilladas, encontramos dos de las tres novelas que conforman este libro: `Beni` y `Leonilda`, cuentan. “El tren que nos lleva”, en cambio, estaba en la casa de Muslip, en las carpetas  donde guardaba los materiales que Hebe le daba a principio de los años 90. De los tres, era el único relato sin título.

La historia de “Beni”, está situada en el escenario de los años 80, cuando todavía la dictadura regía los destinos del país y de sus habitantes. Ya desde el comienzo es posible reconocer en esta novela la escritura particular de la autora, la aparente sencillez que pone al servicio de la profundidad: “En 1980 Luisa vivía en un departamento que parecía una cajita de zapatos. Si alguien entraba, de una ojeada veía toda la casa, incluso el baño. Era un departamento tan chico y tan simpático, que las visitas de mayor confianza tendían a usar todas las instalaciones para ver si no eran de juguete; iban al baño, se recostaban en la camita que se veía desde el cuadrado de entrada, corrían una mampara siempre entreabierta donde había una cocina muy chica y abrían una alacena que tenía una cortina como un teatro de títeres.” En este breve párrafo puede comprobarse que Hebe era ajena a ciertos mandatos literarios que no ven con buenos ojos el uso del diminutivo. Para desafiarlo usa dos en pocas líneas. Demuestra así que no existen recetas para escribir y que lo único que garantiza un buen texto, es el talento del narrador. Demuestra también que tanto ella como su escritura se movían entre el humor, la ironía y la ternura, lo que algunos consideraron equivocadamente  como una forma de ingenuidad.

“Yo soy nacida en el Chaco –comienza “Leonilda”-, en un lugar llamado Colonia Ceballos, pero le llaman Pirén.” Esta novela abarca la infancia y la adultez de esta mujer que emigró a Buenos Aires.

Por su parte, “El tren que nos lleva” es la historia entrañable de una joven suburbana que narra su trayectoria de vida comenzando por el inicio del colegio secundario.

En total, incluyendo el epílogo escrito por los editores, el libro tiene 171 páginas, lo que habla de la brevedad de las novelas incluidas, pero también de la economía lingüística de sus relatos en general, una economía premeditada de altísima eficacia literaria.

Durante el proceso que va del original al libro, por supuesto, los editores se hicieron todo tipo de preguntas, entre ellas, si era lógico publicar aquello que la escritora, por alguna razón, no había editado en vida. Afortunadamente, la respuesta a esta pregunta fue positiva, ya que como ellos mismo lo señalan “nos hace felices reencontrar a quien ya conocemos como un eco de la literatura que ya leímos o de su voz personal, de su mirada, de su escucha.” Esa alegría de los editores es también la de todos los lectores de Uhart.

Bajo la apariencia de señora intachable que va con regularidad semanal a la peluquería porque la rutina es una de las formas de atenuar el tembladeral que es la vida, Uhart guardaba una mirada irónica sobre el mundo literario y sus ritos y vanidades, sobre la soberbia del escritor y sobre la importancia, para ella sobredimensionada,  que suele dársele a la escritura literaria. “Sí, la escritura es un oficio, una artesanía  como cualquiera -decía en la mencionada entrevista de Tiempo Argentino-. Tiene momentos agradables y momentos desagradables. Momentos de placer y de dificultad. Hasta que encontrás el tono, el lenguaje, puede pasar el tiempo. Mirá, ¿qué hace el fotógrafo cuando hace click, click, clikc? Está buscando no sacarme fea.”

En ocasiones, su desajuste con el mundo literario podía llegar al terrorismo lingüístico sin que ella perdiera la apariencia de tía arregladita y compuesta. “En una nota de El País y en otra de Irene Gruss se reproduce una anécdota contada por Samanta Schweblin que Hebe protagonizó en una mesa organizada por el centro cultural San Martín. Le tocó hablar en último término, cuando el auditorio se debatía entre echarse una siestita en la butaca o huir con disimulo. `Les voy a contar un sueño, dijo cuando le tocó el turno. Soñé que cogía con Maradona.` Y a continuación contó su sueño.”(Tiempo Argentino, mayo de 2020).

Hebe murió en su casa en octubre de 2018. Pero previamente estuvo internada en una clínica. Según cuentan Bouzas y Muslip, les pidió que llevaran sus libros a esa clínica para poder repartirlos allí. Esta es una muestra de su confianza en la palabra, en la literatura, esa artesanía que, del mismo modo que un saco tejido a mano o un guiso casero, puede ser un hermoso regalo para abrigarnos en el desamparo a que nos condena el mundo.