Aunque el centro del análisis político esté puesto hoy en los números que resultaron sorpresivos para ganadores y perdedores, para describir el logro de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires hay que retroceder en el tiempo. Su instalación como candidato del peronismo unificado no emergió de un «dedazo» dirigencial. Se impuso por el peso electoral que el exministro de Economía fue construyendo entre los bonaerenses y que consiguió, entre otras cosas, con una estrategia clásica, basada en recorrer y tomar contacto con los votantes.

Los intentos por demonizarlo con distintos calificativos, quedó claro con los votos, no funcionaron. Había sondeos de opinión y focus group que mostraban cierta dificultad del economista, por ejemplo, para contener todo el caudal electoral de la fórmula presidencial de Alberto Fernández y CFK. Los números mostraron que este pronóstico tampoco acertó. La fórmula presidencial sacó 50% en territorio bonaerense y el candidato a gobernador quedó sólo medio punto por debajo.      

El otro dato claro de la elección bonaerense fue que María Eugenia Vidal no pudo despegarse del voto castigo que cayó sobre el oficialismo, motivado por el fracaso de la política económica que multiplicó la pobreza, el desempleo y la indigencia. Como se escribe en la nota de apertura de esta edición, volvió a quedar claro que la economía, el bolsillo, tiene un peso preponderante, aunque no único, sobre las inclinaciones  electorales de la sociedad.

Hubo muchas especulaciones y una apuesta subterránea al corte de boleta por parte del vidalismo, que intentó sin éxito que Macri aceptara desdoblar la elección de la Provincia para que la mandataria pudiera presentarse ante los votantes sin la obligación de traccionar respaldos de abajo hacia arriba, una apuesta bastante singular que intentó Juntos por el Cambio, ya que lo «habitual» es que la locomotora, el candidato presidencial, sea el que arrastre la papeleta en algún sentido cuando se trata de una votación nacional. El desafío que tiene ahora el oficialismo es gobernar hasta diciembre, ante un resultado que se muestra irremontable. «