El drama de Hernán Rausch comenzó hace tres décadas, cuando era un joven seminarista y fue abusado por Justo Ilarraz. Hoy halló una reparación a tantos años de padecimiento, con la condena a 25 años de cárcel que recibió el cura, pero su historia es quizás la que ilustra de manera más descarnada los dilemas que generó este caso en un sector de la sociedad paranaense, fuertemente atravesada por los preceptos religiosos.

Hernán declaró en la jornada inaugural del juicio contra Ilarraz, el 16 de abril, y su crudo testimonio –sin fisuras, sentado en una silla, frente a los tres jueces, durante tres horas– fue acaso el más contundente entre los que brindaron las siete víctimas que narraron ante el tribunal los hechos acaecidos en el Seminario de Paraná entre 1985 y 1993, cuando todos eran apenas niños de entre 10 y 14 años.

Los pormenores de los abusos ya habían sido relatados por Hernán mucho antes, el 6 de julio de 1995, durante el proceso diocesano que al interior de la Iglesia abrió el entonces arzobispo –y hoy cardenal– Estanislao Karlic contra Ilarraz. Un año después, al cura se le impuso la prohibición de pisar la diócesis de Paraná. Eso fue todo. Ilarraz siguió ejerciendo el sacerdocio en Tucumán. Los delitos jamás fueron denunciados a la Justicia.

La relación entre la familia Rausch y el cura hoy condenado iba más allá de la guía espiritual que podía establecerse en el Seminario. Hernán y su hermano Diego, también sacerdote, realizaron varios viajes con Ilarraz: uno a Cataratas, en carpa, otro al norte. A fines del año 1990, Diego viajó con él a España, donde Ilarraz tenía parientes, y a Roma. Nacidos en el campo, en el seno de una familia de inmigrantes alemanes de fuertes convicciones religiosas, nueve hermanos, los Rausch fueron educados para la castidad y el ejercicio del sacerdocio. Así llegaron al Seminario y conocieron a Ilarraz, preceptor de disciplina de Nuestra Señora del Cenáculo. “Yo vengo de una familia en la que las madres rezan para que les salga un hijo sacerdote. Mis padres me dejaron confiados en ese lugar, y ahí fui abusado. ¡La Iglesia se cagó en mi mamá!”, exclamó Hernán en un doloroso pasaje de su declaración.

Sin embargo, la trama de ocultamientos que desplegó la Iglesia paranaense alrededor del caso Ilarraz, también parece haber calado hondo en la familia Rausch. Diego, hoy párroco de la iglesia de Santa Teresita, en Paraná, fue llamado a declarar el lunes 23 de abril. En su testimonial durante la investigación, Diego –que comparte con Ilarraz su fanatismo por el club Patronato, al punto que oficia misas en la previa de partidos importantes– adujo que sólo tuvo conocimiento de los hechos “por lo que ha sido publicado” en los medios, a partir de 2012, y “por las denuncias que se hicieron”, aún cuando uno de los denunciantes era su hermano. Dijo, sí, que Hernán le había contado que habían “pasado cosas”, pero que no le preguntó más. En el juicio volvió a mostrarse indiferente al dolor de su hermano. Para una de las querellas, “actuó como un defensor de Ilarraz”.

En su declaración indagatoria de 2015, Ilarraz, para defenderse y adjudicar todo el proceso a una conspiración en su contra, ya había metido el dedo en la llaga de este drama familiar. Dijo que Hernán empezó a mostrar “un perfil psicológico enfermizo” a partir del tercer año del Seminario, “cuando sus celos por su hermano Diego Rausch se transformaron en envidias, en broncas y en deseos de que no se acercara a mi persona; yo a esto lo conversé en su momento con Diego ya que él era muy cercano a mí”.

Consumado el fallo condenatorio, Hernán Rausch habló hoy con los periodistas. “Me refugié en la oración para desprenderme de esas cosas. En mi conciencia estoy tranquilo y con calma. Si hizo un daño, tiene que pagar –repitió una y otra vez a los medios fuera del tribunal–. De esto se trata la Justicia: si cometió un delito, lo tiene que pagar».