Ricardo Ragendorfer toma al lector de la solapa en la primera línea del libro. Ya no lo suelta hasta el final. Los Doblados arranca sin vueltas: “Esta, señores, es una guerra de inteligencia, y su clave es la información”. La frase la pronunció el jefe del Batallón 601, el coronel Alfredo Valín, el 20 de octubre de 1975. Pocas líneas más adelante, el autordescribe su encuentro con el mayor Carlos Españadero: “Resulta extraño estar con él; era como la frase de Walsh al revés: ‘Hay un fusilador que vive’”.

Ragendorfer se sumergió más de diez años en una investigación que desnudó la operatoria criminal del Batallón de Inteligencia 601, en la que expone cómo el Ejército supo con antelación del ataque de Montoneros al Regimiento 29 de Formosa en octubre del ’75 y permitió que el copamiento se realizara; fue la excusa que los militares adujeron para desplegar su maquinaria de terror en cada rincón del país. Otro caso emblemático que cuenta Ragendorfer es el del soplón Rafael de Jesús Ranier, el “Oso”, el buchón que perforó la coraza del ERP y delató, entre otras varias acciones, el ataque al cuartel de Monte Chingolo.

“Cuando me propuse escribir este libro tenía dos posibilidades –dice el autor–: hacer un amasijo de casos aislados o hilvanar una historia. En ese sentido las entrevistas que le había hecho a Españadero fue a Los Doblados lo que la nota “Maldita Policía”(publicada en la revista Noticias) fue a La Bonaerense, el libro que escribí con Carlos Dutil; sólo que en ese momento no me había dado cuenta. Meses después, cuando seguía latiendo la idea de escribir sobre esto, tanto las entrevistas que le había hecho a Españadero como la nota que publiqué en Caras y Caretas en su momento eran de algún modo el esqueleto de ese libro. A través de sus declaraciones el tipo se convertía en el actor que entrelazaba todas las historias.

–¿Cómo es estar frente a un “fusilador que vive”?

–Me preguntan si no se me revuelve el estómago: para nada. Son personajes que me interesa mucho explorar. El libro, además de tener la palabra de Españadero, tiene la infrecuente virtud de recopilar testimonios de otros represores. En ese sentido, pasa lo siguiente: de los represores sabemos su nombre, los lugares donde han prestado servicio, las aberraciones que han cometido y algún que otro detalle fragmentario aportado por algún sobreviviente a los campos de exterminio y nada más. Me interesaba mucho explorar cómo son esos tipos porque de algún modo cada uno de ellos, indefectiblemente, es una muestra cabal de lo que Hannah Arendt llamó“la banalidad del mal”. Eso es justamente lo terrorífico. No son bestias con garras, son personas normales que luego de torturar vuelven a su casa después de su trabajo, acarician la cabeza de sus hijos y se van a dormir.

–Pueden estar sentadas, aquí y ahora, cerca nuestro.

–Es cierto. Cuando estoy en un bar o caminando por la calle me pregunto cuántas de las personas normales que están compartiendo este espacio físico conmigo serían capaces de hacer una cosa así en circunstancias semejantes.

–¿Esa pregunta también te motivó a investigar la historia de este libro?

–Sí. Uno, cuando empieza una investigación de este tipo, nunca sabe a dónde lo va a llevar. Sobre la pregunta inicial, que era la infiltración militar en las organizaciones guerrilleras de los ’70, y en un marco más amplio, explorar la figura de la traición que es una figura universal que recorre la historia como un fantasma apenas disimulado surgieron otras peguntas, otras obsesiones, una de ellas era esta, explorar la figura del represor. Otro de los desafíos era reconstruir el Batallón de Inteligencia 601. Ese es otro de los temas que no fueron debidamente tratados por la profusa bibliografía sobre la época de la dictadura. Otros ministerios del miedo como el Grupo de Tareas que funcionaba en la ESMA fueron mucho más trabajados.

–En los encuentros que mantuviste con distintos represores para tus entrevistas, ¿viste en ellos algún rasgo común que los defina?

–Me resulta muy interesante entrevistarlos y, a diferencia de otras entrevistas que he visto o he leído donde el periodista entabla una especie de discusión, se muestra incisivo, ahí sí veo un denominador común en ellos que es mantener el pacto de silencio; y esa conservación del pacto de silencio malogra el reportaje porque los tipos no se hacen cargo de lo que hicieron. Mi diálogo con esos sujetos fue bastante tranquilo, por momentos con ribetes casuales, y eso me importaba porque no necesitaba que ellos me confesaran lo que no han confesado ante la Justicia y se sabe que hicieron, me interesaba que hablaran de cualquier cosa porque cuando hablan de cualquier cosa muestran lo que en verdad son, hasta cuando hablan del clima muestran lo que son. Pienso que discutir con ellos malogra el reportaje porque es como discutir de astronomía con alguien que cree que la Luna es un pedazo de queso gruyere.

–Y con respecto a los traidores, en tu investigación, ¿reconociste en ellos alguna característica común?

–Aclaro que en este libro no hablo de personas que en cautiverio y bajo tortura dieron nombres y domicilios, acá hablo de personas que fueron doblados, infiltrados, traidores, sin haber perdido su condición de sujetos responsables de sus actos ni su capacidad de decisión. Hubo tipos que lo hicieron por guita, o por algún encono, o por razones ideológicas. Hubo de todo. De algún modo el denominador común de esos sujetos es que, si bien no iban perdiendo su condición de sujetos responsables de sus actos, sí iban perdiendo su identidad porque pasaban a ser elementos cancerosos de las organizaciones que habían pertenecido y que ahora simulaban pertenecer. Y por otra parte no eran parte del Ejército, eran personas que estaban subordinadas a las generales de la ley, y las generales de la ley es que Roma no paga traidores.

–Salvando un caso, vinculado al amor o algo que no podría definir como amor, los demás Doblados no terminan sus vidas por un proceso natural, como decís en el libro.

–Esa historia de amor…

–Que la lean…

–Así es. Vamos a acogernos a los fueros de la novela policial. Los otros, efectivamente es así. Hay algo significativo, la lógica o el protocolo indica que un filtro, un doblado, después de haber entregado una cosa grande es desactivado por un tiempo en resguardo de su propia seguridad. Acá, en los casos que abordo profundamente y que terminan descubiertos y castigados, en consecuencia, por los traicionados, no se produjo eso. Supongo que eso formó parte de una mecánica que no inocentemente llevó adelante el Ejército. No sirvieron más, sobre esos pesaba un cúmulo de situaciones que iba tarde o temprano a explotar, los seguían usando como herramientas. Al “Oso” después de lo de Monte Chingolo le dicen “en este momento no te podes ir del ERP”. Aunque no le hayan asignado una nueva misión, o la misión que le asignaron fue la de permanecer hasta que lo descubran.

–Cuando describís al “Oso” marcás que no fue entrenado sino amaestrado.

–Claro, porque lo curioso del “Oso” es que, primero, no era una agente de inteligencia; segundo, no era un cuadro político; tercero; no era una cuadro militar. El tipo solamente era un lumpen. Era bastante limitado; no obstante tenía la virtud de ver y oír, y transmitir lo que veía y oía pese a que tal vez ocupaba puesto de jerarquía en la estructura del ERP.

–Pero sí un puesto clave.

–Así es, era chofer de logística. No era ni miembro del PRT. Pero le servía al Ejército más que tener infiltrado a uno en el buró político. El chofer de logística llevaba cosas de un lado para otro, llevaba armas, personas, conocía domicilios, era ideal para el trabajo que hizo.

–¿Las organizaciones guerrilleras pecaron de ingenuidad ante estos casos?

–Sí. Habría una fatalidad. Aclaro que no hubo ninguna guerra, pero la estrategia de inteligencia estaba cifrada en lo que ellos llamaban una guerra de inteligencia, en cambio la estrategia de las organizaciones revolucionarias subordinaban la estrategia de inteligencia a un tercer plano, puesto que su estrategia se basaba en la «teoría del foco», en el caso del ERP, o en la llamada «guerra popular y prolongada», en el caso de Montoneros, pero esa estrategia o su expectativa de crecimiento estaba cifrada en un desarrollo geométrico del poder popular. Vuelvo a decir que para las organizaciones revolucionarias la inteligencia no era un problema de primera necesidad. Y, por otra parte, existía una ingenuidad muy grande de parte de la cúpula del ERP ante esta problemática, puesto que Santucho suponía que el ERP no era infiltrable aunque reconocía que alguna estructura de la organización podía ser penetrada por algún agente enemigo, pero pensaba que dado que la formación de un espía no es la de un militante revolucionario, en algún momento quedaría en evidencia. Cosa que evidentemente no fue así, fue un grave error.

–Tu libro irrumpe en un momento en el que desde lo más alto del Estado, Macri desconoce la cantidad de desaparecidos, y además se intenta reinstalar la idea de que en este país hubo una guerra sucia.

–Es curioso. Vamos a hacer una comparación con Chile, donde los partidarios de Pinochet y el poder residual del pinochetismo es mucho más fuerte a nivel discursivo, en el sentido de que en Chile los sectores de derecha no reivindican la teoría de los dos demonios, reivindican directamente la represión militar. Acá el peso de las atrocidades cometido por el terrorismo de Estado que los sectores afines o que simpatizan o han simpatizado con la dictadura militar se acogen a la teoría de los dos demonios diciendo que fueron dos bandos que cometieron atrocidades. Acá hubo un Estado terrorista y la única guerra que hubo fue la cacería contra la sociedad argentina. Para los militares tuvo un significado técnico; ellos, que estaban convencidos realmente de que estaban en una cruzada en defensa de Occidente pensaban, leyendo los manuales franceses, que la situación argentina era idéntica a la situación de Vietnam, por lo que suponían que la fortaleza del enemigo estaba en la retaguardia y la retaguardia era la sociedad civil. Martínez de Hoz, lógicamente, la tenía más clara. Eso por un lado, y por otra parte, aunque yo no haya tenido como objetivo polemizar con otros autores que suponen que lo que decidió el golpe de Estado fue el copamiento montonero al Regimiento 29 de Formosa, lo cual es una versión tipo Billiken. Esa es una de las hipótesis del libro: los decretos de aniquilamiento que al día siguiente del ataque en Formosa firman los tres comandantes con Ítalo Luder, que extendían a todo el territorio nacional lo que los militares ya tenían en Tucumán en el Operativo Independencia, que fue el laboratorio del terrorismo de Estado, fue parte de un plan minuciosamente aplicado. Los borradores de los decretos ya existían antes de eso y solamente se esperaba un hecho guerrillero de envergadura para oficializarlos. Y en ese sentido creo que a partir del 6 de octubre de 1975, cuando se firman esos decretos, el poder pasó de la Casa Rosada al edificio Libertador. En ese momento empezó la dictadura, y lo del 24 de marzo de 1976 fue sólo una mudanza, como digo en el libro. «